«Mi plan es quedarme en Nueva York a corto, medio y largo plazo, no tengo en mente ninguna otra idea», cuenta, rodeado de rascacielos, el economista Pelayo Álvarez (Gijón, 1991). Él llegó a Estados Unidos hace ocho años «con una beca para trabajar en ... el departamento económico de la ONU», recuerda, mientras explica que aquella fue su «primera aventura laboral». Está claro que le tocó empezar por todo lo alto porque «acababa de terminar de estudiar, era mi primer trabajo y encima, estaba en otro país», se ríe mientras echa la vista atrás.
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Y, aunque los comienzos suelen ser difíciles, Pelayo tuvo la suerte de llegar a una ciudad que rápidamente le conquistó y en la que se imaginó ya para siempre. «Soy un enamorado de Nueva York», confiesa. Por eso, cuando se le acabó aquel primer contrato, se puso a buscar otro rápidamente porque tenía claro que quería quedarse como fuera. «Estaba encantado y, cuando ya estaba a punto de irme porque no me salía nada, encontré un trabajo por casualidad en el departamento de Entrenamiento Diplomático de la ONU y aquí llevo casi ocho años, los cumplo el próximo noviembre».
Su labor allí consiste en «intentar igualar las capacidades de los diferentes países miembros de las Naciones Unidas», indica. «Hay embajadas que son muy grandes, pero hay otros países que tienen menos recursos», prosigue. Para evitar que haya diferencias entre ellos, a él le toca dar a los que son menos potentes «habilidades de negociación y liderazgo», así como se encarga de reforzar «otros aspectos como la sostenibilidad y hablarles del funcionamiento de las Naciones Unidas».
Él asegura que este trabajo le gusta, aunque de Nueva York también le apasiona «la vida cultural». Por eso, Pelayo Álvarez está metido en todos los saraos para los que saca tiempo, después de desempeñar el trabajo de oficina. «Ahora mismo estoy en una obra de teatro, 'Hamlet, la telenovela', que está patrocinada por el Consejo de Arte de Nueva York, y también estoy en varias comunidades de músicos, nos reunimos para cantar», asegura. «Intento estar muy dentro de ese mundo», añade entusiasmado. Y eso es porque allí, entre escenarios y micrófonos, encuentra la felicidad, aunque para llegar a todo le toca organizarse muy bien y, sobre todo, «tener verdadera pasión» por sus aficiones. «A mí me gusta mucho la parte cultural, es lo que me da la vida y me motivan mucho estos proyectos».
Además, sobre las tablas, él ha podido hacer «muchos amigos» y fuera de ellas, también, aunque de sectores muy diferentes. «Mi trabajo y mis aficiones son mundos que no tienen nada que ver el uno con el otro, pero la ONU también me ha permitido conocer a mucha gente, por ejemplo, a muchos políticos, gente muy diferente a la del terreno cultural». Ámbitos dispares que le ayudan a crecer y que le hacen sentirse en casa en el corazón de Nueva York.
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