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Miguel Ángel Muñiz, de 73 años, trabajó toda su vida como celador en centros sanitarios y toda su vida se desvivió por sus tres hijos, quienes quedaron a su cargo cuando eran pequeños y se separó de su mujer. Vivieron con él en El Picón, ... la casa familiar, hasta que se independizaron. Menos Pablo, que nunca vivió solo y ya de adulto pasaba temporadas con su madre en Grado y otras con su padre. «Se llevaban bien, no había ningún problema, al contrario», dice su entorno.
Diego Muñiz, el que fuera yerno de Miguel, lo recuerda como «una persona extraordinaria, un héroe sin capa. Lo que luchó toda la vida por sus hijos para acabar de una forma tan trágica, nadie lo merece, pero Miguel mucho menos...». Sobre el que fuera su cuñado tampoco tiene ni una mala palabra. «Siempre fue callado y le gustaba estar solo, pero jamás dio ningún problema ni tuvo ningún gesto de ser violento. Mi hijo, de hecho, estuvo con ellos en Semana Santa y no notó absolutamente nada raro, al contrario, todo era como siempre», relata, conmocionado por lo ocurrido.
«Es tremendo», acierta a decir. «Todo lo que se pueda decir de Miguel es poco, era un paisano de los pies a la cabeza, siempre noté su apoyo y esto que ha pasado me parte el alma, nadie espera una cosa así», relata. Su preocupación ahora es su hijo de quince años, que «al hecho de perder a su abuelo se suma la forma de la que ha sido... No sé cómo vamos a asimilar todo esto que ha pasado», decía. Ayer, antes de las ocho de la mañana, llegó a El Picón para hablar con Celso y Luisa, los vecinos a quienes Miguel intentó pedir ayuda desesperadamente antes de ser decapitado.
El hombre llevaba viviendo en Soto de Ribera toda la vida. Hacía mucha vida en el pueblo y participaba con frecuencia en las rutas del grupo de montaña. «Era muy agradable y tenía muy buen trato con todo el mundo, era el típico vecino servicial y amable, que en la vida además no tuvo mucha suerte y pese a todo sabía sacar lo bueno de todo», comentaba José Manuel Fernández en uno de los bares de la localidad, que ayer amanecía consternada y con pocas horas de sueño.
«Imposible dormir con todo lo que pasó por la noche. Además, lo conocíamos bastante y nos parece imposible que haya podido pasar algo tan trágico», relataban otros residentes del pueblo.
El que se dejaba ver menos era Pablo. «Tenía un carácter más reservado que el padre, pero aún así parecía una persona educada y nada problemática, le gustaba mucho leer, venía por aquí, leía el periódico y no hablaba mucho», dicen en el bar.
Trabajaba como eventual en una empresa láctea cercana. Esos ingresos, y la ayuda de sus padres dándole techo y sustento, le permitían vivir con austeridad, pero sin carencias. Estos últimos meses estaba con su padre, si bien alternaba otros periodos con su madre en Grado. Sus dos hermanos están «consternados y hundidos» por la fatalidad de los acontecimientos.
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