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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 12 de septiembre 2021, 01:19
La ciencia y la fuga de talentos hace ya tiempo que se hicieron socias en España. Lo sabe bien Pablo Álvarez (Oviedo, 1983), que lleva seis años viviendo en la ciudad gala de Aix-en-Provence. «Estaba en Francia haciendo una estancia en un laboratorio ... de investigación cuando me contactaron a través de Linkedin para este trabajo», recuerda de sus inicios. Había llegado al país vecino después de estudiar Ciencias del Medioambiente en Cádiz y de haber hecho allí su doctorado, pero la situación, a uno y otro lado de la frontera, es muy distinta. «En Francia no podría estar mejor. No creo que en España tuviera las condiciones laborales que tengo aquí», explica. «A raíz de la crisis, el sector de la investigación en nuestro país se deslabazó y todo el que no tenía un puesto fijo se marchó. Los científicos salimos disparados», prosigue.
Allí, trabaja en una agencia que ayuda a desarrollarse tecnológicamente a las empresas. Para entender mejor en qué consiste su labor, hay que hablar de microalgas, «unos vegetales que crecen a la velocidad de las bacterias», aclara. «Yo investigo en biotecnología de microalgas, es decir, desarrollo procesos para que sean útiles para aplicaciones comerciales, por ejemplo, para producir compuestos de alto valor como pigmentos, grasas y proteínas», continúa explicando. E insiste y simplifica: «Cultivo microalgas de forma muy rápida».
Ni parece fácil ni debe serlo, pero a él le encanta su profesión y también la ciudad en la que la lleva a cabo. «Es un lugar del estilo de Oviedo. Muy cuidado, que está muy limpio y que tiene bastante turismo», relata. «Hay también mucha vida de estudiantes universitarios y, además, en esta zona de la Provenza francesa, casi siempre hace buen tiempo, así que es muy agradable vivir aquí», asegura.
Para Pablo, el clima es fundamental, tanto que es uno de los factores que entran en juego cuando toca plantearse el futuro. «A largo plazo, no me veo viviendo aquí, pero sí a medio plazo», confiesa. «No voy a encontrar nada mejor que lo que tengo. Me refiero al equilibrio entre el salario, las condiciones laborales y el buen tiempo», enumera.
Por eso, cuando le toca hablar de morriña, este ovetense puede mencionar muchas bondades asturianas, pero ni se le ocurre mentar la meteorología, que no es muy de su agrado. «Echo de menos la tierra, el paisaje, la gastronomía, a la familia y a los amigos», señala. A todo eso se suma la mar, de la que es amante personal y profesionalmente porque la disfruta y la conoce. «Extraño la mar de allí. Me gusta navegar y me gusta hacer surf. Además, hice un máster de Oceanografía, así que la mar en cualquiera de sus aspectos me atrae mucho». Hasta tal punto que, siempre que se deja caer por Asturias, «dos veces al año», tiene que hacer una parada obligada frente a la bahía. «Si voy a Gijón, tengo que ir a ver el mar. No puedo marcharme si no me escapé a verlo», promete.
Y eso que no tiene tampoco muy lejos nuestro Cantábrico porque, en diez horas en coche, puede estar en Asturias, y, en avión «tardo menos que cuando estaba en Cádiz». Igualmente, le tocará esperar al próximo viaje para remojar los pies y el alma en nuestra playa, la suya.
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