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Floro: chutes de realidad
EL PERFIL LUIS MANUEL FLÓREZ, 'FLORO'

Floro: chutes de realidad

Hay que tener ganas y valor para creer que la Humanidad es un proyecto con posibilidades

PPLL

Domingo, 13 de diciembre 2009, 03:36

Luis Manuel Flórez es 'Floro' para todo el mundo; ya sean amigos o enemigos, lúcidos o colgados, borrachos como perros o sobrios como monjes budistas. Y Floro es un yonki de la realidad. Se mete realidad en vena, por la nariz y por los ojos para seguir sintiendo que este mundo no es una causa perdida. Floro es un adicto a la realidad por desastrosa que sea, porque la realidad es la única droga que despeja la mente y evita ser adicto a otra cosa que no sea la vida. El hombre y la mujer, deconstruidos hasta la destrucción, pueden volver a ser armados pieza a pieza. Hasta el ideal de Da Vinci que es el emblema de Proyecto Hombre. Perfectos y perfectas. Limpios de polvo y humo, de polvo y paja. Luis Manuel Flórez se lo cree y vive de ello y para ello. Ésa es la máxima.

Hay que tener ganas y valor par sostener a estas alturas del partido que la Humanidad es un proyecto con posibilidades de salir adelante. Que hay un proyecto para el hombre, que hay un proyecto hombre.

Pero Luis Manuel Flórez se lo cree y se lo trabaja, pese a saber que los niños se meten irrealidad en el cuerpo a partir de los 13 años mientras sus padres alucinan con los plazos de la hipoteca, el todoterreno, la cenita de los viernes y el pedo de los sábados. Los adolescentes se ahogan en garrafón hasta el alma, chocan contra las esquinas a partir de las 5 de la tarde de cualquier fin de semana y no son admitidos en la manada si antes no se han puesto hasta las cejas de alcohol de quemar.

Los niños han pasado del chupete al chupito sin escalas intermedias y creen antes en el camello que en los Reyes Magos. Floro los conoce. Y también a las madres con botellas de vodka escondidas entre la mantelería de la boda, y a los padres que no pueden volver a casa sin una sobrecarga de cubalibres en el maletero del alma. Las niñas se empolvan la nariz, sus novios transportan la farmacia de guardia en el bolsillo. Floro lo sabe y lleva más de 20 años diciendo a quien quiera oirlo que todas esas personas y otras muchas no son la mujer barburda, ni el mosntruo del circo: son personas con una oportunidad escondida en alguna parte de su cerebro.

Igual es porque Floro fue cura, jesuita para más señas, y hay almas cándidas que piensan que el hábito hace al monje. El hábito hace más yonkis que monjes, porque, créanme, uno ha visto curas para los que es más fácil hablar de pecado que de perdón, que confuden la caridad con el ropero parroquial y la misericordia con un salivazo de agua bendita. Pero Floro era de los otros y conoció las calles del Madrid de los ochenta, llenas de movida y de droga a partes iguales. Pero mientras los cadáveres exquisitos usaban tabiques nasales de platino en los locales de moda, aquel estudiante de teología en Comillas y unos cuantos amigos andaban por las calles de San Blas, viendo cómo reventaban los cadáveres corrientes y molientes de los yonkis del montón. Proyecto Hombre empezó a funcionar en Madrid en 1985 y el cura Floro se trajo la idea a Asturias en 1986.

Langreano de nacimiento, ya gijonés de adopción a estas alturas, Luis Manuel Flórez dedicó aquellos primeros años de trabajo a poner en pie una entelequia: convencer a la gente de que los drogadictos son gente. Y eso sonaba mal, era difícil de tragar para un mundo que esquiva a los leprosos, señala a las putas y se la coge con papel de fumar. Sin embargo, el entusiasmo de Floro fue tan persistente y contagioso que se apuntaron a la aventura un grupo de gentes tan variopinto que en él cupieron desde monjas de armas tomar, jesuitas con alma de soldado ignaciano, hasta señores piadosos con abrigo loden a los que, años después, daba gloria verlos tomandose una coca cola junto a un ex yonki desdentado.

La idea prendió y a la luz del candil encendido por Floro y sus amigos, empezaron a salir de los agujeros muchos toxicómanos que se daban a sí mismos por perdidos. Allí peregrinaron madres y padres que dieron el paso de asumir que aquel terror que les desvelaba era su hijo. El cura Flórez pateó casas, parroquias, ayuntamientos, sedes políticas y vecinales de toda laya, esnifando la realidad que, a cada paso, le daba más fuerzas para seguir pidiendo ayuda para un proyecto simple: lo humano.

Criticado en algunos círculos por lo expeditivo de sus métodos, no ajeno a polémicas vecinales por su futuro emplazamiento, el Proyecto Hombre ha llegado a ser de la mano de Floro una institución respetada, asumida como propia por Gijón y apoyada por muchas personas que, sin tener nada que ver con la droga, se vieron contagiados por las palabras claras y convincentes del hoy ex cura y padre de familia Luis Manuel Flórez García. Este 'otro' Floro sigue en la brecha veintitantos años después de su deslumbrador descubrimiento en el barrio de San Blas: la droga es problema de toda una sociedad y todo toxicómano puede reconstruirse.

Lo sigue haciendo con su gente, con sus bigotes cada vez más canosos, con su voz profunda y tajante y una capacidad envidiable de quedarse colgado de las personas.

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