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A. VILLACORTA
GIJÓN.
Sábado, 7 de septiembre 2019, 03:11
Un golpe de suerte y una buena dosis de audacia decidieron el destino de Adrián Almirante Toledo, un gijonés de 36 años que lleva buena parte de su vida trabajando para la cadena hotelera The Ritz-Carlton. Una historia que comenzó cuando, ... al alcanzar la mayoría de edad, se fue a Tenerife con unos amigos a currar en un hotel «como friegaplatos».
Pero, como vieron que aquel chaval tenía algo, ascendió a camarero y empezó a ver claro lo que le gustaba: «Volví para estudiar en la Escuela Universitaria de Turismo de Asturias, en Oviedo, y luego me marché a trabajar a Benidorm». Y, cuando ya parecía destinado a quedarse en la ciudad alicantina, la diosa fortuna decidió favorecerle, porque a su abuela, Valentina, le tocó un premio nada desdeñable del sorteo de la ONCE que güelita decidió invertir en su nieto: «Gracias a ella pude cumplir mi sueño, porque me pagó un máster en gestión hotelera en Les Roches, una prestigiosa escuela en la que pasé el corte para ingresar de milagro, porque mi nivel de inglés era muy bajo».
Aquel máster le abrió las puertas de la cadena Ritz y su siguiente destino fue el Hotel Arts Barcelona, en el que descubrió «un mundo nuevo». Uno en el que las habitaciones llegan a costar «16.000 euros la noche».
Así que Adrián se ha codeado con cantantes de fama mundial, deportistas de élite o presidentes de grandes multinacionales. «Algunos tienen ganas de hablar porque están de viaje solos y cada conversación es un regalo y un aprendizaje», cuenta.
Y también ha lidiado con peticiones un tanto extrañas, como las de aquella estrella que pidió «tener un cable HDMI para poder jugar a 'Call of Duty' en plena gira, la de un huésped que necesitó con urgencia un helicóptero para recogerle en el hotel o la de otro que quiso comprar ropa de lujo sin salir del 'resort', por lo que hubo que enviarle un camión». Y también entró en contacto «con el fenómeno fan» cuando una famosísima banda se hospedó en el hotel «y decenas de niñas enloquecidas intentaban colarse, trataban de ofrecer dinero al personal para entregar cartas al grupo u obtener información y hasta reservaban habitaciones».
La siguiente parada de este viaje fue Canarias. También en el Ritz-Carlton, claro, donde siguió formándose y donde en 2011 conoció a la que hoy es su mujer, Karolina, lituana, con la que se trasladaría poco más tarde al hotel que la firma de lujo tiene en Dubái y con la que se casaría en la Embajada española en Abu Dabi.
«Trabajar en Oriente Medio es una experiencia única. Por poner un ejemplo, allí trabajábamos personas de más de cincuenta nacionalidades distintas y, cuando fue mi cumpleaños, me cantaron el 'Happy birthday' en mas de diez idiomas», recuerda.
Juntos viven en Shanghái hace ya dos años con sus dos hijos, Darian e Isla, que hablan a la perfección ruso y español mientras aprenden inglés y chino. «Es como regalarles una carrera», dice su padre, al que le encanta Shanghái, «una ciudad limpia, segura, organizada y dinámica. Una ciudad increíble que, en algunas zonas, parece del siglo XXX y no del XXI».
Frente a los rascacielos de su distrito financiero, se le ocurre que «el sector turístico asturiano tiene un gran potencial, porque ahora lo que los viajeros buscan son experiencias, crear un legado, coleccionar recuerdos y momentos especiales, y el folclore, la cultura, la gastronomía y el paisaje asturianos no tienen precio».
¿Y la abuela Valentina qué? «Muy orgullosa, aunque, como toda la familia, está deseando que nos empecemos a acercar a Europa».
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