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¿Quién mató a la ballena vasca?
Aula de cultura de 'la Voz'

¿Quién mató a la ballena vasca?

Según explica el biólogo Carlos Nores no fueron los vascos, sino holandeses, británicos y daneses

J. F. GALÁN

Viernes, 24 de enero 2014, 10:41

¿Quién extinguió a la ballena vasca? Pues no fueron los vascos, término que antaño, y en algunos lugares aún hoy, no se aplicaba únicamente a los habitantes del País Vasco, sino a los de la franja costera del Cantábrico, de la Bahía de Vizcaya. Fueron los pescadores, o mejor dicho cazadores, de los países del norte de Europa, fundamentalmente holandeses, daneses y británicos, quienes la borraron del mapa, o al menos quienes le dieron la puntilla.

Fue la conclusión a la que llegó ayer el biólogo gallego Carlos Nores, profesor de Zoología en la Universidad de Oviedo, pionero en España en acudir a la historia para estudiar las ciencias naturales y ponente de una nueva conferencia del Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS. Enmarcada en el ciclo de divulgación natural desarrollado en colaboración con el colectivo ornitológico Mavea, su título era precisamente ese '¿Quién extinguió a la ballena vasca?'

A priori no resulta un tema con gran poder de convocatoria, pero la realidad es que la charla, impartida en el Centro de Estudios Universitarios, congregó a numeroso público: naturalistas, biólogos y amantes de la mar, deseosos de conocer algo más sobre una actividad que durante siglos jugó un papel crucial en la economía de la costa cantábrica.

La ballena vasca era su principal presa. Tenía la desgracia de ser lenta, unos dos nudos, generosa en tejido adiposo y de nadar cerca de la costa. Estos tres factores fueron su perdición y también la salvación de los rorcuales, mas finos y rápidos que sus primas. Aunque la carne de ballena no era muy apreciada, la grasa sí. Ni huele ni humea, idóneo para los candiles. Como flota, el mar no engullía a las ballenas vascas una vez muertas, facilitando la tarea de remolcarla a puerto, y su lentitud permitía a los balleneros perseguirlas en embarcaciones a remo. «Quizá esté ahí el origen de las carreras de traineras», dijo el ponente. En cuanto a su tendencia natural a arrimarse a la costa, facilitaba a los atalayeros la tarea de detectarlas desde tierra.

Al margen de la grasa, sus mandíbulas y costillas servían para hacer, por ejemplo, dinteles para puertas y ventanas, factores que también contribuyeron a su caza. Precisar cuándo comenzó no resulta sencillo. «Se han encontrado restos de ballena en el yacimiento de La Campa de Torres (Gijón) datados en el siglo III antes de Cristo, aunque no significa necesariamente que ya se cazasen. Podía tratarse de ejemplares varados en la playa», advirtió Nores. Hay que saltar al siglo XI para encontrar, en Bayona (Francia), los primeros textos que documentan la práctica de la caza de ballena por estas latitudes, y al XIII para hacerlo en Asturias. Primero en Perlora, Carreño, y después en Ribadesella, Gijón, Lastres, Cudillero y Puerto de Vega, principales puertos balleneros asturianos.

Era caza tradicional, a remo, con arpones y sangraderas, especie de lanza utilizada para matar al animal. «El arpón solo servía para sujetarlo», precisó el ponente. Las crías eran el primer objetivo. Más lentas que los adultos, sus madres nunca las abandonaban, instinto que les costaba la vida. El caso es que, según explicó Nores, la mayoría de las piezas que se cobraban eran hembras en edad reproductora y crías. Los machos se salvaban, pero cada vez tenían más problemas para aparearse.

La ballena vasca pasaba el invierno en las aguas que le dan nombre. Con la llegada de la primavera emigraba hacia el Norte, y los vascos iban detrás. Así fue como ingleses, daneses y holandeses se enteraron que cazar ballenas era un negocio rentable. Según Nores, lo hicieron a escala industrial, con grandes barcos, primero de vela y después de vapor, con cañón de arpón y tripulaciones -todo hay que decirlo- vascas.

Los avances tecnológicos terminaron de borrar de la faz de los mares a la ballena vasca. ¿O quizá no? «En los últimos tiempos se han avistado algunas. La última en Azores, en el año 2009», concluyó Carlos Nores.

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