ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 28 de marzo 2021, 00:47
Trece años se pasó Armando Álvarez Losada (Mieres, 1987) entre las aulas y los laboratorios de la Universidad de Oviedo. Allí estudió Química y luego Bioquímica e hizo un doctorado que le abriría las puertas al mundo al que siempre tuvo tantas ganas de volar. « ... Siempre supe que me quería marchar», cuenta con el sueño ya conseguido. De hecho, inntó hacerlo realidad desde que vio la primera oportunidad de lograrlo. «Hice un Erasmus en Finlandia y mi estancia posdoctoral en Estados Unidos», explica.
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Y, después de ese periplo, llegó a Alemania, a Wiesbaden, donde está a punto de cumplir dos años de experiencias. «Me vine por trabajo, pero con gusto», confiesa. Él está desarrollando su carrera en una empresa que se dedica a hacer máquinas de PCR, así que, sí, «el trabajo no nos falta», bromea. Armando es especialista en aplicaciones y se encarga de resolver problemas y de enseñar a utilizar estas máquinas a los nuevos clientes y también a los nuevos compañeros.
Una de las cosas que le enganchan de este puesto es que le permite utilizar muchos idiomas y viajar a menudo por ese mundo que le encanta sentir suyo. «He dado con un trabajo que me gusta, aunque nunca pensé que me dedicaría a esto», indica. «Me permite hablar en distintas lenguas y conocer lugares de forma casi improvisada», añade. Incluso en estos tiempos de pandemia, él ha estado en Sudáfrica dos veces, en Estonia, en Italia, en Eslovenia y hasta en nuestra vecina León. «Ahora estoy intentando que me manden para Oviedo o para Gijón», dice entre risas.
El mierense le encuentra muchas virtudes a esta región en la que vive, donde, a falta de sidra, corre el vino blanco y no escaseaban en la normalidad las celebraciones para disfrutarlo. «Cuando llegué me encontré con todas las fiestas posibles. Cada viernes y cada sábado, te ibas a una zona a beber su vino y a escuchar música al aire libre», detalla. Unas fiestas de prau, salvando las distancias, que le dieron una bienvenida más calurosa de lo que, dice, nos pensamos que es Alemania.
Entre tanta alegría, también hay momentos de morriña en los que faltan el mar al que, desde Mieres, llegaba en unos minutos, y las montañas que veía, cada mañana, desde la ventana de su casa. «Aquí la playa más cercana está a 400 kilómetros y es en Bélgica o en el Mar del Norte y no son los mejores sitios para ir», reconoce. «También echo de menos el monte y eso que nunca fui muy aficionado, pero siendo de los valles mineros, estoy acostumbrado a tenerlo cerca», prosigue.
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La comida la saca de su lista de nostalgias porque «tengo de todo». A falta de tiendas para comprar productos asturianos, a él le llegan sus cajas asiduamente para disfrutarlos, aunque sea lejos de nuestras playas y de nuestras montañas. Ya se sabe que sarna con gusto no pica.
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