Tenía ganas de ampliar horizontes Irina Navarro Fernández (Gijón, 1997), que en septiembre llegó a los Países Bajos y no descarta quedarse una larga temporada en el país. Esta joven criada en Contrueces, se formó en Estudios Ingleses e hizo un máster de género y ... diversidad en la Universidad de Oviedo, y, después de trabajar en varias cosas y no encontrar nada que le convenciese, optó por hacer el petate. «No acababa de ver qué quería hacer, mi pareja lleva ya un año en Países Bajos, mi mejor amiga también hizo un voluntariado europeo, y pensé: 'Es el momento de tirar para adelante y a explorar'». Buscó en Bélgica, Irlanda y fue en los Países Bajos donde surgió la oportunidad.
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Está en Noord-Brabant, una de las provincias más al sur del país. Ahora vive en Wught y en enero se mudará a otra casa en Bolduque. «Llegue el 1 de septiembre, a la semana siguiente ya empecé en el colegio, fue todo muy de repente. Cuando llegué apenas sabía ir en bici y ahora me recorro 26 kilómetros al día», resume.
Trabaja en dos colegios diferentes y da clases de inglés y español, aunque también ayuda a organizar la biblioteca. Sus alumnos, niños de cuatro a doce añitos. «Hay veces que es un poco difícil la comunicación, ellos apenas hablan inglés. Aunque yo estoy yendo a clases de neerlandés, es un poco complicado, pero en general son chavales muy majos y parece que se lo pasan bien. Me gusta muchísimo», relata. Tanto le gusta que incluso no descarta que su futuro pase por la docencia. Le gusta la experiencia del trabajo en este país en el que es muy fácil la conciliación. «A mí me parece que el ambiente de trabajo es bueno, a la gente le gusta y es muy fácil conciliar. A una compañera que es madre le dieron a elegir si quería trabajar dos o tres días a la semana, y ningún profesor va cinco días: van cuatro, las condiciones son buenas», resume.
Pero, más allá de lo laboral, está a experiencia vital de realizar un voluntariado que le permite tener alojamiento sin preocuparse por las facturas y una pequeña paga. Vive con una gallega, una brasileña y una austriaca y la convivencia es estupenda: «Estoy a gusto y está siendo una experiencia muy buena».
El país es tranquilo. No tiene la alegría de España, pero no se queja. «El ambiente del país me encanta. Sí es verdad que es como que te cuesta un poco más conectar con la gente, pero son extremadamente amables y me siento muy segura en general».
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De momento, allí se queda, pensándose el asunto de la docencia como su futuro y sabiendo que las opciones son múltiples allí. «Lo guay es que aquí hay muchas oportunidades si quieres cambiar el camino», afirma. Y los periplos son múltiples también incluso a la hora de hacer turismo, porque el país es pequeño y manejable. «Está todo muy cerca. Pienso dónde quiero ir y está a la otra punta y tardo hora y media en tren, menos que en ir a Pravia en Feve», resume. Eso sí, hay un pero inmenso: la comida. «En el colegio, la italiana y yo nos sacamos los táper con comida de verdad y ellos se hacen nos sándwiches tristísimos». Y lo que ella llama la «cultura del sándwich» no es lo suyo.
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