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Raquel C. Pico
Lunes, 16 de octubre 2023, 07:51
Si quienes llegan a la estación de autobuses de Santiago de Compostela se toman un momento y se paran a ver con detalle qué hay en la zona verde que tienen enfrente descubrirán un detalle interesante. En uno de los extremos hay una huerta urbana. ... No es la única en toda la ciudad. Los huertos municipales están repartidos por los distintos barrios, a los que se suman las huertas y jardines que siguen existiendo —aunque no se les vea— en las traseras de no pocas casas. Santiago es, además, una, pero no la única ciudad en la que sus habitantes pueden coger la azada, disponer unas semillas y esperar a que la tierra dé sus frutos.
Los huertos urbanos —nacidos de la iniciativa municipal o de la de los propios vecinos— están cada vez más presentes en los callejeros españoles. Casi, incluso, se podría decir que se han ido poniendo de moda. Un estudio de 2015 del Grupo de Estudios y Alternativas de la Universidad Politécnica de Madrid —habitualmente citado cuando se habla de esta cuestión— señala que su boom estaba conectado tanto con la crisis económica como con el deterioro medioambiental y la mayor concienciación ciudadana sobre el tema.
A lo que se suma que cada vez más personas piensan en encontrar su propio espacio —aunque sea un pequeño hueco en la terraza— para plantar flores, pero también algún que otro alimento, como fresas o tomates. Cada vez más hay quienes buscan tener su propio huerto.
Pero ¿por qué es tan importante cultivar un huerto? ¿Qué puede hacer por las personas y por los lugares que habitan estos espacios?
El primer beneficio parece evidente. En un momento en el que no se para de hablar de la importancia de reverdecer las ciudades, los huertos son oasis verdes que llenan de naturaleza espacios que hasta entonces no necesariamente lo eran. «Un huerto urbano —y uno en general— es una forma de conocer la naturaleza fundamental», asegura Luis Ferreirim, responsable de agricultura y ganadería de Greenpeace y él mismo hortelano.
Estén o no en la ciudad —porque huertos los hay de muchos tipos y en muy diversas zonas de población—, los huertos nos ayudan a comprender mucho mejor cómo funciona la naturaleza y sus ciclos. Quizás, cabe preguntarse, en un contexto de emergencia climática podrían permitir entender de una forma pragmática qué consecuencias tiene el calentamiento global. «En el huerto vemos todo de forma muy clara», responde Ferreirim.
No menos interesante es lo que el huerto cuenta sobre lo que comemos. Plantar un huerto propio, defiende el experto, permite «recuperar el control» sobre nuestra alimentación, pero también posibilita recuperar semillas y variedades locales, adaptadas a las regiones y sus climas.
El poder educativo del huerto es especialmente positivo para niños y niñas. Ferreirim, que cultiva su propio huerto, recuerda la experiencia de plantar patatas. Para sus hijos, la cosecha fue como «buscar un tesoro». De hecho, el valor educativo de este tipo de espacios se evidencia con el trabajo que ya hacen en muchos centros creando huertos escolares, que permiten comprender de primera mano eso que luego se cuenta en las clases.
Al mismo tiempo, los huertos —sean del tipo que sean— impactan en el equilibrio verde de la zona. «Son islas de biodiversidad», apunta Ferreirim, algo que nutre de desde cómo se usan los recursos —es habitual que sean espacios en los que se hace compost— hasta qué fauna atraen. Solo hay que sentarse una tarde a fijarse en quiénes viven en esos huertos, quiénes son los invitados que recorren esas plantas. Ayudan, en resumidas cuentas, a mejorar la salud de la naturaleza.
Pero, en paralelo, también mejoran la salud humana. Lo hacen tanto a nivel físico —quién necesita el gimnasio cuando ha estado plantando judías o guisantes— como a nivel mental. El valor del huerto es tal que se habla ya de «agroterapia», usar el trabajo en estos espacios para tener una vida más saludable y ayudar a enfrentarse a algunas enfermedades.
Los efectos positivos son, se podría hasta decir, transversales. La jardinería comunitaria, concluyó hace unos meses un equipo científico de la Universidad de Colorado Boulder, en colaboración con el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), ayuda a reducir el riesgo de cáncer y a mejorar la salud mental. «Vayas donde vayas, la gente dice que hay algo en la jardinería que les hace sentirse mejor», recordaba Jill Litt, la autora principal del estudio e investigadora de ISGlobal, en la presentación de conclusiones. Lo interesante era convertir en evidencia científica la percepción de la gente y la investigación les confirmó que ahí había algo.
En su estudio lo hicieron analizando qué ocurría con 291 adultos que no hacían jardinería y lanzándolos a cultivar un huerto comunitario. Tras hacerlo, tenían hábitos más saludables y menos estrés o ansiedad que el grupo de control que no cultivaba. El poder de mejora en la salud mental es algo que ya habían apuntado otros estudios: uno de hace unos años confirmaba que la reducción del estrés y el mantenimiento de la relajación en el momento posterior que tenía el trabajo en un jardín era mayor que el de tomarse un tiempo para la lectura, otra actividad muy positiva para la salud mental.
Como afirmaba Litt en sus conclusiones, «no se trata solo de frutas y verduras. También se trata de estar en un espacio natural al aire libre junto a otras personas». Es algo que también ha visto de forma 'práctica' Ferreirim: a veces, los huertos se convierten en puntos de encuentro y socialización para la vecindad, algo especialmente valioso en una época tan solitaria.
El efecto en la salud es positivo, además, para todos los grupos de edad y para todos los colectivos. Ya hay estudios que señalan que en los colegios puede ayudar a reducir el sedentarismo y a mejorar la atención. El experto de Greenpeace se pregunta si no sería una opción interesante para los centros de mayores, que les permitiría hacer más cosas y en un entorno verde. Hacer huertos adaptados a las diferentes necesidades de sus usuarios —desde movilidad a cuestiones cognitivas— es posible.
«Lo tiene todo. Un huerto urbano es la mejor manera de estar feliz», sentencia Ferreirim. «En las ciudades hay muchos espacios desaprovechados», recuerda.
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