«Conocer otra forma de vida te enriquece»

Allí continúa, viendo cómo la vida sigue y cambia en el país de acogida. «En el plano laboral, como aspectos positivos destacaría la mayor valoración del empleado por parte de la empresa, el reconocimiento de títulos académicos y, en términos generales, una mayor remuneración», resume. Pero también hay contras para este asturiano que echa en falta el ambiente más distendido que se vive en España. «Me llama la atención la poca 'cintura' para resolver los problemas del día a día», relata. Y añade: «Creo que los españoles tendemos a idealizar el sistema alemán y pensar que 'lo de fuera es mejor'», afirma. Pronto se anima con un ejemplo muy fácil de entender y que nos conduce a la hostelería: «Un camarero español haría el trabajo de tres alemanes, se trabaja a un ritmo mucho menor y los sueldos son mayores», resume. Revela que a quienes llegan de España siempre les sorprende y plantea la pregunta del millón: «¿Por qué las empresas aquí pueden pagar mayores sueldos cuando el ritmo de trabajo es inferior?».

Fran dejó un trabajo de trece años, familia y amigos para emprender la aventura y -confiesa- no fue fácil. Menos aún sin saber decir ni un triste «guten morgen» y un nivel de inglés más bien bajo. «Son ya cuatros años y aún hoy, de vez en cuando, me pregunto qué hago aquí, pero creo que la parte positiva compensa esto con creces, ya que siempre quisé probar a vivir en el extranjero, y ahora estoy conociendo otra cultura, otro idioma, otra forma de vida, y esto te enriquece como persona y te hace ver la vida de otra manera», apunta.

Cierto es que el lugar de acogida tiene múltiples atractivos. Son casi dos millones de habitantes «y yo diría que es la ciudad menos alemana». Y, por si fuera poco, el puerto, el segundo más grande de Europa, da a la ciudad mucha vida y atrae a personas de todas partes del mundo. «Destacaría, como buen asturiano, lo verde que es, con infinidad de parques, y los carriles bici que hacen una ciudad perfecta para este medio de transporte», relata.

Se adentra, a continuación, barrio a barrio. De Reeperbahn, el barrio rojo y centro de vida nocturno; a Schanze, el alternativo; a la HafenCity, la zona industrial del puerto rehabilitada que es Patrimonio de la Unesco; al Alster, un lago en el centro con un hermoso entorno. «Quizás el edificio más representativo sea el Elbphilarmonie, un auditorio ubicado en el puerto que durante su construcción generó unos enormes sobrecostes y los propios habitantes de Hamburgo contribuyeron para su finalización», explica.

No está mal la vida del emigrante en los tiempos de la tecnología. «Creo que para los que estamos en el extranjero es una ayuda enorme para sentirte más cerca de los tuyos y de tu tierra». Pero no hay teléfono móvil que haga unas fabes como dios manda. Y la gastronomía es lo que más se echa de menos. «No valoramos lo que tenemos hasta que salimos fuera. Aquí te vas a un restaurante a cenar y generalmente habrá pizza, pasta, hamburguesas, schnitzel [filete empanado con patatas] o codillo, poco más. Quizás algún pescado pero a ya a precios muy superiores a Asturias. Cuando voy a Asturias, y veo los menús del día... imagínate». Lo dicho, con permiso de la familia, los amigos y «la mejor playa del mundo: Penarronda».

Porque, al final, «todos pensamos en volver, como en España y en Asturias no se vive en ningún país del mundo». Pero, de momento, unos años se queda en Alemania. «Me encanta ir de vacaciones allí pero la vuelta definitiva creo que todavía está lejos. Quiero mejorar mi alemán y seguir progresando laboralmente», remata.