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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 9 de julio 2023, 01:45
Nadia Barriuso García (Avilés, 1986) anda estos días en Dubái a 48 grados de temperatura y con dos peques en casa. Y, además, como Nico aún no tiene pasaporte, no podrá viajar a España este verano. Pero ni le duele ni lo sufre en exceso. « ... Los españoles que vivimos aquí decimos que hay dos estaciones: el verano y el infierno, que básicamente lo resume todo, pero todo está preparado para el calor». Durante ocho meses, la temperatura es estupenda; durante cuatro, toca quedarse en casa y tirar de aire acondicionado, que funciona estupendamente desde los centros comerciales hasta las marquesinas del autobús.
Nadia estudió Psicología en Oviedo y, en su último año, con una beca Séneca, se fue a la Autónoma de Madrid para especializarse en psicología del consumo. Hizo después un máster de marketing y en Madrid se quedó varios años trabajando, hasta que un buen día de 2015, una escala hacia España después de un viaje de mochilera por la India con el que hoy es su marido, la llevó a conocer Dubái. Y a descubrir que muchos tópicos injustos se ciernen sobre la capital económica emiratí. Su novio entonces tuvo una oportunidad de trabajo allí y se fue primero. Ella hizo otro máster en Dublín y un voluntariado en Camboya y del colegio sin suelo de aquella aldea asiática en la que daba clases de inglés tomó rumbo a la modernísima Dubái. Tenía entonces noventa días para encontrar trabajo. «Llegué el 13 de enero de 2017 y el 17 de marzo estaba trabajando», relata. Trabaja fundamentalmente en sociología de la alimentación, observando y analizando el comportamiento de los consumidores, y no puede estar más feliz. No solo porque ha tenido oportunidad de conocer a fondo países tan cerrados como Arabia Saudí, sino porque también el día a día es un continuo proceso de crecimiento. «Hay libertad para experimentar, para que seas tú el que trae las ideas, te dan la oportunidad de aportar cosas nuevas», señala. Hay mucha gente joven en puestos de responsabilidad, porque el país es muy joven y la multiculturalidad es inconmensurable. Pocos son en realidad los dubaitíes, que reciben a orientales, occidentales y ciudadanos de otros países árabes. Eso, para ella, esa posibilidad de conocer cómo viven, se comportan y sienten los demás, es un plus que no entra en ningún sueldo. Pero cierto es que, además, en el plano salarial está en otra dimensión diferente a la española, donde en cinco años su única subida de sueldo llevó aparejado un incremento en la retención que acabó por rebajar el importe total de lo que le llegaba al banco. Allí, cada año, se sienta a hablar de dinero con el jefe. Así son las cosas.
Tiene sus complicaciones el día a día por esa mezcolanza cultural en la que vive inmersa, que a veces conduce a un cierto caos, pero tiene muchas cosas buenas. Ahora que es madre advierte además que allí «está todo pensado para los niños». No encuentra un obstáculo en su camino con el cochecito, pero es que además hay mil planes para hacer con niños. También sin ellos. «Hay muchísimo ocio, pero es distinto. No es ir a tomar cañas, pero hay vela, paddle, kayak, surf... Se hace mucho deporte».
Advierte más de un mito vinculado a Dubái: esa imagen de ciudad de cartón piedra y ese miedo a que la religión musulmana condicione la vida de las personas. Pero niega la mayor: «Dubái es una ciudad extremadamente abierta. Aquí se vende cerdo, alcohol, se va en bikini, en pantalón corto, y se enseña escote». Otra cosa es dónde y cuándo y ahí el sentido común manda. No es lo mismo un barrio que otro, como en cualquier lugar del mundo, y no es ni lógico ni necesario posar en minifalda ante una mezquita. «Yo el noventa por ciento del tiempo lo paso en pantalones cortos», resume. Cierto es que cinco veces al día suena la llamada al rezo, pero en nada altera la vida de esta mujer que echa en falta de Asturias, además de a la familia y a los amigos, la lluvia. «Cuando pasó lo del covid, estuvimos bastante tiempo sin salir de aquí y yo solo pensaba en el día que llegara a Asturias y me sentara en la terraza a oír llover y oler la lluvia».
Son casi siete años en Dubái y no es momento de irse. Sabe que no es un destino para siempre, pero al menos cinco años se quedará allí. Si vuelve, se irá con múltiples aprendizajes, sobre todo, tolerancia y flexibilidad: «Emigrar es la mejor decisión que tomé en mi vida».
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