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ANA RANERA
GIJÓN.
Sábado, 7 de marzo 2020, 03:57
Con las plazas abarrotadas de turistas y los disparos de las cámaras inmortalizando cada respiro que se toma Florencia, Jaime Carretero García (Gijón, 1997) ha ido haciendo de esta ciudad italiana hogar.
En el centro, el ir y venir es constante. Sus ... calles incansables bullen y las distancias resultan interminables para quienes tienen que vivir su rutina en este espacio donde parece que todo son visitas, souvenirs y sonrisas para la foto. Jaime estudia allí Ingeniería Electrónica con una beca Erasmus, comparte piso en el centro y también una hora de trayecto cada mañana hasta la facultad. «Florencia es enorme, tardamos mucho en ir de un sitio a otro. Lo bueno es que en cualquier zona hay vida, no hace falta irse a otros sitios», cuenta.
Pese a las distancias, la belleza de cada rincón hace que los kilómetros compensen. Y es que, a la vuelta de cada esquina, alzando la vista, en esta ciudad es fácil sorprenderse y comprender los motivos que encuentra este gijonés de veintitrés años para querer echar raíces en la ciudad de Santa María de las Flores. «Las calles son preciosas. Cuando te despistas, tienes un edificio increíble justo delante», dice. A sus monumentos, se une el carácter de la gente y el pulso con el que laten los rincones por los que callejea. «La gente es muy maja y muy abierta. Aquí siempre hay algo que hacer», apunta.
Y sobre el idioma promete, que, aunque le cueste, se va apañando. «Al principio se hace duro, pero día a día vas cogiendo soltura y, de pronto, te das cuenta de que lo estás hablando. Solemos tender a pensar que se parecen mucho, pero tienen muchas palabras similares con significados totalmente distintos», explica.
Aunque parezca que esta ciudad es muy cara, simplemente, dice, hace falta algo de ingenio para evitar que el bolsillo sufra demasiado. «Tampoco es un sitio excesivamente caro si sabes buscar a dónde ir, pero, si vas a tomarte una cerveza a una zona turística, pues sí, es muy caro». Así que, pese a que él ya se siente como en casa, echa de menos a sus amigos, a su familia y la comodidad que se respira en Gijón. «Florencia es un caos. Además, echo de menos el mar y que en Asturias se vive muy bien. Es muy tranquilo. No hay tanto ajetreo», dice. Aunque la morriña lo acompañe, espera que aún le quede mucho periplo hasta poner rumbo, de nuevo, a casa. «Me apetece marcharme de Florencia lo más tarde posible. Me encantaría quedarme aquí».
De momento, su rutina ha cambiado por culpa del coronavirus. Sus clases están suspendidas hasta el 15 de marzo, pero, según cuenta, en la ciudad nada ha cambiado. «Estoy muy tranquilo, sigo haciendo la misma vida que hacía antes».
Florencia ha dejado ya de ser una ciudad de la que iba a ser habitante pasajero para convertirse en el lugar donde se imagina construyendo su futuro por un tiempo indefinido.
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