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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 10 de julio 2022, 01:38
María Benito Castaño (Sama de Langreo, 1989) es una física teórica con vocación universal y alma espiritual. Del colegio de Meres se fue a Madrid para estudiar Física, pasó un año de Erasmus en Berlín, volvió a la capital española para realizar un máster de ... Física Teórica (Partículas elementales y Cosmología)... Y, hecho todo esto, tomó una decisión no para todo el mundo comprensible: irse a Brasil a hacer el doctorado. Sao Paulo fue su feliz destino durante cuatro años: «Profesionalmente no tenía ni pies ni cabeza ir a Brasil, pero yo quería salir de Europa, porque vivimos en una burbuja, así que me fui a Sao Paulo, y muy contenta porque el país es maravilloso y te da una perspectiva de la vida diferente», afirma. Y aclara después que esa perspectiva distinta te la da vivir fuera: «Entiendes otros razonamientos, otras culturas, pero creo que salir de Europa te da una perspectiva aún más diferente».
Descubrió muchos aspectos que comenzaron a chirriarle, como la propia -o impropia- conquista de América, y advirtió en Brasil «una sociedad trágica, con una desigualdad muy grande», lo que le llevó a darse cuenta de «los privilegios que tenemos en Europa y que hay cosas que deberíamos cambiar».
Brasil es austero y feliz... Es un lugar que la enamoró por completo y la abrió a la espiritualidad. Fue mucho lo que le aportó: «A nivel profesional, hacer un doctorado te hace crecer», concluye. Pero no quedó otra que hacer la maleta y volver al viejo continente. Trabajó tres meses en Italia, surgió la oportunidad de Estonia y dijo sí. Primero estuvo en Tallin, trabajando en «el CSIC estonio» por decirlo de alguna manera, y ahora en el observatorio astronómico asociado a la Universidad de Tartu. «Estoy muy contenta, porque veo que aquí es más fácil hacer una carrera científica que en España», resume. Es además la estonia una sociedad muy avanzada en lo tecnológico y la digitalización, todas las gestiones se realizan de forma telemática, que está en plena ebullición, pese a lo cual, tiene también sus rémoras: «Es una sociedad más machista y homófoba», lamenta.
Pero no se queja en absoluto. Su pareja es estonia y Tartu, sin la vida cultural de Tallin, tiene su aquel. «Hay cine independiente, hay una comunidad de españoles y hace poco hubo un teatro en español», afirma. Pero es que, además, con 93.000 habitantes, la calidad de vida es grande. «Si te gusta la vida tranquila, Estonia es muy agradable para vivir, es muy plana, y en invierno no porque hace frío, pero en verano coges la bicicleta y a seis kilómetros estás en el bosque, estás más en contacto con la naturaleza».
Así la cosas, no se plantea volver. Tiene contrato de tres años y aunque añora la calidez de España se siente cómoda en su destino. «Echo de menos a los amigos, la familia y el calor de las personas, porque sí que es cierto que Estonia es un país más frío, la gente no te sonríe por la calle; mi antiguo jefe me decía '¿por qué vas siempre sonriendo, qué es lo que quieres?'».
No teme a la cercana guerra de Ucrania, pero sí advierte que el recelo es mayor en un país que fue parte de la extinta Unión Soviética y con una notable población rusa. Ella, que lleva dos años aprendiendo estonio, coincidió con nacionales de origen ruso que no hablaban una palabra de esa lengua. Sí ha notado en los últimos meses un cierto odio hacia lo ruso que le preocupa: «Antes de que empezase la guerra sí que había un poco de racismo en contra de los rusos y creo que ahora eso se está exacerbando y puede ser un problema en el futuro».
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