José Ángel García
Jueves, 29 de diciembre 2016, 14:43
Todo niño que haya acudido en alguna ocasión al circo ha quedado alguna vez prendado al observar las acrobacias imposibles que hacía el funambulista, capaz de caminar por el fino alambre, a sabiendas de que abajo esperaba el vacío. Los ojos salían de las cuencas cuando el protagonista osaba retar al destino y el jefe de pista advertía de la complejidad de la empresa con «el más difícil todavía».
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El Sporting de Abelardo se acostumbró a caminar por la cuerda floja sin red durante las dos últimos años. Sorprendió en el primero, alcanzando un objetivo (subir) que parecía inalcanzable antes de emprender el trayecto. Una vez en instalados en Primera División, los rojiblancos tuvieron que hacer el mismo recorrido con el agravante de sortear obstáculos que les impedían competir en igualdad de condiciones con el resto de rivales.
Conviene recordar, para ser justos con la trayectoria de los gijoneses, que la Liga había puesto condiciones al club a la hora de confeccionar la plantilla. De la negativa a no poder fichar, impuesta antes de la temporada del ascenso, se levantó el pie para que el Sporting pudiera obtener alguna incorporación, supeditada a que fuera cesiones de jugadores sin experiencia en la máxima categoría.
Aún así, el cuadro de Abelardo no se rindió y dio la cara en muchos partidos. El comportamiento del grupo fue ejemplar a pesar de los muchos reveses con los que tuvo que lidiar en el camino.
La derrota en el primer partido del año ante el Getafe hizo pupa pero mucho más daño hizo la grave lesión que sufrió Bernardo en el encuentro del Madrigal, con el que se echaba el cierre a la primera vuelta de la competición.
Lejos de amilanarse, la baja del colombiano envalentonó a sus compañeros que redoblaron sus esfuerzos para minimizar la baja del hasta entonces jefe de la defensa. El consuelo de Abelardo fue recuperar a Sergio, otro pieza clave en el engranaje rojiblanco. Sin el avilesino el equipo se había desangrado sumando solo una victoria en diez encuentros, incluyendo los dos de Copa del Rey ante el Betis. El Sporting había caído al penúltimo lugar de la tabla, alcanzando el ecuador con solo quince puntos.
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El cuadro gijonés recuperó el pulso en las jornadas siguientes con una goleada ante la Real y un meritorio triunfo en Valencia. Después de varios empates en casa que dejaron un poso amargo tras de sí, el equipo volvió a entrar en depresión, encadenando cuatro derrotas consecutivas y con solo nueve encuentros para levantar el vuelo.
La remontada, con matices, empezó el Día del Padre, coincidiendo con la visita del inexpugnable Atlético a El Molinón. Los colchoneros, que venían de disputar una épica eliminatoria de Liga de Campeones tres días antes, fueron pasto en la segunda parte de la ambición sportinguista.
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Los tres resultados posteriores fueron un chasco para la afición que empezó a ver las orejas al descenso de cerca. Solo la irregularidad del resto de rivales implicados en la batalla de la permanencia alumbraba alguna opción para un Sporting que perdió en casa ante el Celta y no fue capaz de ganar en Orriols ni en Las Palmas.
El tren de los milagros se detuvo un mes después del choque ante el Atlético. El temido Sevilla puso en jaque a los rojiblancos que echaron mano de la heroíca para retener los tres puntos. Un tanto de Isma López de tacón en posición irreglamentaria devolvió la ilusión al moribundo, que después de competir en el Camp Nou y superar con apuros al Eibar se jugó todo a una carta en Getafe. El Sporting empató en el Coliseo después de adelantarse en el marcador y que Nacho Cases fuera expulsado. El resultado cercenaba mucho las opciones rojiblancas de salvación, toda vez que el cuadro azulón dependía de sí mismo para repetir una temporada más en Primera. Más difícil lo tenía el Rayo, cuya supervivencia quedaba pendiente de un mal resultado tanto del Sporting como del Getafe.
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El conjunto rojiblanco cumplió y ganó al Villarreal de Marcelino, cuya sinceridad a la hora de confesar sus buenos deseos para el Sporting desencadenó una campaña contra él para desacreditarlo. Al margen de esta polémica, el cuadro gijonés ganó en buena lid al igual que hizo el Betis al Getafe, que compareció en el Villamarín hecho un amasijo de nervios.
La carambola, igual que había ocurrido un año, con el estadio bético también como coprotagonista del guión, había sido propicia para los intereses rojiblancos. El Sporting y su fiel hinchada respiraba aliviada después de una campaña extremadamente complicada. El desenlace soñado permitía al club gijonés mantener su hoja de ruta hacia la consolidación en la máxima categoría.
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Una plantilla remozada
Después de dos temporadas sin cerrar fichajes en propiedad, cabía intuir que este verano la plantilla rojiblanca iba a experimentar una profunda transformación. No obstante, las previsiones se superaron y el club elevó el número de incorporaciones hasta trece. La marcha de futbolistas importantes como Bernardo, Luis Hernández o Jony, unida al fin de la vinculación de los cedidos obligó a rebuscar en busca de sustitutos de garantías.
Después de una pretemporada desalentadora en cuanto a resultados, el equipo abrazó la Liga con el entusiasmo que contagian las victorias. Dos triunfos ante el Athletic y el Leganés, unido al empate frente al Alavés, enarbolaron la bandera del optimismo y desataron una euforia que se ha ido apagando con el paso de las jornadas. Diez jornadas sin conseguir los tres puntos han supuesto una losa para un equipo que ha asomado fuera de los puestos de descenso gracias a los triunfos como local ante Osasuna, Athletic y Leganés.
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El trayecto, como bien reconoció Abelardo, no será fácil y se sufrirá hasta el final. Es el destino de este club y de la afición que siente cada embestida.
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