Marije, Silke y Leyre junto a Jorge Solla.
Asturianos en la diáspora

«Emigrar me ha hecho más adaptable»

Jorge Solla Rubiales trabaja desde 2013 en Utrech, donde vive con su mujer neerlandesa y sus dos hijas

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 1 de octubre 2023, 09:03

Jorge Solla Rubiales (Avilés, 1977), informático de profesión, hace mucho tiempo ya que se fue de Asturias en busca de mejores oportunidades laborales. Primero fueron quince años en Madrid, después llegó a Países Bajos, donde vive ahora con su mujer neerlandesa y dos hijas, de ... siete y quince años. Pero no fue allí donde conoció a su mujer, sino en España, y entonces no había planes de mudarse a Utrech, que es donde viven.

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«A finales de 2013, cuando vivíamos en Madrid me hicieron una oferta de trabajo de esas que es imposible rechazar. Era un gran trabajo en una multinacional para un proyecto muy atractivo, con un salario completamente fuera de mi alcance en España y decidí probar suerte», resume Jorge sobre el arranque de ese viaje vital que, inicialmente, se hizo con un pie aquí y otro allá. Como el proyecto era algo experimental, se pasó dos años volando de Madrid a Amsterdam, hasta que finalmente se consolidó y se hizo la mudanza definitiva. Y feliz y contento: «Mi experiencia profesional aquí es verdaderamente enriquecedora». Aprende cada día de los expertos con los que trabaja y lo hace además en un entorno internacional «fascinante», puesto que en su equipo se integran personas procedentes de diversas partes del mundo. «Esta diversidad cultural no solo enriquece mi perspectiva, sino que también me permite comprender y disfrutar de otras culturas de una manera única», afirma.

Es, además, un país casi sin paro, con numerosas empresas internacionales y le siguen llegando ofertas laborales. «Saber que estas en un sitio donde abunda el trabajo ayuda mucho a dormir tranquilo y hace difícil plantearse la vuelta a España», anota.

En el plano personal, la cosa cambia. Nada que ver España con Países Bajos: «La sociedad neerlandesa es menos abierta y es difícil socializar al principio, pero poco a poco nos vamos haciendo un hueco, haciendo amigos, etcétera». Y eso que él y su familia lo tienen fácil, ya que sus hijas hablan neerlandés desde la cuna y, por lo tanto, su integración en los colegios y hacer amigos fue fácil. «Hablar neerlandés no es algo obligatorio, porque aquí casi todo el mundo tiene un nivel muy alto de inglés, pero aún así es deseable si quieres realmente integrarte», revela.

No niega que hay aspectos a los que le cuesta acostumbrarse, como el excesivo gusto por planificarlo todo, ocio incluido. «Te dan cita para tomar un café con semanas de antelación y agenda en mano. Esto choca directamente con la espontaneidad española donde los cafés, las cervezas y en general el ocio pueden planificarse con diez minutos de antelación».

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Ninguna de las diferencias culturales es, en todo caso, a su juicio, insalvable. Y además, hay más pros que convierten al país en un buen lugar para vivir: «Los recursos de los que disponen aquí los colegios, universidades, bibliotecas, etcétera, son increíbles, es fascinante entrar en clase de tus hijas y ver lo bien equipado que está todo y lo mucho que prestan atención a su desarrollo académico y personal», afirma.

Ha viajado mucho Jorge y sabe que no hay un país perfecto, pero su lugar de residencia tiene múltiples atractivos: «Me fascina especialmente su arquitectura y planificación urbana. Las ciudades están diseñadas con barrios residenciales que ofrecen una gran tranquilidad, alejados del ajetreo del tráfico y con parques infantiles dispersos por todas partes», enumera. La casa con jardín es norma y todo está a quince minutos en bicicleta, el medio de transporte por excelencia. «Siempre recomiendo a todos los visitantes que alquilen una bicicleta, ya que es la mejor manera de experimentar plenamente lo que este país tiene para ofrecer», dice Jorge, que celebra la diversidad cultural y étnica de ese territorio. «La variada mezcla de culturas, grupos sociales y etnias es realmente sorprendente y se refleja en todos los aspectos de la vida cotidiana», indica. Y, como disfruta de ese mestizaje, sabe que la experiencia de emigrar aporta un crecimiento personal y profesional impagable. La tolerancia y la apertura mental van en el pack. «Esta experiencia me ha hecho más adaptable, ya que he aprendido a disfrutar de las particularidades del sitio en el que me encuentro, en lugar de buscar constantemente lo que me resulta familiar».

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Lo que no significa que se olvide de la tierra. Al contrario, ejerce de embajador y rara es la cena con amigos en la que no presume vía fotos del paisaje asturiano o se marca una fabada para comer. Porque las añoranzas no desaparecen: «Siempre digo que yo me fui de Asturias, pero Asturias no se fue de mí. Cuando vuelves de vacaciones y pisas Asturias de nuevo, sientes esa sensación de estar en casa». Porque la tecnología acorta distancias pero no quita todas las penas de estar lejos. Por eso, ahora que hay vuelo a Amsterdam, ha mejorado su vida. En dos horas y media está aquí. Aunque el billete de vuelta definitivo, de momento, no tiene intención de reservarlo. El panorama laboral no invita a hacerlo. «Mi sueño, sin duda alguna, es tener una casa en Asturias, inicialmente para ir de vacaciones y probablemente con el tiempo para jubilarme allí».

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