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m. f. antuña
Sábado, 30 de julio 2016, 04:01
En octubre cumplirán su primer año en Israel. Alejandro García (1979) y Rebeca Martínez (1977) comparten vida y trabajo en Herzliya, al Norte de Tel Aviv, donde viven junto a su hijo Guillermo. Ambos gijoneses, él estudio Ingeniería Industrial en Gijón; ella Turismo en Oviedo; él tuvo una academia de ingeniería y una vinatería y trabajó en Siemens; ella inició su vida laboral en Mango y la continuó en Halcón Viajes hasta que finalmente dio un giro de 180 grados e hizo un máster en riesgos laborales y comenzó a ejercer en 2008. Ese mismo año él empezó a trabajar para Imasa y fue destinado a una planta termosolar en Granada. En la ciudad andaluza empezaron a trabajar juntos y arrancó su aventura por España en diferentes proyectos. En Alicante nació su hijo Guillermo y Cartagena fue su último destino español antes de tomar rumbo a Israel. «Vinimos para trabajar en dos nuevos proyectos de energía solar. Imasa está en pleno proceso de expansión y confió en nosotros, Alejandro como project manager y yo, llevando compras, visados, etcétera», relata Rebeca.
Viven en una zona tranquila al Norte de la capital israelí. Allí están las oficinas en la que desarrollan el grueso de su trabajo, aunque Alejandro ha de desplazarse dos o tres días por semana al Sur del país. «Hemos tenido mucha suerte porque en esta zona que vivimos hay unas cuantas familias de españoles en las mismas circunstancias, parejas jóvenes con niños pequeños que estudian en el mismo colegio». Se agradece que así sea, porque facilita el proceso de adaptación. «Encontrarte con españoles te resuelve las primeras dudas, cómo y dónde hacer la compra, colegios, zonas para buscar viviendas... hace el camino más llevadero».
No es que sea compleja la experiencia israelí, pero sí tiene su aquel y lleva aparejado el inevitable choque cultural. Y no solo porque para ellos hoy sea como un domingo español sabbat y mañana tengan que volver al tajo. «Laboralmente el día a día con los israelíes es duro», dice Rebeca, y explica que son negociadores inflexibles e implacables en las relaciones comerciales. Eso sí, se vive bien: buenas playas, buen clima, buena comida... Y Jerusalén muy cerquita de casa: «Es especial, merece la pena cien por cien, ver las diferentes religiones conviviendo en un sitio tan pequeño y con tanto conflicto resulta increíble». Además, Tel Aviv es una ciudad moderna, abierta, joven, deportista, con buenos restaurantes, aunque con un toque caótico.
No es, sin embargo, un lugar peligroso en cuanto a falta de seguridad como muchos temen. Ellos dicen viven tranquilos. «El conflicto árabe-israelí no está en la calle, no es un tabú ni mucho menos pero no es algo de lo que se hable, la gente está más preocupada en el día a día laboral que en otra cosa. Este es un país moderno y cosmopolita y la sensación de seguridad es total sin que haya un coche de policía cada 3 metros».
Pese a que la tecnología ayuda a aplacar añoranzas «que los abuelos puedan ver a Guille por videoconferencia es una maravilla», ellos siguen echando de menos familia, amigos, bares, sidrerías y hasta el Grupo Covadonga.
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