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Bustiello, realidad y ficción de un poblado minero
Cultura

Bustiello, realidad y ficción de un poblado minero

La novela de Laura Castañón 'Dejar las cosas en sus días' ha servido para rescatar del olvido el paternalismo industrial que impulsó el segundo marqués de Comillas y que tuvo en el poblado minero de Bustiello su máxima expresión. Realidad y la novela se funden

M. F. ANTUÑA

Domingo, 16 de febrero 2014, 09:37

La literatura tiene un efecto reactivador de la memoria, es capaz de revitalizar un pasado presente que permanece en estado latente. Y precisamente eso ha sucedido en el poblado minero de Bustiello (Mieres), protagonista de la novela de Laura Castañón 'Dejar las cosas en sus días' (Alfaguara, 2013), cuyos años de Acción Católica y paternalismo industrial han renacido negro sobre blanco y también en la realidad de la mano del Centro de Interpretación, que trata de contar ese ayer y que ha buscado los personajes de carne y hueso que pueden tener un correlato con la parte de la novela que se desarrolla en el primer tercio del siglo XX.

El primero de los protagonistas de la historia que aparece en la ficción es cien por cien real. A él se debe el poblado de Bustiello, un personaje en sí mismo en la obra de Laura Castañón. Su nombre, Claudio López Bru (1853-1925), segundo marqués de Comillas y que aún hoy tiene abierta una causa de beatificación. Fundador de la Acción Católica Española y el padre -y valga la redundancia- del denominado paternalismo industrial que de la mano de la Sociedad Hullera Española se asentó en Mieres. Se buscaba el obrero perfecto y feliz y se le quiso dar cobijo también en un lugar perfecto y feliz. Nace así Bustiello, catalogado como excepción dentro del patrimonio industrial asturiano, que se levantó y tomó forma entre 1890 y 1925. Iglesia, un monumento, un casino, una escuela, un sanatorio y los alojamientos para ingenieros y obreros constituyen un enclave que trasciende con creces y por todo lo alto las construcciones obreras de la época.

He aquí uno de los personajes clave, al que en la realidad de hoy se le dedica, en uno de los antiguos chalés (el de don Isidro), el Centro de Interpretación, que no se detiene solo en la historia del poblado, sino que trata de adentrarse y descubrir elementos fundamentales del pasado industrial asturiano. De hecho, reabre hoy sus puertas con nuevo material. «Hemos intentado trabajar con la gente para trasladar la información al público», dice la historiadora María Fernanda Fernández, guía del centro, y que explica cómo, por ejemplo, recientemente se hicieron con ocho litografías únicas en España de la primera campaña de prevención de riesgos laborales que se puso en marcha en el país, una donación de un particular, y ahora suman a ella una placa original de de la primera locomotora del viejo ferrocarril que servía a las minas. Disponen, además, de una colección de getones, fichas o monedas que acuñaban las compañías mineras de la época para el pago en sus económatos. «En Mieres se acuñó moneda, entonces todo pasaba por la compañía: la casa, la comida, el colegio...»

La Sociedad Hullera Española era un entramado empresarial enorme y su responsable en la ficción ideada por Laura Castañón se llamaba Benito Montañés y era madrileño. Padre de trillizas y de otros tres hijos-varón y dos hembras-, mantiene una relación epistolar fluida con el marqués de Comillas, al que informa de todo lo que acontece en la comarca y al que admira profundamente. Su hija Claudia, ahijada del marqués, adquiere un protagonismo mayúsculo en una novela sin duda muy coral. Pues bien, en el Centro de Interpretación del poblado minero se han afanado en encontrar al que podría ser el trasunto real de Montañés, Manuel Montaves Martínez: «Es una figura clave en la historia de las Minas de Aller y, claro está, en la organización de la Sociedad Hullera Española. Su papel como gestor y fiel servidor de los intereses, voluntades e incluso obsesiones, de su patrón (don Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas) es clave para obtener la eficaz implantación de aquellos ideales propios del empresario católico y aquellos proyectos, bien diseñados y planteados, por el ingeniero francés que logró dar forma al sueño, don Félix Parent», según queda reflejado en el reportaje publicado en la web del centro que rescata su historia y sus imágenes, logradas a través de su biznieto Xavier Corominas.

Madrileño nacido en 1855, llegó a Asturias en 1883 como ayudante del ingeniero director. En 1885 pasa a ser jefe de servicio, en 1893, subirector de la Sociedad Hullera Española y en 1901 alcanza la dirección que ocupó hasta su muerte en 1919. Es curioso que ambos -Benito y Manuel- también tienen algunas coincidencias trágicas en su vida familiar. Ambos quedaron viudos y hubieron de educar a sus hijos solos. Manuel no tuvo trillizas, pero sí gemelas y perdió a un hijo joven, como también ocurre en la ficción. Una de sus hijas, Manuela, casó con Juan Rovira, ingeniero de las minas y que habitó el chalé que hoy ocupa del Centro de Interpretación. Hay también en la ficción un ingeniero, Gustavo Bartomeu, con un rol destacado en la historia.

Pero si hay un lugar que adquiere vida propia en la obra es la casa que habita la familia Montañés en Pomar y en la que juegan, viven, crecen y se enamoran Sidra, Manuel, Begoña, Paloma, Almudena y Claudia, los hijos de Benito Montañés. Ese lugar literario existe y está en la parroquia de Santa Cruz. Es la finca de Pomar de Frades, rebautizada como la «finca les mellices» en honor a Fe y Esperanza Montaves Zubizarreta, las hijas gemelas del que fuera director real, que habitaron la vivienda hasta la llegada de Hunosa, a partir de 1967. Casi ocho décadas vivió allí la familia. «Constituye, por su diseño y configuración, un ejemplo característico de la arquitectura desarrollada por las compañías, lejos de alharacas esteticistas o inversiones cara a la galería: bien pensado, la Hullera Española sólo se 'dejó llevar' al erigir la capilla del Sagrado Corazón de Jesús de Bustiello, pero en el resto de construcciones de carácter residencial, primó la funcionalidad y la mesura, tanto en la gerencia de Ujo como en este caso que nos ocupa», detalla el reportaje realizado en el Centro de Interpretación. Relata cómo el referente es la construcción tradicional asturiana y cómo con los años fue cambiando de aspecto hasta llegar al actual. También cómo contaba con lujos insólitos para la mayoría de las casas de la época, como biblioteca, despacho y sala de billar. «Son esas dependencias, y esas vivencias, las que palpitan en las páginas de la novela: la biblioteca como reducto inexpugnable de don Benito, lugar de introspección, confesión cotidiana y epistolar al marqués, lugar de decisiones y poder. La escalera, donde las trillizas se sientan y confabulan y sufren los avatares de sus vidas. La galería en la que aquellas mismas nenas bordaron ajuares para bodas no celebradas», se revela.

El pasado que trasciende la ficción está escrito solo en parte y aspira a crecer día a día de manera realista con la ayuda de quienes lo vivieron. Explica María Fernanda Fernández, que su trabajo pasa por desenterrar muchas más historias y hacerlo con el apoyo de quienes fueron testigos sino ya directos sí por referencias del aquel poblado. «Trabajamos para preservar la memoria colectiva», señala Fernández, quien revela que mucha gente empieza a ser consciente del valor que tiene el patrimonio industrial. Y como ejemplo, la placa de locomotora de 1894, la primera que tuvo la empresa, que acaba de incorporarse al centro. La máquina se vendió para chatarra pero quien ahora la dona rescató la placa sabedor de su valor va más allá del de un simple pedazo de hierro. Ya está a buen recaudo y a la vista de todos.

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