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«Hay que reutilizar, no es sostenible seguir construyendo»
Cultura

«Hay que reutilizar, no es sostenible seguir construyendo»

Un grupo de expertos, liderados por el arquitecto José Ramón Fernández Molina, alertan del peligro que corre lo que debería ser uno de los grandes activos del Principado Las Conversaciones en el Reconquista abordan el presente y futuro del patrimonio industrial asturiano

ALBERTO PIQUERO

Domingo, 1 de junio 2014, 16:49

Acogieron en esta ocasión las Conversaciones en el Reconquista, patrocinadas por EL COMERCIO, la iniciativa del arquitecto José Ramón Fernández Molina, miembro de INCUNA y de TICCIH España, de ofrecer «una visión global del estado de la cuestión en torno a la recuperación y puesta en valor del patrimonio histórico industrial de Asturias». Entre los especialistas convocados para ese propósito, abrió el turno de intervenciones, aclarando conceptos, Aladino Fernández, profesor de Geografía de la Universidad de Oviedo y exalcalde de Langreo: «No es lo mismo el patrimonio industrial que la arqueología industrial, la cual se corresponde con una disciplina científica que pone en valor ese patrimonio». De otro lado, aludió a la importancia de ese patrimonio en la configuración histórica de la ordenación territorial, que incluye «no sólo los edificios o las máquinas, sino que a través de la política desarrollada por la industria y sus patrones compone una trama urbana completa, desde las viviendas a los colegios, las iglesias, los ferrocarriles o los ensanches de las poblaciones».

Carmen Adams, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, derivó hacia el turismo que puede atraer ese patrimonio, entendiendo que «está muy bien que dediquemos atención a Goya (por ejemplo); pero sería una barbaridad no hacer lo mismo con el patrimonio industrial». Además, concluyeron los expertos, «hay que reutilizar los espacios, no es sostenible seguir construyendo».

José Manuel Pérez-Díaz, exgerente de Valnalón y más conocido por 'Pericles', recordó que fue durante el segundo gobierno de Pedro de Silva cuando se comenzaron a establecer políticas en este sentido. Y Ángel Martín Rodríguez, profesor en la Universidad de Oviedo y en la Escuela de Ingenieros de Gijón, aludió la necesidad de velar también por el «patrimonio intangible», más allá de los soportes físicos, para «rescatar la importancia de cómo se hacían las cosas, los aspectos culturales que rodean al patrimonio».

Asumía Javier Fernández López, director del Museo del Ferrocarril, en Gijón, que «los testimonios pueden ser tanto materiales como inmateriales». Pero ponía la condición, por lo que respecta a los museos, de que cumplieran tres directrices básicas: «conservación, investigación y difusión», subrayando que «el patrimonio conservado ha de ser auténtico, poseer esa singularidad». A modo de ejemplo, ponía el de Samuño, «donde el tren, el pozo y la mina son auténticos, y de ahí su éxito turístico».

El presidente de la Sociedad Asturiana de Filosofía, Román García, mostraba cierto escepticismo: «La región va por otro lado, lo que se promueven son parques temáticos. Y el problema es definir una línea. Además, hemos de tener en cuenta que el patrimonio se construye desde el presente hacia atrás».

No disentía en ese apartado Carmen Adams, aceptando que «somos nosotros (el tiempo presente) quienes otorgamos los valores», dentro de los cuales «una parte imprescindible de la singularidad de Asturias, tan relevante como el prerrománico, es el patrimonio industrial, del que puede asegurarse que es único e irrepetible».

En cuanto a que algunos sectores de la sociedad manifiesten una cierta insensibilidad ante esa riqueza cultural, la licenciada en Historia del Arte Mónica García Cuetos, que trabajó en el entorno del MUSI, hacía memoria de que incluso existieron protestas al desarrollo de Valnalón «porque no echaba humo», síntesis más o menos humorística de que la divulgación en esta materia no ha logrado penetrar en algunos segmentos sociales.

Aladino Fernández remitía a tres argumentos para tratar de calar el mensaje en ese tejido social renuente: «La razón histórica, que hace que nuestra industrialización sea casi tan antigua como la del Reino Unido, lo que nos remonta al siglo XVIII; la geográfica, por su considerable extensión, pues está afectada por la misma un tercio de la región, 3.000 kilómetros cuadrados de nuestro territorio, y en tercer lugar la variedad, que pasa por la minería, la siderurgia, la metalurgia y el conjunto de servicios a su alrededor, desde las viviendas a los jardines».

El decano del Colegio de Arquitectos, Alfonso Toribio, lo abordaba con puntualizaciones: «No es bueno sacralizar, las cosas no son en sí ni para sí. Con la arquitectura del pasado, sucede lo mismo que con los bosques: si no hay nadie en el bosque, el árbol que se cae no hace ruido...». Ampliando, «no podemos llenar el país de museos, es preciso elaborar nuevos usos compatibles a esas pre-existencias; otros usos que no sean los puramente turísticos».

José Ramón Fernández Molina abundaba en esos criterios: «La dimensión del patrimonio no puede dedicarse exclusivamente a usos culturales. Y en cuanto a los museos, son modelos de gestión muy jóvenes que no siempre se han planteado bien. Han de ser generadores de conocimiento y cultura en su justa medida. Pero tampoco se ha de descartar desde el punto de vista político lo que el patrimonio tiene de seña de identidad nacional. Si así se hace en Cataluña, aquí no deberíamos negarnos un idéntico derecho. Y a ello contribuiría una red de museos bien establecida, como la que han puesto en pie los catalanes. Duele que no seamos conscientes», se lamentaba.

Es de discusión común la idea de que acaso Asturias haya incurrido en una proclividad a la edificación museística desorbitada. Javier Fernández López matizaba: «La mayor parte de lo que se llaman museos no lo son. Los que están clasificados oficialmente son diecinueve; es decir, los que se ocupan de la conservación, la investigación y la difusión, lo que va más allá del papel turístico».

Quiérase que no, la evocación del pasado también supone trasladarse a un tiempo en el que los trabajadores fueron maltratados laboralmente o mediante un paternalismo interesado. ¿Produce algún rechazo entre los propios obreros esa huella? A juicio de Javier Fernández López «son muy pocos los ferroviarios que reniegan del entorno en el que cumplieron con su trabajo; en todo caso, puede haber un relación de amor/odio». Volviendo al cauce central, Pericles abogaba porque equipos especializados ponderaran «qué cosas valen y cuáles no», para que no sucediera lo que a él le aconteció en Valnalón, «que tuve que catalogar el inventario en función de mi criterio».

Mónica García Cuetos planteaba una prevención: «El patrimonio requiere ser sometido a una ley, para que nadie pueda hacer un uso de ese suelo que obedezca a beneficios particulares», en la comprensión de que «el mayor riesgo que tiene, es allí donde el suelo se cotiza más». Muy definitoria fue la intervención de Carmen Adams: «Un pueblo civilizado no puede hacer con su patrimonio lo que hicieron los talibanes con los Budas en Afganistán».

Aladino Fernández orientaba acerca de cómo el mapa industrial es capaz de reflejar una ciudad, aludiendo a Oviedo, «casi al modo de un libro». Se hablaba ya de la fábrica de explosivos de La Manjoya, de la de gas, de las de armas de Trubia y La Vega... Capítulos específicos dentro de un marco que también pretende la atención y el impulso de los poderes públicos.

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