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IDOYA REY
Lunes, 26 de mayo 2014, 04:28
En dos años y medio de vida, La Madreña, el centro social ocupado y autogestionado instalado en el edificio que Sedes tiene en General Elorza, ha conseguido que las calles de la ciudad se llenen en una manifestación como no se ven muchas. Más de 3.000 personas marcharon el pasado miércoles por el centro de Oviedo en protesta por la orden de desalojo que esta misma semana les obligará a dejar vacío el inmueble. No será, sin embargo, el fin de La Madreña. Eso lo dejaron claro los usuarios.
Saben que a un desalojo puede seguir otra ocupación, o que el Ayuntamiento termine cediéndole otro inmueble o, incluso, les pueden legalizar. Lo saben porque no son los primeros. Los movimientos de ocupación no son nada nuevo. En Asturias hay varios ejemplos de algunos frustrados, pero en los últimos años han sido un buen número de espacios sociales, culturales y políticos de este tipo los que se han consolidado en todo el país. Unos tan sofisticados en su organización como Kukutza de Bilbao han terminado por desaparecer, mientras surgen otros nuevos como Tabacalera de Madrid y muchos que resisten, léase el Patio Maravillas. Aunque tal vez el caso más emblemático de legalización de un centro okupa sea el del Ateneu Popular Nou Barris de Barcelona. En la transición, el movimiento vecinal consiguió transformar una antigua fábrica en desuso en un centro cultural con escuela de teatro y circo, que finalmente fue legalizada por el Consistorio.
Su común denominador es la ocupación de espacios abandonados, edificios sin vida por la especulación urbanística o espacios degradados que se convierten en parques o huertos urbanos. Siempre, cuentan sus protagonistas, con la denuncia de trasfondo y con la intención de dotar a la ciudad de espacios comunes. Estas son algunas de sus historias.
Desalojo y nueva ocupación
Patio Maravillas
El centro social ocupado y autogestionado del barrio de Malasaña cumplirá pronto siete años. Aunque no llevan todo el tiempo en la misma ubicación. Ocupó inicialmente un antiguo colegio, un edificio catalogado que el Ayuntamiento de Madrid planeaba cambiar de categoría en el Plan General de Ordenación Urbana. La intención del propietario, bajo sospecha por otras operaciones, era construir viviendas. Por eso fue ocupado y transformado en un centro social tres años. Los tribunales terminaron por desalojarles, «pero el edificio no se pudo recalificar para viviendas. El propietario terminó por cederlo a la parroquia», comenta Gonzalo Garate, uno de los miembros de el Patio Maravillas.
El mismo día del desalojo nació el nuevo Patio Maravillas, en la calle Pez. Esta vez, el inmueble era de un propietario que había logrado echar a los inquilinos de renta antigua y luego quedó rendido al deterioro. El Ayuntamiento tuvo que proceder a su conservación para luego reclamar al dueño el coste de los trabajos. Pero el propietario se negaba a pagar si antes no recibía la licencia de obra. En esos pleitos andaban cuando el inmueble fue ocupado. «Lo importante es tener estos centro sociales porque son una herramienta clave para el desarrollo político o cultural, son escuelas de democracia», describe Garate. Allí se desarrollan actividades en una vertiente cultural y otra más política y está abierto a todos los colectivos autogestionados que lo usen.
En la ubicación de la calle Pez, el Patio Maravillas tuvo también un proceso de desalojo, pero el juez dijo que no había lugar al mismo por un error en la forma de plantear la denuncia. Fue contra una asociación, «y dijo que como mucho podía desalojar a esa asociación y no al resto». Aunque ahora el Patio Maravillas ha lanzado una campaña en busca de apoyo. El edificio ha cambiado de manos, y la nueva propiedad ya se ha puesto en contacto con ellos para que lo abandonen. La asamblea ha propuesto un proceso de negociación y busca ser reconocidos por el Consistorio para lograr la cesión de espacios públicos. Han lanzado una web para alcanzar los 5.000 apoyos.
Una cesión en Lavapiés
Tabacalera
El caso de Tabacalera, en el madrileño barrio de Lavapiés, muestra como los movimientos de ocupación que se extendieron por el barrio en los años 80 y 90 llegaron a un cesión por parte del Ministerio de Cultura. De esos movimientos surgió en 2004 una serie de debates sobre ese edificio, la antigua Tabacalera, que permanecía vacío «en un barrio con pocos recursos públicos». La intención de las autoridades era hacer un museo de artes visuales, pero se impugnó el concurso público por errores en la asignación a un estudio de arquitectos que provocó el retraso.
«Cuando se repitió el proceso el mismo estudio de arquitectos salió como adjudicatario, pero llegó la crisis y ya no había dinero y el museo nunca se puso en marcha», explica Samuel Martínez, miembro de Tabacalera. El edificio quedó vacío hasta que en 2010 la Dirección General de Bellas Artes se puso en contacto con aquellos que habían organizado las jornadas de debate. La propuesta pasaba por ceder un breve tiempo las instalaciones para hacer una exposición sobre las iniciativas que allí se habían debatido. Así nació la cesión que ha ido evolucionando. «Luchamos por crear un marco jurídico más estable. Que no sea un contrato, sino una cesión». Ahora organizan talleres, ciclos, proyecciones, trabajan colectivos de artes escénicas, circo, danza o artesanía. Siempre desde el punto de vista de la economía social. «Son cosas como las que se hacen en La Madreña, centro que conozco y apoyo», dice Martínez.
Un caso paralelo a La Madreña
Valcárcel en Cádiz
Como La Madreña, tras el movimiento 15-M fueron muchos los centros sociales ocupados y autogestionados que proliferaron, entre ellos el de Valcárcel en Cádiz, que contó con gran apoyo de la ciudadanía. El colectivo ocupó el edifico de Valcárcel, «un antiguo colegio y hospicio declarado BIC, que fue cedido a la ciudad en el siglo XVII», relata una de las usuarias que prefiere mantener el anonimato. A pesar de ser público y estar protegido fue vendido a una empresa privada que planeaba construir un hotel. Estuvo diez años cerrado y ahora mismo, la empresa y la diputación están en un proceso judicial por la propiedad.
La ocupación pretendía recuperar ese espacio público para la ciudadanía. Allí, durante los nueve meses que tuvo presencia el centro social hasta que se produjo el desalojo, se organizaron talleres de todo tipo, se instaló una biblioteca con 3.000 libros cedidos, se permitió que familias del barrio celebraran cumpleaños infantiles, y fue local de ensayo para las chirigotas de los más pequeños. «Permaneció con una organización horizontal y con las puertas abiertas a la ciudadanía».
Pero se produjo un desalojo pacífico. Ahora solo queda el papel y la tinta de los libros y restos de los materiales usados. Porque, como en La Madreña, hay seis usuarios imputados por un presunto delito de usurpación que espera fecha de juicio. Valcárcel sigue vacío.
El centro por excelencia
Kukutza en Bilbao
Decir Kukutza es hablar del centro autogestionado por excelencia. Durante 13 años funcionó como un gran centro cívico alternativo del barrio de Recalde, en Bilbao. Amas de casa, niños, jóvenes, amantes de la literatura, el circo, los deportes y la buena mesa... todos tenían espacio en el gaztetxe. Llegaron a tener un rocódromo de 10.000 metros, una cocina con capacidad par dar comidas para 150 de comensales, una zona de skate, servicio de reparto de bicicletas del ayuntamiento. En la antigua fábrica se llevaron a cabo galas de circo, malabares, se celebraban cumpleaños y las amas de casa de la zona trasladaron su taller de manualidades a la Kukutza cuando se quedaron sin espacio.
Todo comenzó en 1998, cuando un grupo de jóvenes decidió ocupar una fábrica de candados abandonada desde los años 80. Al año siguiente llegó la primera orden de desalojo, pero un juez la archivó y todo siguió hacia delante. Durante más de un década el barrio y toda la sociedad de Bilbao utilizaba el centro. «Había un conserje que tenía las llaves, un servicio de limpieza, estaba todo muy bien organizado pero el problema es que molestaba demostrar que se podían hacer bien las cosas y el centro autogestionado funcionaba muy bien». El que lo cuenta es Iñaki Carro que conoce muy bien la historia. No solo era usuario, sino que además como abogado se ocupó del caso. En la Kutkuza todo el barrio se volcó con la autogestión.
El problema llegó en 2011 «cuando nos comentaron que unos promotores inmobiliarios que estaban encausados pero no castigados por causas en Castrourdiales» eran los dueños del solar y querían hacer viviendas. La noticia cayó como un jarro de agua fría ya que «lo que sabíamos es que la propiedad era de una familia que nunca se supo dónde estaba. Cuando adquirieron la parcela los promotores cambiaron la licencia de suelo industrial a urbanizable». Tras meses de lucha, de un pueblo echado a la calle, finalmente la orden de desalojo se hizo efectiva y abandonaron el solar. «El desalojo fue totalmente irregular porque la constitución habla de la función social de la propiedad. Además no se puede condenar penalmente a quien ocupa un edificio, una cosa es no tener derecho y otra, ser un delito». Hoy la fábrica de candados ya no existe y el lugar de encuentro, que daba servicio a toda la sociedad, es un solar vacío que acumula basura.
Once meses de vida
Flex en Gijón
El 11 de julio de 2008 un grupo de jóvenes decidió dar vida a un edificio de Flex abandonado desde hacía una década en el barrio de La Calzada (Gijón). Ese día entraron por primera vez en el local que durante once meses fue sede del Centro Social Okupado y Autogestionado La Reflexón. Un sinfín de actividades, conciertos, charlas y deportes devolvieron el esplendor. Fue un movimiento de gente joven que echaba de menos un espacio donde desarrollar actividades para todo tipo de público. Cuando pisaron por primera vez El Reflexón tuvieron que hacer reforma y rehabilitar la sede. A partir de ahí, tiempos buenos. Llegaron a construir, a partir de materiales propios, una pista de skate, ofertaron clases de llingua asturiana, de guitarra, español para inmigrantes, veladas poéticas, charlas, conciertos... Incluso, recuerda Xaime Aranda, llegaron a asistir en El Antroxu de La Calzada. Pero once meses después, el 5 de junio de 2009, llegó la orden de desalojo. «A las doce de la mañana se presentó el secretario judicial y nos retiramos porque en ese momento no había la fuerza que hay ahora», explica Xaime Aranda.
Movimiento estudiantil
Cambalache en Oviedo
A partir de un movimiento estudiantil de la Universidad de Oviedo interesado por la educación se pensó en buscar un local para llevar a cabo actividades culturales. Encontraron el lugar y lo acondicionaron. Así, hace once años arrancó Cambalache, un colectivo autogestionado que cuentan con socios, han creado una editorial y han puesto en marcha una librería. Además, trabajan sobre tres líneas: la inmigración, el feminismo y la ecología. Cada uno de los socios y usuarios colaboran con cuotas (la cuantía depende de la situación particular). El espíritu de Cambalache es el mismo de la Madreña, pero «desde el primer momento buscábamos una estabilidad, un local de alquiler», explica Eva, una de las usuarias.
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