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Hasta en el corazón de Marsella, puede uno sentarse a tomar un culín de sidra, gracias a La Nena, el restaurante que Ángela Rey Varela (Gijón, 1993) abrió hace poco más de un año. Este chigre es el colofón a once años de aventura por tierras francesas, que empezaron un mes antes de que alcanzara los tiernos veinte. «Me marché de Asturias porque la vida allí no me llenaba lo suficiente y quería aprender algo», recuerda ahora. Ella no se veía «haciendo una carrera», así que decidió liarse el petate para aprender un idioma y «como tenía un perro, la única solución que encontré fue la de irme en coche a Francia».
Cruzó la frontera, inicialmente, para ser 'au pair' en un pueblo cercano a Lyon y, después de un año allí con una familia, decidió que era pronto para regresar. «Volver era como dar pasos hacia atrás. Me quise quedar porque todavía no había hecho amigos ni estaba lo suficientemente integrada en la cultura francesa».
Con el propósito de ser una gala más, empezó a trabajar en el McDonald's y comenzó a encadenar ascensos hasta que la nombraron Manager Operacional, «que es algo así como directora adjunta», se enorgullece. «Eso me hizo aprender muchas cosas sobre las empresas, pero los valores de esa compañía no iban con los míos», explica.
La rueda de hámster en la que estaba inmersa se paró en seco cuando llegó el covid y se dio cuenta de que ya había pasado siete años dentro del universo de la comida rápida y le apetecía explorar nuevos horizontes. «Yo siempre había sido muy de invitar a mis amigos a casa y de enseñarles la gastronomía asturiana, así que empecé a pensar que podía cocinar para más gente».
Ese runrún emprendedor cada vez se hacía más ensordecedor, pero Ángela no acababa de imaginarse un restaurante asturiano en Lyon, la ciudad en la que vivía. En ese tiempo y por azares del destino, sus amigos se mudaron a Marsella, fue de viaje allí y se dio cuenta de que ese era «el lugar» adecuado para este bar de tapas, en el que tomarse algo es un gustazo. «Tenemos sidra Trabanco y ginebra y vermú de Picofino».
Y, para cuando ya lo que apetece es llenar el buche, hay de todo: «Cachopo, fabada, chorizos a la sidra, arroz con leche, quesos de Coalla, chosco de Tineo...». Hay mucha variedad y además la carta va cambiando cada tres meses, así que ya está incorporando otras recetas del norte de España, «de Madrid hacia arriba», como patatas a la riojana «con chorizo asturiano», torreznos «con panceta asturiana» y bravas. Y, si hay algo que gusta especialmente, son «las bravas y el cachopo» y además «como hay muchos musulmanes que no comen jamón, se pueden pedir el de cecina y queso de cabra».
Más allá de las puertas de su restaurante, Ángela Rey reconoce que «al principio» Marsella le daba «un poco de miedo». No tiene muy buena fama esta ciudad en la que a veces reina «el mal rollo», pero en la que a ella nunca le ha pasado nada y además promete que «la gente es más abierta que en Lyon».
Igualmente, reconoce que «o la amas o la odias» y celebra que La Nena esté ubicada «en uno de los distritos más juveniles, donde hay bares, discotecas y mucho ambiente por las noches». Con las calles llenas de grafitis, asegura que le encanta vivir allí, aunque no tenga «tantas zonas verdes como Asturias» y las calles estén algo sucias. «Están luchando por la limpieza, pero la gente de Marsella dice que Marsella tiene sus propias normas y que hay cosas que solo pasan aquí».
Algunas son buenas: como poder irte a pasear al bosque o a los acantilados y cogerte un barco para ir a darte un chapuzón a una isla. Todo eso hace que Ángela no se imagine un futuro cercano lejos de allí. «Ahora mismo no me puedo ir, pero cuando me jubile creo que volveré a Asturias porque echo de menos la naturaleza».
Todavía le faltan unos cuantos años para que se le acabe la vida laboral, así que le queda bastante tiempo detrás de la barra de un bar que le está permitiendo conocer a muchos amantes del Principado. «Hay muchos clientes que en agosto van para allá de vacaciones y otros muchos que me cuentan que son nietos de asturianos». Ya se sabe que, en cualquier parte del mundo, se encuentra uno con una bandera de nuestra tierra y con algún asturianín con ganas de «compartir nuestra cultura» entre culinos de sidra y un picoteo con Afuega' Pitu y Cabrales.
Ese éxito hace que Ángela se plantee abrir más chigres por Francia, pero, por lo pronto, su vida está asentada en Marsella porque ya avisa y lo dice convencida: «No puedo dejar a La Nena sola».
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