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M. MORO
Martes, 12 de enero 2010, 07:38
La pasarela peatonal de la estación de Jovellanos es, como el fallido paso subterráneo de Carlos Marx, un paradigma del clamoroso fracaso del plan ferroviario de los años ochenta que dividió los servicios de largo recorrido y los de cercanías en dos estaciones diferenciadas casi pegadas. Un plan que quedó de inmediato obsoleto al crecer la ciudad más rápido que lo que había previsto el propio plan y no resolver el problema endémico de la barrera ferroviaria.
El pasadizo -que esta semana será desmantelado sólo en el tramo que une la explanada junto al Albergue Covadonga con el antiguo almacén de Correos- se inauguró en 1990 con la intención de unir los barrios que se encontraban separados por las vías del ferrocarril y la autopista. Se le dotó además de escaleras mecánicas y ascensores que en su época supusieron una inversión de varios cientos de millones de pesetas. Con subidas diferenciadas por Sanz Crespo y la avenida de Juan Carlos I comunicaba por alto dos edificios: el antiguo almacén de Correos y la propia estación de Jovellanos. El primero de los edificios, alquilado a Correos, casi no llegó a utilizarse, porque al poco tiempo la compañía sustituyó el ferrocarril por la carretera en el transporte de la correspondencia.
Sin embargo, lo que verdaderamente hizo caer en desgracia a la pasarela fue un problema de atribuciones. Nunca quedó claro a quién le correspondía responsabilizarse de su caro mantenimiento y, ante la duda, todos se desentendieron desembocando en la ruina de este elemento. El entonces Ministerio de Obras Públicas construyó el paso junto con el resto de instalaciones ferroviarias y una vez concluidas las obras la cedió a Renfe, pero esta empresa siempre renegó de ella porque no le servía para nada con el uso exento que tenía (a través del puente elevado no se podía entrar en la estación Jovellanos ni acceder a los andenes, lo que obligaba a recorrer la pasarela de extremo a extremo). Y el Ayuntamiento también miró para otro lado, al tratarse de un acceso ferroviario.
Y así aconteció que cuando se fueron parando los ascensores o se rompía un cristal o se fundía una luz, nadie la reponía. La construcción del actual paso elevado de Carlos Marx le puso la puntilla, ya que los gijoneses siempre vieron ese puente como más seguro, sobre todo para cruzarlo por la noche.
Convertida en una ruina total, los últimos diez años ha acabado de refugio para indigentes, que la han incendiado en más de una ocasión para marcar su territorio. Uno de sus últimos moradores, José Luis Rodríguez, un 'sin techo' de 51 años, acudió ayer a despedirse de su 'casa'.
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