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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 25 de abril 2021, 02:03
Alejandro López tiene sus raíces en esa Asturias rural cada vez más castigada por la despoblación. Él habla de sus orígenes, en Collanzo (Aller) con un orgullo infinito, aunque lo haga desde Milán, a demasiados kilómetros de les caleyes que tantas veces lo vieron jugar. ... A sus treinta y dos años, lleva algo más de tres establecido en la ciudad italiana y, por suerte, allí está feliz, pese a las carencias y a las ausencias. «Milán no es la ciudad más bonita de Italia, pero me encuentro muy a gusto en el día a día», asegura.
Eso se debe a que «somos muy parecidos» españoles e italianos. También a que es una ciudad con el tamaño perfecto «para poder hacer cualquier plan» y, todo eso, en un ambiente multicultural. «Es una ciudad muy cosmopolita», apunta. La pega está en la falta de mar que, a los que lo tienen -tenían- a pocos minutos, se les vuelve casi infernal. «Aquí tardo dos horas en llegar a la playa más cercana, con lo cual, si quieres hacer un plan de fin de semana, te tienes que ir bastante lejos», apunta.
El defecto no es grave, puede soportarlo, pero igualmente, piensa en volver, aunque esa idea no la vaya a hacer realidad a corto plazo. «No tengo prisa porque estoy bien, pero, tarde o temprano, lo haré», promete. Lo dice con ganas y también lo siente casi como un deber con la tierrina. «Me gustaría regresar a nuestra región con todo lo que estoy aprendiendo e intentar ponerlo en práctica», explica. «Quiero ser útil para Asturias que, hoy en día, lo necesita más que nunca porque, por desgracia, estamos en decandencia», añade.
Alejandro habla de «compromiso», tal vez, porque piensa en que debe haber un futuro posible en Collanzo, en esa España vaciada que, hasta hace no tanto, fue hogar y sustento de muchos, como lo fue de los suyos.
Mientras tanto, en Milán, este allerano trabaja como bioquímico e investiga sobre el cáncer de mama. «Lo que hacemos es intentar descubrir o buscar posibles reguladores que interfieren en determinadas proteínas que favorecen el desarrollo del cáncer de mama», explica. De esa manera, lograrían, a través de la biología molecular, «encontrar posibles dianas que permitan llegar a desarrollar tratamientos», prosigue.
A este trabajo llegó después de hacer su doctorado en el departamento de Otorrinolaringología de la Universidad de Oviedo. «Quise vivir una experiencia internacional», recuerda. Y lo consiguió. Está fenomenal, sí, pero tiene que coger más de un avión para llegar a la gijonesa cuesta del Cholo y eso, quieras que no, pesa. «Echo de menos beber en la calle una botella de sidra, la comida y dar un paseo por la playa».
De momento, Alejandro va capeando las carencias y, cuando ya no quiera hacerlo más, volverá. La cuesta del Cholo no se va a mover. Puede regresar cuando quiera y Asturias lo estará esperando con un culín a la vera de la mar.
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