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Aitor del Rivero: «Aquí echo de menos la tranquilidad»Aitor del Rivero Cortázar (Gijón, 1997) cursó el grado de Telecomunicaciones en la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón y un máster en Microelectrónica, repartido entre la Universidad de Tecnología de Delft (Holanda) y la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (Suiza). Fue en esta ampliación de estudios donde asegura que le «cautivó» la materia que le ha llevado ahora a Lovaina para hacer su doctorado: el diseño de microchips para el estudio de las células humanas.
El gijonés desarrolla su labor investigadora en uno de los laboratorios punteros en el campo que tanto le atraía, el Centro Universitario de Microelectrónica, al que define como «un ejemplo de cómo una inversión decidida en tecnología hace 40 años y una colaboración público-privada sostenida en el tiempo ha convertido en referencia mundial a una ciudad de apenas 100.000 habitantes». En cuanto a la naturaleza del proyecto en el que trabaja, explica que «nuestro objetivo es doble: por un lado, facilitar la investigación sobre cualquier enfermedad dando a los biólogos y médicos una herramienta de laboratorio que permite interactuar con cada célula enferma individualmente y 'preguntarle' que es lo que está funcionando mal». Otro de los propósitos de esta investigación es «reducir el coste del desarrollo de fármacos personalizados al permitir testarlos sobre células derivadas del propio paciente de forma masivamente escalable en lugar de recurrir a modelos animales durante la fase preclínica». Una meta, esta última, nada desdeñable, ya que, como apunta, «actualmente cuesta más de 2.000 millones de euros desarrollar un solo medicamento».
Del Rivero no tiene ninguna duda de que Lovaina, además de ser «el mejor sitio para trabajar en microchips de última generación», es en lo cotidiano una ciudad donde el mayor contraste «es la diversidad, cada colega y vecino es de un lugar diferente, lo que te ayuda un montón a ser más empático, minimizar diferencias y valorar el esfuerzo inhumano que la mayoría de los ciudadanos extracomunitarios tienen que hacer para quedarse aquí tras terminar sus estudios superiores», revela.
Y cuando se le pregunta qué es lo que más extraña de su tierra, el ingeniero gijonés declara: «Lo que mas echo de menos de Asturias es la tranquilidad: estar con la familia y los amigos, e irme en bici a Los Lagos parando a comer por Piloña, en lugar de andar a la trágala para cumplir las fechas límite de entrega de proyectos con colaboradores de Taiwán. Pero luego cuando tengo éxito con algun microchip y recuerdo que no hay carriles bici en Asturias, se me quitan un poco las ganas».
Es la reflexión de alguien que, como tantos jóvenes universitarios de nuestra región, ha buscado más allá de las fronteras nacionales un horizonte donde formarse aprovechando todas las oportunidades que se le han presentado. En su caso, una beca de la Fundación Masaveu Peterson le permitió, mientras cursaba el grado, disfrutar durante los veranos de estancias multidisciplinares en campos como la informática, la biología, los materiales o la gestión estratégica en las aulas de Berkeley (Estados Unidos), las escuelas de Economía de Londres y Harvard o el Instituto Avanzado de Ciencia y Tecnología de Corea del Sur. Esa amplitud de miras le ha servido también para situarse en la realidad.
Por ello, ante la disyuntiva de si vislumbra en su futuro la posibilidad de un retorno a Asturias, Del Rivero tiene claro que «dependerá de circunstancias vitales. Ahora mismo, no se dan. España es un país atrasado en microelectrónica. Afortunadamente parece que hay un cambio de mentalidad y con el PERTE Chip puede surgir un ecosistema interesante en unos años, aunque en Asturias concretamente no parece que esté germinando nada en este sector. Es muy complicado arrancar de cero».
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