A Pablo en Ribera de Arriba lo tenían por un eremita. Por un hombre dedicado a leer, a caminar por el monte, a sentarse a meditar y a cultivar su mundo interior. Infranqueable. Nunca dio un problema. Nunca tuvo una palabra más alta que otra ... con ningún vecino. Tampoco con su familia ni con sus compañeros de la empresa láctea cercana en la que trabajaba por temporadas. Pero su aparente rutina impertubable y sosegada saltó por los aires la noche del lunes. Y con ella la de su padre y la de todo un concejo, consternado por una violencia inusitada que sembró el terror y dejó conmocionados a sus vecinos.
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El relato del crimen de Miguel Ángel Muñiz empieza en la casa que compartía con su hijo Pablo en El Picón, en una ladera frente a la central térmica, a orillas del Nalón. Pocos minutos antes de las diez de la noche, en mitad de la oscuridad, el hombre, de 73 años, celador jubilado, salió sangrando y despavorido del domicilio, gritando y pidiendo ayuda desesperado. Recorrió los apenas 20 metros que le separaban de la casa de Celso y Luisa, sus vecinos de toda la vida, y aporreó la puerta en busca de ayuda. Allí la alcanzó su hijo, fuera de sí, con un machete en la mano, con el que ya había atacado en el pecho a su padre.
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«Escuchamos picar en la puerta fuerte y muchas voces, tuvimos miedo y no abrimos, era de noche y no se veía nada, no sabíamos ni quién era, fue un susto tremendo. Llamamos rápidamente a la Guardia Civil y ni nos asomamos, nos metimos para dentro a esperar con un miedo en el cuerpo tremendo», relatan los vecinos, aún incapaces de digerir lo ocurrido.
Fuera, justo en la puerta, Pablo decapitaba a su padre, la persona que más le había apoyado a lo largo de sus 46 años y con quien tenía una fraternal relación. En mitad de la noche, con la luz de la térmica iluminándole el camino, cogió la cabeza en una mano, el hacha en la otra y bajó por la carretera que lleva a la rotonda de la N-630. Se fue despojando de su ropa, ensangrentada y llegó a la glorieta semidesnudo, «endemoniado» según los testigos, lanzando la cabeza al aire y dándole patadas mientras cantaba, se reía y aterrorizaba a los muchos conductores que a esa hora, pocos minutos después de las diez de la noche, salían de trabajar de las fábricas próximas o entraban al turno de noche. «Esa imagen no la voy a olvidar en la vida», asegura un conductor a quien Pablo le clavó el machete en el cristal del coche y le lanzó la cabeza al capó. Fueron minutos de pánico. De película de terror. De una angustia que mantuvo en vilo a todo el concejo.
La rápida intervención de la Guardia Civil evitó que la tragedia cobrase incluso mayores proporciones. Fueron necesarios varios agentes para conseguir reducirle. Mostraba un comportamiento sumamente agresivo, con gran alteración y agitación, tanto física como mental. Los agentes pusieron en riesgo su propia integridad para poner fin a esa escalada de violencia sin precedentes en la historia negra de la región.
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La cabeza del hombre, seccionada a la altura de la mandíbula, quedó junto a uno de los quitamiedos de la rotonda. Una imagen dantesca.
«Nunca vimos nada parecido», valoraba uno de los investigadores. Al atacante, los sanitarios le administraron sedantes para poder trasladarlo al área de Psiquiatría del HUCA, donde permanece en estado de semiinconsciencia y custodiado por los agentes. Según ha podido saber EL COMERCIO, los análisis que le realizaron no arrojaron la presencia en el organismo ni de alcohol ni de sustancias estupefacientes.
Los médicos le retirarán los próximos días la sedación para realizar un estudio detallado de su estado. No pasará a disposición del juzgado de Instrucción número 3 de Oviedo, en funciones de guardia, hasta que su estado lo permita. Sí se le podría tomar declaración por parte de la Guardia Civil en el hospital cuando los facultativos médicos así lo determinen.
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Una vez controlada la situación en la rotonda para garantizar la seguridad, los agentes empezaron a hacer una composición de lo ocurrido. Siguieron la pista dejada por el agresor por el camino hacia su casa, con restos de ropas ensangrentadas, y arriba, en El Picón, hallaron el cadáver decapitado de la víctima, junto a la puerta de la casa de sus vecinos.
El Servicio de Criminalística realizó una inspección ocular en el domicilio de Miguel Ángel Muñiz, donde supuestamente empezó el ataque, y también en el recorrido que realizó hasta donde finalmente fue decapitado. La investigación apunta a que el agresor sufrió un episodio florido de psicosis.
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Según sus familiares, nadie se había percatado de un cambio en su comportamiento en los últimos tiempos que anunciasen la tragedia. Nadie se lo explica. Pablo Muñiz no tenía ningún antecedente policial y tampoco psiquiátrico. Ni una sola consulta en la seguridad social ni una sola asistencia por problemas mentales. «Algo le tuvo que pasar, algo le tuvo que hacer 'click'», dicen en el pueblo. Que no tuviera un diagnóstico ni un tratamiento no significa que no padeciera una enfermedad psiquiátrica con anterioridad. El detonante de la pérdida de la conexión con la realidad deberá ser valorada por los psiquiatras, quienes emitirán el estudio que le servirá al juez para determinar si es inimputable. De momento permanece ingresado, ajeno a lo ocurrido, mientras los restos de su padre permanecen en el Instituto de Medicina Legal.
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