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MARIFÉ ANTUÑA
Domingo, 13 de diciembre 2009, 03:32
Una estrecha carretera adornada por los colores del otoño y señalizada con las conchas del Camino de Santiago conduce a un pueblo de cien vecinos con vistas a Rodiles y una iglesia del siglo X. Raro sería ver por estos tranquilos lares a turistas alemanes si no fuera porque el templo es uno de los pocos -y concretamente el último- que lleva el sello del Prerrománico asturiano.
Y eso es un poder de atracción enorme para la parroquia de Priesca, en Villaviciosa, esa a la que da servicio don Daniel, un cura con sotana y levita negra hasta los pies y 48 años de servicio en la zona, que guarda en su casa las llaves de la joya para mostrársela a quien la quiera ver. «Las llaves, en la casa número 2», se puede leer en el cartel exterior de San Salvador de Priesca, un templo de planta basilical y tres naves rectangulares que, pese a un sinfín de avatares, lleva en pie va camino de 1.200 años. Relatan los libros que esta hermosa iglesia fue erigida a la muerte de Alfonso III y consagrada en el año 921. Y dice don Daniel que no es capaz de imaginar cómo sería entonces con total exactitud, aunque sí sabe que su interior estaba lleno de color. Un color perdido por las pestes que obligaban a encalar los edificios públicos para evitar que el mal se propagara aún más y se cobrara aún más víctimas y porque la guerra civil no tuvo piedad con la iglesia rural que se levanta en lo alto de la colina. En la contienda fue incendiada y perdió no sólo su techumbre original sino también todas sus tallas e incluso parte de su encanto, que aún hoy, con añadidos y reformas erróneas, sigue siendo mucho. «Mira», dice don Daniel mirando al alto sobre el altar para mostrar una de las dos vigas de madera originales que aún se conservan en la iglesia.
Queda muy poca madera pero se conserva mucha piedra y un sinfín de historias y de Historia. Tiene don Daniel 77 años -en enero cumple 78 este gijonés de Jove criado en Candás- y con 29 llegó a la parroquia. Entonces, corrían los sesenta, no había consejerías a las que rogar fondos con los que financiar obras y el propio cura y unos cuantos vecinos del pueblo se pusieron a retejar. Las goteras siempre han sido enemigas de una iglesia que no pasaba entonces por su primera restauración, pues ya en 1914 vivió una y tras la guerra civil, otra, y más tarde otra de «dos millones de pesetas» y por fin una en condiciones que terminó en el año 1997 «cuando era presidente Sergio Marqués». Hoy, doce años después, una gotera persiste en dar la lata, aunque sin consecuencias graves.
Más grave es -y ahí está la reclamación de don Daniel- la situación de lo que debieron ser más que hermosas pinturas, entre las que aún se intuye una cruz de los Ángeles. «Estamos esperando a ver si hay presupuesto para recuperar las pinturas originales», dice desde el coro el párroco, mientras relata los problemas que dan las coruxas cuando se cuelan y muestra orgulloso el órgano que compró por diez mil pesetas y que aún hoy suena a gloria, aunque ya casi no haya quien sepa tocarlo.
Su iglesia, la de Priesca, no es lo que fue en el siglo X, entre otras cosas porque donde había una capilla hoy se encuentra la sacristía, porque también se le agregó un pórtico, porque los enterramientos que circundaban la iglesia hoy han desaparecido y porque las hermosas celosías de piedra que permitían la entrada de luz se encuentran en el Museo Arqueológico de Oviedo. El tiempo la ha ido transformando en lo que es hoy, una coqueta iglesia que mira al mar desde una colina y que aspira algún día a recobrar su antiguo color.
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