No es ningún secreto que la vida en París es cara, prácticamente prohibitiva. Eso de ir a tomar algo por allí casi roza el lujo, tal y como cuenta Salwa Bensaffa Hammoudi (Noreña, 1996). Ella se estableció en la capital francesa al darse cuenta en pleno confinamiento de que no encontraba su camino en Asturias. «En 2020, con la carrera de Biología ya terminada, estaba buscando trabajo y me resultaba complicado. No encontraba nada», recuerda, así que decidió ponerse a estudiar francés y probar suerte en el país vecino. «Me saqué un título, pero no me salía nada allí tampoco, así que asumí que mi camino no estaba en ese lugar», rememora.
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Ya estaba haciendo nuevos planes en España, cuando un jueves le sonó el teléfono y le dijeron que el lunes querían hacerle una entrevista presencial en París. Salwa se negaba a perder esa oportunidad, así que se montó en un autobús y, tras veintiséis horas agotadoras de viaje, llegó a su destino. «Hice la entrevista y sobre la marcha me cogieron», celebra, convencida de que sino las veintiséis horas de vuelta hubieran sido terroríficas.
Por suerte, se las ahorró y pudo comenzar su aventura en el extranjero como técnico de laboratorio. «No me sentía muy cómoda en ese trabajo, así que me fui a trabajar a un instituto cuatro meses». Aquello tampoco era lo suyo, así que volvío a liarse la manta a la cabeza para empezar en el que es su actual trabajo, un laboratorio de reproducción asistida. Este oficio le gusta, aunque reconoce que «lo de trabajar en laboratorios me está empezando a cansar. Ya me he dado cuenta de que me encanta analizar datos, así que en marzo del año que viene voy a empezar a hacer un máster de eso».
Y esa no es la única pega: «París es una ciudad difícil para vivir», reconoce y explica que es una capital «muy cara». De hecho, encontrar piso es prácticamente una odisea. «Las agencias te piden muchísimos requisitos, por ejemplo, tienes que ganar el triple de lo que cuesta el piso. Yo el mío lo encontré por un contacto, sino sería imposible».
Cuesta mucho tener un hogar, tanto que cualquier casa parece un palacio, después de pasar una temporada por Francia. «Llega a ser frustrante», lanza Salwa, «yo conozco la calidad de vida de Asturias y aquí todo es más complicado, todo está más regulado», se queja. «Incluso para abrir una cuenta del banco, tienes que justificar dónde vives y que estás trabajando».
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Cada papeleo es una odisea y además un estudio de 15 metros cuadrados te cuesta 790 euros. Es un disparate, pero es la cruda realidad: «Eso es lo que pagaba yo por mi anterior apartamento. Tenía la cama encima del sofá, una cocinita y un baño», enumera entre risas. Era una casa de muñecas, llena de armarios «para poder guardarlo todo».
Ahora la vivienda de Salwa ha mejorado, aunque solo sea un poco, porque acaba de conseguir un apartamento de 23 metros cuadrados por algo menos de dinero, 750 euros. «Tuve suerte», dice entre risas, esta joven que prefiere vivir en Puteaux, «que está a diez minutos en metro del centro» que irse al extrarradio. «Creo que es mejor vivir en un sitio seguro y limpio que en uno más barato, en el que pase miedo al volver a casa por las noches».
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Con esa idea clara, Salwa cuenta con vivir «cinco o seis años más en Francia», pero luego le gustaría encontrar un trabajo que se pudiera desempeñar en remoto e instalarse en España. «No sé si me iría a Asturias, pero al país seguro, quiero asentarme». Igualmente, tiene por delante una conversación con su pareja, «que es de Francia», para que le quede claro que su futuro está en una casa en nuestro país y no en un apartamento de esos en los que la cama choca contra el fregadero. Ella prefiere una vida más cómoda porque conoce bien «las bondades de Asturias» y no está dispuesta a perderla, por mucho que los años en Francia la estén ayudando a crecer y a encontrar su camino.
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