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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 19 de febrero 2023, 03:47
«La sociedad dublinesa se parece mucho a la asturiana», desvela entre risas Maeve Fernández Moral (Oviedo, 2002). Esta joven llegó a la capital irlandesa hace algo más de un año y rápidamente se sorprendió al descubrir que, por esos lares, «la gente es muy ... abierta, hasta te hablan por la calle y te preguntan cosas», cuenta impactada. Y, además, a ella la suerte laboral le sonrió desde que llegó allí para pasar, en un principio, una temporada corta. «Vine con una beca Erasmus Plus, que es lo mismo que el Erasmus, pero para trabajar en vez de para estudiar», indica. Así que, después de haberse formado en Escultura, entró en un estudio de tatuajes a probar fortuna y no le fue nada mal.
Cuando acabó el periodo de prácticas, Maeve consiguió trabajar ya como una profesional más de este centro, que es «uno de los dos que hay en Dublín en el que todas las tatuadoras somos mujeres».
Ese es un gran orgullo para ella, que, además, puede presumir de que «la mayor parte de las clientas son chicas, aunque también venga algún hombre».
Y, por allí, la tinta en la piel adquiere formas distintas a las españolas. «En Dublín gustan cosas más sencillas, más femeninas. En España, sin embargo, preferimos tatuajes más grandes», explica esta ovetense que, de momento, solo tiene quince dibujos en su cuerpo. «Es porque tengo veinte años. Ya tendré tiempo a hacerme más», asegura bromeando.
Por lo pronto, Maeve quiere estar unos años más en Dublín y, después, pasar temporadas en estudios de tatuajes de distintos rincones del mundo. «Me gustaría mucho ir a Japón y a Corea del Sur porque allí los tatuajes son increíbles. Pero también querría descubrir Europa y Estados Unidos, por ver los tatuajes tradicionales americanos».
Está claro que Maeve tiene muchas ganas de recorrer el planeta, más allá de Irlanda, un país con muchas bondades, pero que es muy diferente al nuestro, sobre todo, en cuestiones de ocio. «Aquí, por ejemplo, las tiendas abren de lunes a domingo, pero a las seis o las siete de la tarde ya están todas cerradas», se lamenta.
Y la fiesta también acaba mucho antes que en España. «Empiezan a las once y a las tres ya se van todos para casa», cuenta sorprendida y acostumbrada a otros horarios.
Son maneras muy diferentes de disfrutar la vida, aunque hay algo que tienen en común la juventud dublinesa y la asturiana, y es que, cuando Maeve dice que es tatuadora, «a la gente le encanta, se emocionan», se ríe.
Algo distinto ocurre con los mayores, a quienes les cuesta entender «que de esto se puede vivir». Y, además, se puede vivir muy bien, porque ella puede presumir de que su talento ahora decora la piel de muchísimos dublineses. Cada vez son más los que llevan su arte en el cuerpo y, dentro de unos años, sus dibujos llegarán seguro a pieles repartidas por todo el mundo.
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