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Estrella Méndez, de La Pedrera (en el ímite entre Corvera y Llanera), con una de sus vacas y su perro. :: SERGIO LÓPEZ
El otro lado de la comarca
AVILES

El otro lado de la comarca

A apenas una decena de kilómetros de la ciudad, un auténtico 'paraíso natural' vive al margen de la gran industria y de los centros comerciales

JESÚS GONZÁLEZ

Domingo, 1 de junio 2014, 13:21

El grueso de la comarca avilesina parece vivir ensimismada en sus grandes infraestructuras, su descomunal tejido industrial, sus centros comerciales y su Centro Niemeyer de renombre internacional. Pero apenas a una decena de kilómetros, una pequeña parte de sus habitantes tienen otro ritmo, conocen el nombre de todos sus vecinos y viven en núcleos en los que se habla asturiano y en invierno nieva. «¿Que por qué vivo aquí? ¿Y por qué no? Vivo aquí desde que nací, y se está bien... se vive tranquilo», afirma sorprendido por la pregunta Alberto García Colao, uno de los pocos vecinos de Argañosa, el último pueblo de Illas antes de llegar en Candamo y salirse, de ese modo, de la comarca. «Antes todavía quedaba Faéu, pero ahora allí sólo suele venir un paisano a cuidar las vacas, pero vive fuera», dice apuntando a un lugar entre «'la ñublina'» que cubre el pedazo de 'paraíso natural' que aún conserva la comarca. Argañosa, La Pedrera, La Peluca, Calabaza, La Menudera o Faéu Inclán (con apellido, para distinguirlo de otros 'faeos' de concejos limítrofes) son algunos de los lugares que componen esa 'otra cara' de una comarca que es mucho más que Avilés, Piedras Blancas, Las Vegas, Salinas, Los Campos, Raíces o Trasona. Con la única salvedad de Gozón, las zonas rurales de los concejos de la comarca esconden rincones por ahora libres de turismo rural en los que vive una población que sigue dedicándose a tareas agrícolas y ganaderas, pero que en mayor medida viven de otras actividades o de una pensión de jubilación.

«Antes, todo el mundo en los alrededores tenía cinco o seis vacas. Ahora, alguno alquila la finca para las vacas de otros, pero eso ya se acabó», señala Gabino Suárez, presidente de la asociación de festejos y a quien remiten los vecinos de Pulide para cualquier cuestión que tenga que ver sobre el pueblo.

Pulide es una localidad a caballo entre Castrillón y Candamo que durante su jira festiva anual congrega a miles de romeros. Muchos más de los que cabría pensar de una población con catorce casas, «ocho en Castrillón y seis en Candamo», en la que hace años llegó a haber dos bares «uno en Castrillón y otro en Candamo», pero que hoy tiene su principal lugar de reunión en el centro social habilitado en las antiguas escuelas, ya sin niños.

Pulide parece un pequeño pueblo de monte en un lugar recóndito de Asturias, aparentemente alejado de los ruidos de las autopistas, de las torres de alta tensión, de los humos de la industria. A esa sensación contribuye la principal tacha que Gabino Suárez le pone a su pueblo: «tienes cuatro carreteras para llegar, desde Argañosa, desde La Ramera, desde Pillarno o desde la Ferrería, pero en ninguna pueden cruzarse dos coches. Yo, que no soy muy bueno yendo marcha atrás, ya me encontré alguna vez con un camión cargado de madera y acabé bajándome para que moviera mi coche el conductor y se apañara», relata.

Una tupida red de 'caleyas' con «una mala señalización», componen la red viaria de esa otra comarca avilesina. Se dice que, siguiendo de frente, se llega a cualquier parte más pronto que tarde, pero lo cierto es que no es difícil perderse, aun con GPS, y a menos de quince kilómetros del Carrefour más cercano.

Pero para quienes las han recorrido toda la vida, el problema no son precisamente las distancias. «Esto es lo mejor para vivir. Sólo necesitas un coche a la puerta», apunta Olga García, esposa de Gabino.

Ella no cambiaría Pulide por nada del mundo. «Yo en un piso me siento encerrada, ¿yo en un piso? Ni hablar. Esta libertad que tienes aquí...», afirma. Su marido no lo tiene tan claro. «Yo viviría a temporadas en Benidorm, porque aquí en los inviernos me ahogo, y cuando voy allí estoy infinitamente mejor», asegura Gabino Suárez de la única alternativa que estudiaría para dejar de vivir en su particular pedazo de paraíso rural.

Todos los servicios

Y esa condición de paraíso no responde únicamente a la estampa bucólica de los 'fayeos' y castañales, de pastizales y montes que se han de cruzar para llegar a Pulide. «Es que estamos a un cuarto de hora del aeropuerto y a diez minutos de la autovía del Cantábrico, a cinco minutos de Piedras Blancas y muy cerca de Avilés», explica Gabino Suárez. Lo tienen todo.

Una sensación similar es la que tienen a unos pocos kilómetros de distancia, en La Peluca. Cuatro familias residen en este núcleo corverano limítrofe con Llanera y cuyo mayor inconveniente es, también, el estado del vial de acceso. «Lo de la carretera es tercermundista», afirma María Josefa Menéndez acerca de los múltiples baches -más bien socavones- que esconde la carretera que une Los Campos con Trubia, y de la que parte el desvío a su pueblo.

Por lo demás, Menéndez no ve mayores inconvenientes, más bien ninguno, a vivir en la ladera en la que se asentó La Peluca, a escasa distancia de Arlós, cerca de Bango y frente con frente con las dos casas de La Pereda. «Aquí tenemos alumbrado, nos recogen la basura una vez a la semana... la verdad es que estamos bien atendidos», afirma.

En La Peluca nunca hubo escuela, estaba la de Bango, donde tienen un centro social. Pese al mal estado de la carretera, tienen a menos de diez minutos el centro de salud de Las Vegas, el centro comercial de Trasona, la autopista... No falta de nada.

Esa opinión es general entre la mayoría de los que residen en ese otro lado de la comarca. Aunque no a todos les lleguen los mismos servicios y con la misma calidad. Es lo que ocurre en La Pedrera, a escasos doscientos metros de La Peluca, y donde sólo quedan dos casas habitadas. «No tenemos alumbrado y el camino está sin asfaltar. Da igual donde vaya, que no me hacen caso», protesta Estrella Méndez. «No tenemos los mismos servicios, desde luego, aunque pagar, paguemos los mismos impuestos que todos», añade. Ella mira con cierta envidia a sus vecinos de Arlós, ya en el concejo de Llanera, y a unas decenas de metros de su casa. «Allí están mucho mejor, tienen un centro social que está bastante bien, mejor que el de Bango», añade.

En el caso de La Peluca y La Pedrera pueden 'presumir', no obstante, de contar con transporte público. Aunque sus horarios son completamente inoperativos, casi un sinsentido. «Hay un autobús que te baja a Las Vegas a las 12 y cuarto, pero luego no tienes para volver, salvo que no te bajes y vuelvas directamente», explica María Josefa Menéndez de una situación en la que previamente también puso el acento Estrella Méndez.

En esa zona de Corvera, los límites con Llanera son confusos. Ríos y 'regatos' marcan las lindes y «hay que fijarse en los 'finxos'», apunta un hombre junto a Estrella Méndez. No muy lejos, además, se entra ya en Illas.

Esa confusión de límites se da entre Calabaza, en Corvera, y Ferroñes, ya en Llanera; en La Laguna -se reparte entre Castrillón, Corvera e Illas-, o en el caso ya citado de Pulide, entre Castrillón y Candamo. «Aquí todos los servicios los da Castrillón», cuenta Gabino Suárez. El alumbrado público, el suministro de agua, la recogida de basuras... todos esos servicios los presta el Ayuntamiento castrillonense, «que luego le pasa la cuenta a Candamo».

Acuerdos de ese tipo se suceden en todos los límites de los concejos de la comarca. El Ayuntamiento de Corvera, por ejemplo, tiene un acuerdo similar con Carreño para ofrecer los servicios públicos básicos a la única casa de Cotarón, frente a Trasona, que se ha quedado atrapada entre las instalaciones industriales de la zona.

Vertedero

En otros casos, los inconvenientes de vivir en los límites del concejo son de otro tipo. Águeda García está también encantada de seguir viviendo en la misma casa en la que nació, en un pueblo que tiene casi todos los elementos de una estampa bucólica de anuncio de central lechera, a menos de cinco minutos en coche de todo tipo de servicios. Pero, periódicamente, un sonido sordo, como una pequeña explosión, rompe ese clima. «De no ser por eso que tenemos ahí detrás, esto sería perfecto», afirma la residente en la última casa de Campañones antes de entrar en el concejo de Llanera.

En esa zona, en la que confluyen los concejos de Corvera, Llanera y Gijón, se ubica el vertedero central del Consorcio para la Gestión de Residuos Sólidos de Asturias (Cogersa), y a poca distancia, la prisión de Villabona. Pero al margen de la carga simbólica de la coincidencia de ambas instalaciones, la que de verdad resulta un incordio para Águeda García es la primera.

«No sé qué es ese ruido, si son los camiones al vaciar la basura o cualquier otra cosa que hagan, pero si no fuera por eso, vivir aquí está muy bien, tenemos todos los servicios», añade.

El orgullo por su pueblo que muestra Águeda García es común al de todos los demás habitantes de esa otra comarca que vive alejada de ruidos y olores mucho más penetrantes y continuados de los que puede soportar ella en Campañones. «Aquí se vive bien», repiten por toda la comarca quienes dependen del coche para hacer unas gestiones que, en muchos casos, tampoco son su día a día.

«Los lunes, a Avilés; los miércoles, a Piedras Blancas (días de mercado), estar con los hijos cuando vienen de visita, trabajar un poco la tierra...», explican Gabino Suárez y Olga García de su agenda semanal en Pulide. «Aquí somos pocos vecinos, y llevamos una vida tranquila», añade Alberto García Colao, en Argañosa, en Illas, en un momento de pausa mientras trabajaba en la cuadra de su casa -un día, años atrás, también había sido el bar del pueblo-, custodiado por dos hermosos mastines. Llueve y la 'ñublina' ya se cerró sobre los prados de la zona. A pocos cientos de metros de su casa, siguen en pie las viviendas de Faéu Inclán, el que fuera el último pueblo de Illas y que hoy ya es uno más de los cientos de núcleos deshabitados del 'paraíso natural' que tantos turistas atrae pero que, en el caso de la comarca, es aún un gran desconocido.

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