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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 10 de enero 2021, 01:40
En 1979 se fue a vivir a Austria Cristina Timón Solinís (Gijón, 1956). Y nunca pasó un año sin volver a Asturias a visitar a los suyos hasta 2020. «Veía la situación mal y para no poder estar lo suficiente con mi madre, y ... cuarentenas y test...». Pues no viajó, pero confía en hacerlo en 2021, porque, aunque su vida está allí, con sus dos hijas y sus dos nietas, las añoranzas siguen presentes. «Yo soy asturiana», dice contundente, porque lleva años dando en Austria la batalla para aclararle a sus conciudadanos que España es mucho más que Madrid y la Costa del Sol.
¿Y cómo acabó una chica del Natahoyo a orillas del Danubio? «Estudié Filología Alemana. Yo primero hice los comunes en Oviedo, y después me fui a Madrid, a la Complutense, me licencié y me vine para acá con una beca», resume. Y no olvida un dato crucial: Erich Hackl, su marido. Él tenía trabajo como profesor de Español y Alemán en Viena, ella dio un año clases en una escuela de formación profesional y luego encontró trabajo en una organización de las Naciones Unidas. El tiempo voló y hace cinco años se jubiló.
Era otra época. Ni España ni Austria formaban parte de la UE y todavía se escribían cartas a la familia. «Pero, pese a todo, para mí no fue duro. Hablaba alemán y tenía mucha curiosidad, me gusta aprender cosas nuevas», dice. Por cierto que entonces Austria no era un lugar muy popular: «No faltaba quien se pensaba que me había ido a Australia».
Fue grato el proceso. Tenía a Erich, buenos amigos y poco a poco se fue adaptando a las particularidades del idioma. «Cada región tiene su propio dialecto, y a mí me costó entenderlos a ellos, pero ellos a mí nada, porque hablaba un alemán neutro».
Los años pasaron en lo personal y en todo lo demás, y el mundo fue cambiando hasta llegar al hoy. «Pienso que, en los últimos años, los países europeos cada vez se distinguen menos, cada vez se asemejan más, y a mí me da pena. Me gustan las particularidades», introduce Cristina antes de hablar de lo mejor de Austria. «Aquí lo que funciona muy bien son la seguridad social, apenas hay listas de espera y está bien organizada, y la enseñanza pública». Tiene -dice- «las ventajas de un país pequeño», con nueve millones de habitantes, y de una ciudad como Viena que, con dos, aún es habitable por mucho que haya crecido en los últimos años. Hay más: «La tasa de desempleo es baja, no hay muchos conflictos sociales y laborales, pero ahora está cambiando todo un poco», resume. Siempre la pandemia. «Aquí estamos como todos: esperando la vacuna. Hay bastantes protestas porque el proceso es demasiado lento».
Añora a la familia y el mar. «Aunque aquí está el Danubio y a veces se oyen las sirenas de los barcos». También el carácter asturiano, «campechano y acogedor», y esos paisajes que a su marido le saben a poco: «Bromea con que en Asturias no tenemos ni ríos ni montañas, que son arroyos y colinas».
Su mirada a Asturias está cargada de cariño, pero también tiene una perspectiva muy real y lúcida: «Gijón era una ciudad con mucha industria y bastante sucia. Ahora cada vez está más limpio, más bonito, pero al mismo tiempo está la problemática laboral y muchos jóvenes se tienen que ir».
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