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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 3 de julio 2022, 11:38
El amor es el culpable de que Raquel Fernández Prado (Oviedo, 1977) viva en Andorra, y eso hace que su morriña tenga que consolarse con un manido «sarna con gusto no pica». Esta ovetense se fue de nuestra tierra a los dos años, creció en ... Palencia y volvió, de veinteañera, para estudiar Ingeniería Química, convencida de que ya se quedaría para siempre en el Principado. Pero no pudo ser. «Quería dedicarme a la industria y ese sector es muy machista. Mis compañeros encontraban trabajo y nosotras íbamos encadenando becas», se lamenta.
Harta ya de no tener un sueldo digno, se lió la manta a la cabeza y se fue a Barcelona donde, en una semana, ya tenía una oferta laboral. «Me fui allí sabiendo que había mucha industria química», detalla. Pero, después de un tiempo en Cataluña, apareció en su vida un andorrano -que hoy es su marido y padre de sus dos hijos- y ella acabó por establecerse en su país. «Aquí mi vida laboral se frenó, pero pude dedicarme a criar a mis hijos y eso es una suerte», apunta y avisa: «En septiembre, cuando el pequeño empiece al cole, me reinventaré».
Ya se sabe, renovarse o morir para seguir haciendo su vida en este país, en el que, según promete, «solo viven cuatro youtubers, el resto nos dedicamos a otras cosas». Esta ovetense asegura que «Andorra no se enriquece con ellos, sino con todo el turismo de montaña que viene». Y aclara que ya no se trata de viajeros de lujo, sino de gente normal «que sabe que aquí va a tener nieve siempre».
Y, aunque vayan personas de todo tipo, Raquel reconoce que vivir allí es «muy caro». «La vivienda y la comida son muy costosas, hay una clase muy muy alta y una clase media, tirando a baja. Hay un escalón grande entre ellos», explica. «Un kilo de tomates no baja de cuatro euros y, por eso, nosotros y muchísimos andorranos, cruzamos la frontera a Seu d'Urgell (Lérida) para ir al supermercado», cuenta. Y, además, allí la mendicidad está prohibida. «Si ven a alguien pidiendo en la calle, lo echan».
Pero lo que más le sorprendió no fue el precio de las cosas, sino el primer día que tuvo que ir a un hospital. «Nunca me olvidaré de la primera vez que vine a urgencias y vi a mi marido pasar la tarjeta de crédito. No entendía lo que hacía», se ríe ahora. «Luego es verdad que te devuelven con el tiempo entre el 75% y el 90%, pero el resto lo pagas». Además, faltan algunos servicios sanitarios como una UCI para neonatos. «Si tu bebé nace con algo grave, se lo llevan a Barcelona».
Precisamente, ella va muy a menudo a Cataluña para bañarse en la playa, pero es un mar que no acaba de valerle. «Yo echo de menos mi Cantábrico, un mar que ni está caliente ni tiene tantas medusas», dice. «Yo quiero bañarme en Asturias, aunque sea lloviendo, eso sí me gusta» porque, con la distancia, hasta se echa de menos mojarse con un poco de orbayu.
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