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ANA SALAS
Domingo, 12 de enero 2014, 10:30
La Quinta del Texu es el nombre de un colegio ubicado en una quinta en desuso en Villaperi, en la que aún quedan aperos de labranza y las instalaciones de otros tiempos. Apenas se escucha el ruido de los coches un día de densa niebla y suave lluvia. Pocos signos indican que allí hay un centro escolar: unas ruedas colgadas de los árboles a modo de columpio y varios rastrillos en la arena indican esta posibilidad. Buena parte de la quinta no la utilizan porque son solo 16 niños de entre 2 y 5 años los que asisten a este particular colegio ubicado en una antigua casa adaptada.
Un grupo de familias, 15, han creado una cooperativa y puesto en marcha el centro que espera el permiso de la Consejería de Educación para la Educación Infantil y para la Primaria. En breve confían que recibir el primero y para el próximo curso disponer del segundo. Para empezar a funcionar como un verdadero colegio, pero no al uso.
El proyecto está enmarcado «en las escuelas libres o la pedagogía activa», explica Ana Menéndez, madre de una niña de 3 años y cooperativista. Quieren respetar su ritmo de aprendizaje y que cada niño se desarrolle en función de sus intereses. «Hay quien dice que el cerebro es un libro blanco que hay que escribir o que está lleno de semillas que necesitan la luz y temperatura idóneas para que brote y sea tal y como es», continúa Menéndez, que piensa que a través de este modelo educativo, similar al que se desarrolla en Finlandia, sus hijos «pueden tener tanta autonomía como para decidir qué hacer y eso desarrolla el cerebro y la inteligencia emocional». Dice que los niños son más autónomos, que tienen más capacidad de fomentar su creatividad y su decisión.
Ocupan la planta baja de la casa pensando en acondicionar la superior para cuando lleguen los alumnos de Primaria. Es diáfana, sin clases. En la entrada dejan los zapatos y los abrigos. Entran descalzos y pueden recorrer (y correr) la escuela más o menos a su antojo.
En una zona hay una cocinita, un teatrillo y un supermercado; en otra, un colchón con vistas a un bonito entorno rural (y a un tren de mercancías que pasa un par de veces al día), un piano, un violoncelo y una guitarra, materiales reciclados, una pizarra, juegos de mesa, cuentos, sus mochilas.
Ellos saben dónde pueden hacer más jaleo y dónde deben ir más despacio, a qué hora es la asamblea en la que organizar lo que hacer en el día y cuándo toca volver a reunirse y repasar lo realizado. También que si quieren pueden preparar el desayuno y tomarlo, o después sentarse a escuchar un cuento, 'La gallinita roja y el zorro', por ejemplo. Que si se ponen de acuerdo podrán hacer galletas o lo que decidan. Que si lloran alguna de sus cuidadoras -sus «acompañantes» como llaman a una pedagoga, Laura Laviana, que es madre de una de las niñas, y una profesora de Educación Infantil, Desiré López-, les cogerán en brazos o les dejarán si lo prefieren, «atendiendo a sus necesidades». Que allí no hay castigos «ni sillas de pensar», que si al niño le pasa algo intentarán saber qué es.
Objetivos curriculares
Cumplen los objetivos curriculares establecidos pero no tienen que sentarse en sillas ni estar en una clase, en silencio, con un profesor y una pizarra delante. En febrero empezarán las actividades extraescolares: teatro, lectura, bailes, creatividad en inglés y fotografía. Hacen más o menos lo que quieren. Y los padres, todo lo demás. Ellos han hecho la obra y se organizan para limpiar o reparar cualquier cosa que se estropee en el centro. Toda inversión corre por su cuenta. Para formar parte de la cooperativa y llevar al niño a La Quinta del Texu es necesario un desembolso de 600 euros y pagar todos los meses una cuota de 225 euros. Creen que merece la pena.
Felipe Castillo va a recoger a su hija a la salida del cole. Buscaba «una pedagogía diferente, centrada en la personalidad más que en adquirir conocimientos» y que haga a su niña «feliz sin estar subyugada a la directiva de los profesores, que aprenda por sí misma». Piensa que el sistema educativo establecido «no es efectivo». Al que se adaptarían, por supuesto, sus hijos pero «esta no es edad de adaptarse sino de crecer», añade Vicente Alama a la hora de recoger a su niño. «Es un sistema más profundo, en el que aprenden de otra formo», apunta Paloma García, que señala el «currículo oculto del sistema educativo».
Mateo, de 5 años, ha dejado su cole tradicional por este. «No es que allí estuviera mal pero aquí disfruta más», reconoce su madre Rebeca Pérez. A su hermano Guzmán, de 2 años, aún le queda algún tiempo para pasar de etapa escolar, pero él será uno de los primeros en estrenar Primaria. Mateo continuará sus estudios en este centro hasta los 12: «Saldrá de aquí con una manera distinta de vivir».
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