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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 20 de junio 2021, 15:37
El azar marcó la vida de Borja Moronta. Nació en Ponferrada, en 1988, aunque de aquello solo queda la partida de nacimiento porque las circunstancias lo llevaron a criarse entre La Felguera y Luarca, sin olvidar las visitas a la familia de Grado ... y a la abuela que vive en Cornellana. A los dieciocho, hizo las maletas y se fue para Madrid a estudiar Arquitectura, aunque después de varios trabajos, se dio cuenta de que aquello no le gustaba demasiado y se vio, de nuevo, en el punto de partida.
Durante esos años en la capital, hizo varias visitas en verano a Edimburgo, aunque siempre fueron con billete de vuelta. Eso terminó cuando la vida lo obligó a reinventarse: perdió la movilidad y la sensibilidad de su mano izquierda y eso hizo que empezara un proceso de rehabilitación que lo llevó a descubrir la cerámica. «Las clases formaban parte de la recuperación», señala. Aquel mundo le encantó y, puestos a cambiar de profesión, se animó a cambiar también de ciudad.
«Llegué a Edimburgo en febrero de 2017 y, desde diciembre, vivo al 100% de la cerámica», explica. «Aquí se aprecia mucho la artesanía y se valoran las piezas hechas a mano», apunta. Por eso, su taller es un no parar de encargos. «El negocio me permite vivir bien: pago el alquiler, mis gastos y no ando con apuros. Tengo una vida muy tranquila», indica.
Esa calma hace que sus planes, «a corto y medio plazo», tengan como escenario Edimburgo. «Me gustaría quedarme porque mi negocio está muy enraizado en Escocia a la hora de vender y de relacionarme con los clientes», asegura. Eso sí, si mira hacia el futuro más lejano, las cosas cambian. «Me gustaría regresar, pero este modelo de negocio -que consiste en dedicarme a la venta directa- es algo que en España sería imposible. Tendría que dar clases», señala.
Él, ahora mismo, hace colecciones para restaurantes y vajillas para particulares. «Estas piezas requieren un proceso muy largo. Desde que las empiezas hasta que las terminas, puedes tardar dos o tres semanas porque, con este clima, el barro no seca suficientemente rápido», explica. «Un cuenco pequeño lleva un proceso, entre tornos, secados, horneados y esmaltado, de veintiún días. Siempre estás volviendo a las piezas», añade.
Poco le importa porque esta profesión es también una pasión serena y la vida en Edimburgo completa esa paz que le da la cerámica. Lo hace, aunque no logra que deje de contar los días para venir este verano a Asturias. «Iré a una boda, así que podré disfrutar de aquello», dice ilusionado. «Aunque aquí tengo el mar cerca, echo de menos el clima de nuestra región, la comida, la familia, los amigos...», enumera. Y ya no solo se refiere a las personas -que también-, lo dice por «la forma de disfrutar al aire libre, de estar con la gente». A su calma escocesa, a veces, le sienta bien cambiar de aires.
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