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Deteriorado aspecto del palacio de Llano Ponte hacia 1970, antes de la rehabilitación del casco histórico. / RAMÓN CAMPRUBÍ
Avilés y Castrillón en la polémica guía de Héctor Vázquez-Azpiri
AVILES

Avilés y Castrillón en la polémica guía de Héctor Vázquez-Azpiri

RAMÓN BARAGAÑO

Lunes, 21 de septiembre 2009, 04:21

En 1994, Ediciones Júcar, del gijonés Silverio Cañada, publicó en una colección de ámbito nacional, la 'Guía sentimental de Asturias', de Héctor Vázquez-Azpiri. La obra ofrece en las pocas páginas que dedica a Avilés y Castrillón (122-126), un panorama desolador y exagerado de la villa avilesina y graves errores en lo que se refiere al concejo castrillonense. El libro levantó indignación en la comarca y el autor tuvo que justificarse diciendo que el texto lo había escrito de memoria, sin acercarse a Asturias, en 1984, diez años antes, para otro editor, y que se había publicado sin su conocimiento y sin haber podido realizar correcciones. El caso es que, desgraciadamente, la guía continuó en las librerías.

Héctor Vázquez-Azpiri nació en Oviedo el 8 de febrero de 1931. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad ovetense y en Madrid. En julio de 1951 fue secuestrado en Celorio (Llanes), donde veraneaba, por el bandolero Bernabé, suceso que trata en su primera novela, 'Víbora' (1955), con la que fue finalista del Premio Nadal. Viajero infatigable, desempeñó diversos oficios y volvió a la literatura diez años después con otra novela, 'La arrancada' (1965), a la que siguieron 'La navaja' (1965), 'Fauna' (1967, Premio Alfaguara), 'Juego de bobos' (1972) y 'Corrido de Vale Otero' (1974). Fue corresponsal de la revista cubana 'Carteles' y de la mexicana 'Visión', además de jefe de deportes de la revista 'Tiempo' y colaborador de Televisión Española. Es autor también de las biografías del cura Merino y del cantante Víctor Manuel, de reportajes históricos, de 'Historias de bandoleros asturianos' (1977) y de 'El viaje del Patricia' (2004).

Avilés

Escribe Vázquez-Azpiri en su 'Guía espiritual de Asturias': «Por Avilés pasaremos de puntillas; es pueblo desorbitado por la industria (en crisis casi siempre) y hay que ponerse a veces bufanda y mascarilla de proa para respirar. Un pena. Antes, Avilés era una ciudad primorosa y enjuta, llena de palacios y arcadas que todavía conserva, pero ahora escondidos, ennegrecidos, avergonzados del follón en el que están. Así el de Valdecarzana, el de Ferrera (sic), Llano Ponte, Camposagrado, o el propio ayuntamiento, con sus trece arcos de piedra y su torre. Todo ha quedado sumergido en una nube oscura a ras de tierra, fétida de minerales abrasados y de escozores de carburo». Panorama desolador y evidente exageración del autor sobre un Avilés que en 1994 no estaba tan masacrado por la contaminación.

«A quien suelan impresionarle los grandes perendengues industriales le quedará la ocasión de contemplar embobado la Siderúrgica, la cosa de Ensidesa y sus parques de carbones más conflictos, con los barcos esperando turno en la parte dragada de la ría. Por allí cerca queda ese puentín antiguo, ahora inútil, cubierto por un túnel de arcos que a uno le recordaba de crío a aquellos carros y carretas entoldados, como los de las películas del Oeste. El puente es lo único que permanece allí de la primera humildad avilesina, antes de la preñez y escarbadura que multiplicó por nueve el número de habitantes y de desasosiegos». Otra evidente exageración del autor, ya que Avilés no multiplicó por nueve sus habitantes con la llegada de Ensidesa, sino por poco más cuatro (de 20.000 a 85.000 habitantes).

Vázquez-Azpiri propone al viajero pasear por la calle de Galiana, «bajo los soportales aromáticos y con los pies firmes sobre el empedrado de losas y guijarros». Y prosigue: «Bajo los escudos de la fuente de San Francisco apenas sale el agua a veces, pero sí que sigue manando con fuerza de los caños de Rivero. El agua de Avilés es la mejor del mundo para cocinar una fabada. Lo supieron a tiempo los Campanal, los primeros a quienes se les ocurrió enlatar el guiso (...) Y, por raro que parezca, un sitio en donde se sigue comiendo bien en Avilés es la cantina de la estación, al lado de la ría, como todo el mundo sabe». Y así finaliza todo lo que la obra aporta sobre la villa avilesina.

Castrillón

Comienza su recorrido Vázquez-Azpiri por este concejo en la playa de Salinas, «la más extensa de Asturias, que encontraremos abriéndose al oeste al acabar la ría. Antes aquello era un bosque de pinos y carrascos al que llegaba un tranvía, con sus abiertas jardineras, de Avilés. Por allá debió de haber un balneario y un casino, y muchos chalets alineados a lo largo de la playa, que mide unos cinco kilómetros». Escribe a continuación: «Después dejó de pertenecer a Avilés, cuando la dictadura de Primo de Rivera y el error Berenguer; entonces se segregó Castrillón, y Salinas pasó a depender de su nueva capital, Piedras Blancas». Lamentable error histórico, sin pies ni cabeza.

«De modo que hoy, y a simple vista, Salinas parece una capital y no es nada más que pedanía, mientras que Piedras Blancas es la capital del concejo y no lo parece; Piedras Blancas sigue teniendo olor y regusto a aldea, a pesar de sus dos o tres semáforos y de algunos edificios altos y evidentemente ramplones. En Salinas hay también edificios muy altos con ascensores y cuanto haga falta; sufrió el encorsetamiento de cemento armado que atribula a las playas españolas».

Y finaliza el recorrido por el concejo diciendo: «Aquí, en Castrillón, pusieron el aeropuerto general de Asturias, en una de las pocas planicies que hay en la región».

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