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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 23 de octubre 2022, 01:43
«Nunca me imaginé que sería funcionaria en Reino Unido», confiesa, entre risas, Ángela Martín (Noreña, 1997). Lo dice en un descanso de su jornada laboral, precisamente, como inspectora de hacienda en Londres. Por algo se dice que los caminos del Señor -y de la ... vida en general- son inescrutables y fueron estos los que la fueron llevando desde el corazón de Asturias hasta Inglaterra. «Cuando terminé el instituto, tenía la idea de irme a Madrid a hacer un doble grado o, si no, venir aquí a estudiar», cuenta ahora, siete años después de aquella decisión que la llevó a instalarse en Birmingham.
«Decidí que lo prefería porque era menos tiempo y por el futuro laboral, que en España ya sabemos cómo es», ríe. Acabó así, después de cuatro años, Relaciones Internacionales y se planteó preparar oposiciones en nuestro país, pero la burocracia de esta patria nuestra truncó sus ilusiones. «Para presentarme a los exámenes tenía que tener la carrera homologada. Hice el papeleo en 2019 porque, teóricamente, tardarían en dármelo seis meses y todavía estoy esperando».
Ángela no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados, así que se propuso ser funcionaria en Londres y la historia fue muy diferente. «Aquí no tienes que opositar, haces una serie de entrevistas, que empiezan siendo virtuales, y luego haces pruebas presenciales», cuenta.
Ella las pasó y, al principio, tenía miedo por ser extranjera, pero rápidamente se dio cuenta de que «aquí el funcionariado está abierto a todos los europeos». No es ninguna novedad que «Londres es un popurrí de nacionalidades», como ella misma cuenta.
Y, pese a ser un lugar sumamente vivido, los precios están disparados. «Siempre ha sido muy caro vivir en Londres, pero ahora más», asegura. «Los alquileres son una locura» y lo ejemplifica: «Yo alquilé un piso en el centro, en 2020, con unas amigas, y nos hicieron una rebaja por la pandemia. Ahora dos años después, nos tuvimos que ir porque querían cobrarnos mil libras más al mes», se lamenta.
Esa circunstancia complica la vida igual que las distancias que, por allí, son kilométricas. «Es una ciudad con demasiada gente. Haces amigos y, al año siguiente, se van a vivir a la otra punta del mundo», explica. «Y si tú vives al norte y ellos al sur, no los vas a ver en seis meses», promete.
Pequeñas desventajas que se compensan gracias a la actividad constante de sus calles. «Aquí tengo la necesidad de hacer planes de continuo. Luego voy a Asturias y quiero no hacer nada», bromea aunque confiesa que «a veces es agotador».
Entre los planes y los números, esta inspectora de hacienda sueña con, dentro de unos años, cambiar su plaza al ministerio de exteriores inglés porque le gustaría vivir en el extranjero. «Aunque me guste Inglaterra, no me quiero quedar aquí para toda la vida».
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