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Paloma con su marido, Pete, con quien vive en Cambridge junto a su mascota Meatloaf.
«En Cambridge vivimos en una burbuja»
Asturianos en la diáspora: Cambridge

«En Cambridge vivimos en una burbuja»

Paloma Rodríguez Valdés acaba de cumplir veinte años en el hospital de Addenbrookes, donde trabaja como enfermera especializada en críticos

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 3 de marzo 2024, 01:00

Está de aniversario Paloma Rodríguez Valdés (Gijón, 1977). En enero se cumplieron veinte años de su llegada a Gran Bretaña para trabajar como enfermera. Y al echar la mirada atrás siente que parece que fue ayer y concluye que no le han ido mal las cosas por Cambridge, el que ha sido su lugar en estas dos décadas en las que ha trabajado mucho, se ha seguido formando, ha hecho buenos amigos que han sido su familia y hasta se ha casado con un inglés.

Estudió Enfermería en la Universidad de Navarra esta gijonesa que inició su periplo profesional en Asturias, pero que emigró en busca de estabilidad y mejores condiciones laborales. «Al acabar la carrera era muy complicado tener un trabajo estable porque no había movilidad en la bolsa de contratación», rememora ahora, mientras habla de cómo en la Universidad de Cantabria hizo un curso de experto universitario en anestesia y reanimación que la llevó a trabajar en Jove y, más tarde, tras un curso de especialización en UCI, en Cabueñes. Solo habla maravillas de los equipos humanos que allí se encontró, pero eso no era suficiente, de modo que, como además no tuvo opción de hacer Erasmus y siempre tuvo la espina clavada de salir fuera de España, hizo el petate y se fue en cuanto tuvo oportunidad. «Me apetecía trabajar con otra lengua, me preparé un año y medio a fondo, me presenté a las entrevistas que hacía la embajada británica, tuve buen resultado y pude escoger hospital». Y su destino fue Addenbrookes, el hospital docente de la Universidad de Cambridge, una referencia mundial en los trasplantes multiviscerales y puntero en medicina neurointensiva y otras especialidades. «Es muy parecido al HUCA, universitario, con mucha formación y muchísimas especialidades», releva. Se fue con un contrato como funcionaria de dos años y allí sigue, creciendo en lo profesional. «Aquí hay una estabilidad que en España no se te ofrece, salvo que saques una oposición», apunta. Empezó a trabajar en reanimación posquirúrgica y allí estuvo 14 años y ascendiendo, porque las posibilidades de subir de categoría son otras. Pero, además, para Paloma es fundamental el hecho de que pueda proseguir su formación, que es financiada por el propio hospital y que las horas de clases se computen como trabajo. Por eso, ella, que era diplomada, quiso hacer el grado y ya lo tiene y está ahora con un máster en la especialidad de críticos y cuidados intensivos y ejerciendo la docencia. En este momento trabaja en la unidad de alta dependencia de la UCI. «Aquí hay mucha movilidad, si estás en un trabajo y te apetece cambiar, no hay malos rollos». El sistema es otro y la meritocracia funciona. «El nivel que tengo ahora en mi puesto de trabajo y todas las oportunidades que han surgido, en España no las hubiera tenido».

Dicho lo dicho, el sistema sanitario británico tiene también notables carencias. Tras el covid y el Brexit, se han multiplicado las esperas y hay un cierto colapso. Advierte que la atención Primaria quizá sea mejor en España, puesto que existen urgencias en ella, pero en lo demás, como en lo que respecta al déficit en cuanto a la atención en salud mental, a la par y para mal. Eso sí, el Brexit marcó una diferencia y es que cada vez son menos los europeos trabajando allí. El personal de enfermería que se contrata son mayoritariamente filipinos o indios.

No hay queja en lo laboral. Tampoco en lo personal, pese a que la familia y los amigos no están cerca por mucho que los vuelos directos a Asturias o Santander y las nuevas tecnologías ayuden a acortar las distancias. También es cierto que la movilidad laboral hace que los amigos vengan y vayan. Y eso es duro. Pero ha tenido suerte: «Yo tenía muy claro que si venía aquí y no me encontraba a gusto, cogía la maleta y me iba, pero hice un grupo de amigos que son como mi segunda familia y tengo unos compañeros estupendos».

No es un lugar cualquiera en el que vive: «Cambridge es precioso, y estás a 45 minutos en tren de Londres, es una ciudad pequeña, muy recogida, en la que puedes caminar». La universidad, el hospital y las farmacéuticas son sus motores, hay parques tecnológicos, investigación... «Es idílica, pero es muy, muy cara, yo no recomiendo a nadie venirse a vivir, está la vida equiparada con Londres», apunta.

Pero hay calidad de vida, aire limpio, zonas verdes, muchas bicicletas y es multicultural: «Aquí vivimos un poco en una burbuja, cada uno somos de un sitio distinto y con ello aprendes muchísimo, te da más tolerancia».

Volver a Asturias a corto plazo no parece una opción viable por el asunto laboral, pero sus añoranzas no desaparecen por mucho que hayan pasado veinte años. La suya sigue siendo la maleta del emigrante, con sus fabes, sus lentejas y su chorizo: «Me falta la gallina», bromea.

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