«Estar en la jungla es la felicidad»

Pero volvamos atrás, a Trinidad y Tobago, donde ha vivido entre la jungla y el laboratorio en el estudio de dos tipos de peces, los guppies y los killifish. «Queremos estudiar distintos aspectos de evolución y dinámica de las poblaciones», afirma el joven biólogo. La riqueza del lugar facilita por completo el trabajo. «Yo he estado viviendo en una estación biológica en las montañas al norte de Trinidad, tenía a 15 minutos en coche por un caleyo un núcleo urbano, Arima Valley, un lugar que es historia de la biología, donde llevan años estudiando peces, murciélagos, mariposas», relata. Su trabajo ha sido el siguiente: «Yo vivía en un sitio con diez casas y rodeado de jungla, lo que hacíamos era levantarnos a las seis de la mañana, íbamos una hora en cuatro por cuatro por la jungla, caminábamos 20 minutos o una hora con las mochilas, sacábamos peces, nos los llevábamos en una botella, al día siguiente veíamos qué peces teníamos, los pesábamos, y al tercer día los volvíamos a dejar en el río». O sea, es un trabajo de marcaje y recaptura para poder conocer su evolución y significa pasar dos de cada tres días en una jungla espectacular. «Para mí es la felicidad, toda esa abundancia, los árboles, esa parte salvaje, estar en medio de la nada viendo todo tipo de animales, en medio del río, es indescriptible», resume. Él ha iniciado su propio proyecto en torno a estos peces, a los que sigue vigilando desde Alemania. Pero conste que la selva tiene también sus peligros y él se agarró un virus tropical que le tuvo bien malito y temiendo haber podido contraer el dengue, aunque finalmente no fue así. «Nunca he estado peor en mi vida», resume.

Su intención es regresar a Trinidad y Tobado para seguir con este trabajo, porque además confiesa que la vida del país le resulta fascinante. «Es vida isleña, en la que todo va tranquilo, a mí antes de ir me decían que tuviera cuidado con la seguridad, y si es verdad que hay que echar un ojo, pero la gente es muy amable y amigable, te invitan a comer a sus casas», relata. La vida es callejera y madrugadora y «al principio choca un poco acostumbrado al orden de Europa, pero es genial».

Pese a ese trajín en el que vive, hará hueco para venirse diez días a Asturias en Navidad. «Tengo el mono de surfear, dar un paseo por la playa, tomar algo en Cimadevilla», anota. Lo que no tiene tan claro es si volverá a Asturias para quedarse en el futuro: «Mi objetivo es poder dedicarme a la biología y poder hacer un doctorado», explica. Añade que le encanta viajar, que poder estar un día en San Lorenzo y otro en la selva sería un modelo de vida ideal. Eso sí, el viaje le ha permitido descubrir que su tierra es una auténtica maravilla: «Ahora valoro más Asturias, es una locura donde vivimos, estar en las montañas y ver la playa es impresionante. Y tomar una sidra, también», concluye.