m. f. antuña
Sábado, 2 de julio 2016, 03:46
Francisco Zabaleta (Loredo, Mieres, 1960) es un emigrante de los pies a la cabeza. Se ha pasado la vida entera en danza. De los seis a los 16 años vivió en Suiza, luego se mudó a Gijón, donde estudio BUP en El Coto, más tarde regresó al país helvético. «He sido emigrante de toda la vida, en Gijón incluso me llamaban El Suizo», dice desde Filipinas, donde vive desde el año 2001 este hombre al que no le ha quedado palo por tocar en el mundo laboral: «He trabajado en varios dominios, de fábricas a instalaciones de suelos deportivos, pasando por tejados y artes gráficas». Lo último le gustó especialmente, trabajó en una imprenta y en un taller de encuadernación, pero le dio carpetazo para emplearse en una empresa de consultoría informática en Suiza en la que pasó tres lustros.
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El caso es que en 1990 se casó con una filipina, Susana, y nueve años después se fueron al país de las siete mil islas. En una de ellas, Camiguin, viven con sus tres hijos: Angélica, Aga Jairo y Ainhoa Rio. Concretamente en Sagay. «Hemos puesto un pub, en el que hay varias actividades, karaoke, música, concursos varios, grupos...». Ese es su día a día en una zona todavía muy rural, donde se está desarrollando el turismo y donde la gente es amable y afable. «Tengo muchos amigos y conocidos por aquí», dice Francisco Zabaleta, que habla tagalo.
Le gusta el país, que tiene un clima estupendo, aunque cuando azotan los tifones se producen bajadas drásticas de temperatura. Pese a todo, la isla en la que vive merece la pena: «Es más bien pequeña, solo son cinco municipios y la carretera circunferencial es de 64 kilómetros», detalla. Añade que cuenta con un volcán, el Hibok-Hibok, que lleva cincuenta años sin dar guerra y a cuyo pie el agua caliente ha propiciado la puesta en marcha de un resort para turistas y locales. «Tiene varios saltos de agua, dos islotes de arena blanca que son en realidad desechos de coral», revela sobre su isla.
Ante la consabida pregunta de las añoranzas asturianas Francisco responde a la gallega, planteando él otro interrogante: «¿Puedes mandarme una fabada?». Luego se explica: «Siempre lo he pasado muy bien en Asturias, cuando íbamos de vacaciones siendo niño y luego viviendo allí. Tengo buenos amigos».
Hace tiempo que no se deja caer por Europa, pero las nuevas tecnologías hacen que las distancias sean más cortas. Pese a ello, a él le sigue sorprendiendo lo que ocurre por estos lares en los que nació: «Ahora con esto del Facebook tengo noticias a menudo. Mucho me ha extrañado este problema de las nacionalidades. Y luego está el tema de las elecciones, que parece que no hay ningún partido capaz de llevar el Gobierno».
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Para él la palabra «crisis» tiene un significado muy diferente al que le damos hoy en día, es más amplio, más hondo, distinto. «Es algo de lo que he oído hablar toda mi vida, desde que mis padres se fueron a buscarse la vida a un lugar más propicio, después en los años que viví en España y también ahora».
Con crisis y sin ella, su vida está en Filipinas por el momento. «Está claro que voy a volver al país, aunque solo sea para comerme un bocata de chorizo», bromea. Luego se pone serio y confiesa que no sabe a dónde apuntará su futuro, que todo es posible. «No sé si algún día podré regresar de forma definitiva, todo dependerá de la situación, tenemos un piso en Gijón pero el retiro todavía está muy lejos».
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