El ingeniero llanisco Agustín Ballesteros, en Filipinas.
Asturianos en la diáspora

«Chocar con otra cultura te hace crecer»

Agustín Ballesteros López trabaja en Filipinas desde enero en la obra de una planta potabilizadora

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 7 de mayo 2023, 02:50

Agustín Ballesteros López (Llanes, 1994) llegó a Filipinas en enero para trabajar en una obra. Todo fue muy rápido, excepto el vuelo, 20 horas infinitas con escala en Kuwait. El caso es que su empresa le comunicó que le necesitaban allí, y en nada se ... plantó en el país de las siete mil islas dispuesto a dejarse sorprender por la experiencia.

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Todo es muy diferente en el plano laboral. «Veo una falta de 'sangre' en general en todas las profesiones», anota en primer lugar, y luego se explica: «Por ejemplo, en una cafetería puede haber diez camareros y tardar de 5 a 10 minutos en traerte un café». Los salarios son muy bajos y hay mucha gente trabajando. Esa es la tónica.

Él, que es ingeniero civil y trabaja en la construcción de una planta potabilizadora, advierte que «la cultura de seguridad en el trabajo en la mayoría de los casos es escasa». Eso significa estar encima de sus compañeros, que entienden ya que en la obra en la que él trabaja es prioritario. «Han asumido que, al menos mientras se acabe este proyecto, el tema debe ser más estricto». Hay otros hándicap: que la orden del paisano siempre prima sobre la del extranjero y que el 'sí' y el 'no' tienen sus lecturas diversas. «Su frase favorita es 'yes, sir', aunque luego no lo hagan». Y de ahí otra frase directamente relacionada: «Sorry, sir»

Pero la vida no es para nadie solo trabajar. Aunque no siempre sea fácil, máxime con el trabajo que realiza Agustín. «De lunes a viernes estoy en un campamento, por tanto la vida se limita a la obra. Aunque sí que es verdad que es la parte que más rápido pasa también es la más dura», apunta. Siempre hay cosas que hacer y las horas vuelan, algo que no ocurre con el tiempo libre. «Yo soy una persona que corría todos los días prácticamente y ahora me he limitado a solo los fines de semana, aunque bien es cierto que las últimas semanas estoy empezando a salir a correr a primera hora o a última, aunque esta última opción es más peligrosa ya que a esa hora es de noche y al final es por una carretera con muy poca iluminación y el asunto de los vehículos es un tema aparte, ya que te puedes encontrar una moto sin luz o usando el móvil para alumbrar su camino».

Luego están los fines de semana. Entonces, él y sus compañeros se desplazan a Manila, donde tienen un apartamento. «Sí que es cierto que los compañeros quedamos para tomar algo, pero en muchas ocasiones aprovechas para descansar en casa». No es lo mismo que estar en Asturias por razones obvias: «Al final tener a la pareja y los amigos lejos es algo que los fines de semana echas de menos sobremanera».

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Lástima que Agustín haya podido disfrutar poco del paraíso que es el archipiélago oriental. «En los meses que he estado aquí mis salidas fuera de la zona donde vivimos han sido tres, dos a algunos de los sitios más históricos de Manila, como son Intramuros (antiguas fortalezas españolas) y la zona de Chinatown. El pasado fin de semana sí que he ido a la playa con la idea de desconectar un poco, pero al final son tres o cuatro horas de coche, así que suele costar hacer planes lejos». Y no es además Luzón, la isla donde se halla Manila, la más recomendable. «Espero en agosto, si finalmente me viene a visitarme mi pareja, poder viajar a otro lugar con la idea de ver si este país es más paradisíaco que en las películas», asegura.

Pero el paraíso tiene su infierno. Los contrastes sociales y económicos son brutales. La zona donde trabaja es humilde, pero tranquila. Manila, otra cosa: «Aquí sí que he visto pobreza. Gente en la calle y mucha necesidad en algunos casos, niños y niñas pidiendo y la gente tirada por el suelo durmiendo». Luego está la otra Manila, con policía por todas las esquinas, tiendas por todas partes y Aston Martin y Ferraris.

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Las añoranzas son múltiples. Y la cocina ocupa un lugar prioritario. Luego está el mar batiendo, el olor de la sidra, el ruido de los chigres... Y la compañía.

Cuando acabe el proyecto se irá de Filipinas, pero con la mochila bien cargada de experiencias. Ya ha estado con anterioridad en Bolivia y Canadá y sabe que merece la pena moverse: «Al final chocas de frente contra otra cultura y te hace crecer, tanto laboral como personalmente». Aporta más aún: «La distancia te ayuda a fortalecer muchas cosas, como una amistad, una relación, y también te enseña la realidad de quiénes están ahí en las buenas y en las malas».

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