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La caída de Hoogerland tuvo un efecto dominó con muchos damnificados. :: REUTERS
Un autobús se cruza en el camino de Contador
Ciclismo

Un autobús se cruza en el camino de Contador

El vehículo quedó atrapado en el pórtico de meta y alteró el final de la primera etapa, donde el madrileño sufrió una caída

J. GÓMEZ DE LA PEÑA

Domingo, 30 de junio 2013, 03:45

Tras cruzar la meta y antes de llegar a los micrófonos que preguntan, Alberto Contador se mira la mano zurda. Está arañada, teñida de tierra corsa. «Estoy bien. No es nada». Lleva el codo izquierdo tocado, lo mismo que el muslo derecho. Le duele Córcega desde el primer día del Tour. La isla pertenece aún al pasado y es mejor pintar la raya de meta con una tiza. Si no, hay problemas. Como ayer, inicio del Tour centenario, el día que ganó al sprint el alemán Kittel, se cayeron Froome y Contador, y se rompió la clavícula Tony Martin.

Le echaron la culpa al autobús del equipo Orica, que se atasco justo bajo la pancarta digital de la meta cuando ya venían los corredores. Pero, en realidad, la culpa fue de la modernidad. De la televisión y las emisoras que ladran las órdenes de los directores de equipo. De cosas que nada tienen que ver con esta isla conservada en otro tiempo.

La edición cien del Tour aspira a ser un paseo por los museos paisajísticos de Francia. Despliegue mediático. Cada noche, se monta la meta de la etapa siguiente. El pórtico donde está la llegada se puede regular en altura. Primero lo colocan bien alto, para que pase la caravana publicitaria con su figuras de fibra sintética y sus azafatas bailando. También cruzan los autobuses de los equipos, naves espaciales llenas de pantallas y lujos. Es un mundo de aire acondicionado, aséptico. De cristales tintados. Perfecto, hasta que algo lo altera. Y tenía que ser en Córcega. Frente al mar turquesa y playas vacías e intactas.

Incluso habían borrado las pintadas independentistas que decoraban los kilómetros finales. Que no se lean por la televisión en los 190 países que miran. Pero algo falló: el autobús del Orica no llegó a tiempo. Cuando apareció, ya habían bajado el larguero del pórtico hasta 4,5 metros. Estaba a la altura para salir bien en las pantallas. Y ahí se atascó el bus. Al chófer se le vio con la manos en la cabeza. Ni para delante ni para detrás. Coagulado. Horror. A los corredores, que venían en estampida, les faltaban apenas diez kilómetros. Un cuarto de hora.

De repente, había que usar las manos. Empujar. Qué hacer. El mando del videojuego se bloqueó. El bus no respondía. El Tour se sentía atrapado en esa tela de araña. Lo estaba viendo el mundo. Auxilio. Y entonces, el jurado decidió adelantar la línea de meta, situarla a tres kilómetros del final. Las emisoras cantaron la orden. Los ciclistas, que van ciegos, guiados por micrófonos, obedecieron. Faltaban seis kilómetros.

Dos kilómetros más allá, volvieron las voces. Alguien había usado las manos para algo más que apretar botones. Simplemente, desinchó las ruedas del autobús. El vehículo, al fin, podía recular. La meta volvía al origen. Y fue ahí, justo antes de entrar en los tres últimos kilómetros -en ese tramo no cuenta el tiempo si hay accidente-, cuando tropezó el Tour con Córcega.

Mientras escuchaban las nuevas órdenes de sus directores, los ciclistas se metieron en una tremenda caída. Zanja corsa. Relincho de dolor. Sagan se había pintado la cara con las rayas negras de los maorís. Señal de guerra. Ahí quedó tirado, triturado. Como Rui Costa, Van Garderen, Egoitz García, Thomas y Cavendish. Tony Martin se incrustó contra otro ciclista. Se mareó. Se va del Tour. Contador no les esquivó.

Antes, a mediodía, Córcega ya había marcado a Froome, que se cayó en los kilómetros neutralizados. Golpeado sin iniciar el combate. En el Tour, ya se sabe, siempre pasa algo. Luego, tras la fuga de Lobato -el andaluz del Euskaltel se vistió de líder de la montaña en su primer día en el Tour-, Flecha, Cousin, Lemoine y Boom, llegó todo. El atasco. Córcega está hecha para la tiza y los carros; no para los paneles digitales y los autobuses. Es un isla con temperamento, con carreteras donde aún tienen preferencia de paso los rebaños de ovejas y las piaras de cerdos. Cuando la carrera veía ya la fachadas genovesas de Bastia, de la meta, Contador, Froome, Valverde, Evans y 'Purito' se colocaron delante. Se olía la tensión.

El miedo a las caídas las provoca. Primero, él solo, Hoogerland se empotró contra la hilera de publicidad de flanquea los tramos de carretera que van a ser televisados e hizo de espoleta. El dominó vino enseguida. Como si sobre el pelotón hubiera caído una bomba. Corredores por el aire. Corredores por el suelo. El tajo lo salvaron Kittel, que pudo con las fuerza bruta de Kristoff en el sprint, y también Evans, Valverde, Froome y 'Purito'. Pero no Contador. Tumbado en Córcega. Con la bici estropeada y el cuerpo golpeado.

Se levantó y siguió hasta la meta al trantrán. Se había caído a 4 kilómetros del final, pero los jueces, después de que el autobús atrapado rompiera la máquina de la foto-finish, anularon las diferencias de tiempo de ese tramo. Ya nadie sabe contar a mano. Contador no cedió ni un segundo, aunque sí piel. Al entrar miró su mano crispada. «No es nada. Aunque igual me cuesta un poco más dormir», declaró. «Esto es el Tour. A veces, es una lotería». Su boleto de ayer no tenía premio; tenía dolor. Culpa de tanta tecnología.

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