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No hay billete de vuelta en ciernes. A Florentino Fernández (Gijón, 1978) Noruega, su hogar en los últimos tres años, le parece un paraíso por muy diferentes razones. Este ingeniero industrial que ejerce en una multinacional del aluminio trabajó durante casi quince años en Galicia hasta que un buen día a él y a su mujer les surgió la ocasión de emigrar al país nórdico y trabajar allí para la misma empresa. «Nos pareció una oportunidad y tardamos dos minutos en decidirnos», señala desde Farsund, el pequeño pueblo de unos cinco mil habitantes al sur del país en el que viven felices y contentos. Responsable de inversiones de la compañía, Florentino no alberga dudas: «Si antes hubiera sabido cómo es esto, antes hubiera venido, es una maravilla, renuncias a muchas cosas que puedes tener en España, como el buen tiempo, la comida, la cercanía de los amigos, pero ganas mucha seguridad, estabilidad laboral», señala.
Relata Florentino que Noruega es «un país en el que nunca pasa nada», y eso aporta una tranquilidad infinita. «Este es un lugar donde puedes dormir con la puerta abierta, hay muy poca delincuencia», revela, y habla después de la seriedad en el trabajo de los noruegos, eficaces en el día a día y poco amigos de perder el tiempo en el trabajo. «Para empezar aquí la gente no para a comer ni para tomar un café, entran a las siete y salen a las tres, trabajan mucho, y trabajan bien y están deseando irse a su casa», explica. Cada uno sabe cuál es su misión y la ejecuta. «Aquí el trabajo para la gente es un acceso al resto del día libre, están deseando llegar a su casa a hacer sus cosas, son gente muy casera», subraya. Hay además una equidad de salarios en función de los puestos, no existe la figura del funcionario tal y como se entiende en España y hay una cierta movilidad, motivada también por el hecho de que el paro no existe. «Ser funcionario no es una meta para nadie, es una sociedad muy homogénea», relata Florentino, que dibuja a los noruegos como personas sencillas y discretas que no tienen ningún ansia por destacar.
El clima tampoco invita al eterno callejeo español y la vida no es tan social como en España. Y esa es una añoranza para alguien acostumbrado a que en un pueblo pequeño haya veinte bares. «La vida social es más bien escasa, es de puertas adentro, se suelen hacer cenas con amigos, juntarse las parejas con hijos en viviendas de uno o de otro, dicen que el noruego muere con los amigos con los que acaba el colegio», resume Florentino. No niega que cuesta hacer amistades, pero ellos siempre tienen compañeros de trabajo con los que compartir un rato. «Echamos de menos estar cerca de la familia y los amigos, y aunque parezca todo un tópico, también la comida, pero esto forma parte del paquete de viaje, nada sale gratis y algunas cosas tienes que dejar atrás, aquí no puedes pretender vivir como en Madrid».
A cambio, ellos disfrutan de una naturaleza exuberante en un lugar en el que las estaciones están perfectamente marcadas y aportan sus colores característicos, a cambio viven en una casita con vistas a un lago, muy cerquita de un fiordo en la que con solo abrir la ventana se pueden ver los ciervos. «El noruego respeta mucho el medio ambiente, aquí no ves un papel en el suelo pero tampoco ves una papelera, ellos no manchan». Les llamó la atención al llegar que la recogida de basuras se hace cada dos semanas, pero no es un problema, organizando bien el reciclaje no hay trastorno. «La sensación general es que Noruega es un país que funciona, pagamos muchos impuestos, pero repercuten en la gente», subraya. Otro ejemplo, la sanidad pública. Han tenido que ir dos veces al especialista y en una semana desde la visita al médico de cabecera fue posible la cita. Con todo lo dicho, la conclusión es clara y meridiana: «Estamos enamorados del país, cuando te sientes abrigado, en el trabajo todo está bien y ves que la situación en España no es agradable, entonces nada te invita a volver», concluye Florentino.
Su plan es quedarse al menos diez años allí. Y por eso él y su mujer están ya empezando a chapurrear un idioma que no es nada fácil pero que creen necesario aprender, aunque, en realidad, su vida se desarrolla en inglés. Allí todo el mundo lo habla. «Desde el cartero al presidente de una compañía hablan perfectamente inglés», apunta. Así las cosas, allí se quedan. Para volver habrá que esperar a la jubilación.
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