
RAMÓN AVELLO
Jueves, 22 de octubre 2009, 05:13
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Lo más sorprendente de Horacio Lavandera, el pianista argentino de ascendencia asturiana al que escuchamos dentro de la Semana de Música de Cajastur, no es que toque el piano como el mismísimo Franz Liszt redivivo, sino que en cada obra hay un pianista diferente, sin perder una cualidad interpretativa de una sensibilidad muy personal. En Horacio hay muchos pianistas. Me referiré a ellos, al hilo del fabuloso concierto - ¡Ojo! Es de los grandes! - que interpretó.
Uno de los 'Horacios' es el de Mozart. Comedida expresión del gusto con una técnica heredada del clavecín, sin apenas pedal, equilibrio homogéneo en la pulsación e intencionalidad, sin afectación, en la expresividad de las emociones. Un Mozart transparente, comedido, con una íntima polifonía que el oyente percibe como la mayor expresión de la sencillez. ¡Y qué difícil es la sencillez, en el arte!
Nos vamos al polo opuesto: el virtuosismo circense y de bravura de los discípulos de Liszt y que Lavandera los interpreta no sólo con la naturalidad de quien silva una melodía, sino con una nueva musicalidad que permaneció escondida entre los oropeles del virtuosismo. Estas son sólo dos estampas de Lavandera, que hace que lo aparentemente sencillo sea de una gran complejidad emocional y lo endiabladamente virtuosístico lo veamos como un sugerente y sencillo juego.
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