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JAVIER BARRIO
Viernes, 7 de junio 2013, 22:56
«Era un hombre sencillo, cercano y muy joven. Su muerte fue un mazazo inesperado. Nos dejó helados a todos. Fue terrible», comenta Manuel Vega-Arango desde su despacho en Mareo. Hombre de fútbol, acostumbrado a vivir situaciones que han endurecido su carácter, el presidente del Sporting no oculta que «la rueda de prensa de su despedida fue un trago muy amargo que pasar».
A Joaquín Alonso, presidente de la Asociación de Veteranos del Sporting, el recuerdo de los doce meses que han transcurrido sin Preciado le traslada a Brasil, a Río de Janeiro, a la arena del Mundial de Fútbol Playa de 2003. «En aquel año, después de que Piterman llegara al Racing y Quique Setien y él se marcharan, se vinieron a la concentración porque Quique jugaba con nosotros. Hice mucha relación con él. Su muerte fue algo que nos dejó tocados. Para el recuerdo de aquellas dos semanas en Río quedan algunas fotos del cántabro posando, como uno más, con el equipo nacional en el que ya despuntaba un jovencísimo Amarelle.
Desde aquel seis de junio, el día a día tampoco ha sido fácil para su «camada». Iván Hernández, uno de sus futbolistas, no oculta que «estaba acostumbrado a subir a Mareo y verle durante cinco años, pero ahora ya no está. Es duro». Tampoco ha sido fácil de digerir para Fermín Gutiérrez, su representante y hombre de confianza: «Me acuerdo mucho de Manolo, pero siempre en sentido positivo. No de la mala suerte o de las tragedias que vivió. Recuerdo los grandes momentos. Era un personaje auténtico».
Arancha Arbolí apura una Coca-Cola en una cafetería del centro de Gijón. Es miércoles. Día soleado. Acaba de desembarcar en Gijón procedente del Mediterráneo y de pasar las primeras horas de la tarde con una amiga. Dos días después -hoy- asistirá a la inauguración de la estatua de Manuel Preciado, obra del escultor Vicente Santarúa e iniciativa de la peña Portal Sportinguista, en la que ella ha sido una parte muy activa desde su origen.
Se interesa por el Sporting, al que su marido sacudió y despojó de una penosa rutina hasta devolverlo a Primera División y luego mantenerlo en la élite del fútbol. De sus gestos, sus palabras, se interpreta que en los últimos meses ha vuelto a despegar, a ilusionarse con la vida, con el día a día, con nuevos proyectos. «Al principio lo viví todo sola y fue muy duro porque a todo el mundo no se le muere alguien en los brazos. Es terrible», reconoce. «Pero ahora estoy bien. Puedo hablar de Manolo sin ponerme a llorar, aunque no sé cómo reaccionaré este viernes la verdad. Es el venir aquí, a la ciudad en la que pasamos tantos momentos...», asume a la vez que muta su sonrisa en un semblante más serio. La escultura que motiva su regreso a Gijón, con el técnico de El Astillero en estado puro, ya durmió ayer a los pies de El Molinón, fijada a su base, a la espera de ser inaugurada esta tarde a las 20 horas en un emotivo acto que tendrá como hilo musical la voz de Pipo Prendes.
Ayer se cumplió un largo año de la inesperada desaparición de Preciado. Fallecía a los 54 años en la localidad valenciana de Mareny de Marraquetes, donde pasaba unos días antes de ser presentado con el Villarreal. La crueldad del destino quiso que su fallecimiento se produjera unas horas después de que fuera anunciado como nuevo entrenador del 'submarino amarillo', dentro de una rápida ofensiva por recuperar la plaza de El Madrigal en la élite, que, casualmente, puede ocurrir mañana. Su presentación iba a producirse dos días después. Desde entonces... Doce largos meses, vacíos, huecos, con una ausencia imposible de reemplazar en el banquillo del fútbol patrio. «Era un paisano como la copa de un pino. Un hombre tremendamente sencillo», resumía hace tiempo en una entrevista Enrique Castro, 'Quini'.
El balón ha perdido algo más que un entrenador desde aquel día. Humanidad, sencillez y normalidad. Valores de los que el fútbol carece cada vez más, pero que el aficionado añora como nunca. Se echan de menos sus inolvidables ruedas de prensa en la víspera de un encuentro. Y los estadios no le olvidan. Ni los jugadores. Ni sus compañeros de gremio.
«El fútbol se ha quedado un poco huérfano este año porque él, Manolo, era pura vida. Nos daba mucha vitalidad a todos. Incluso a vosotros, los periodistas». La reflexión sale de la voz rasgada de José Luis Mendilíbar. Compañero de profesión, entrenador de raza, carácter y principios. Amigo de Preciado en el más estricto sentido de la palabra. Hasta el punto de que se negó a negociar con el Sporting mientras el técnico de Humanes se debatía entre la continuidad y el despido en enero de 2011. El entrenador de Osasuna intercala algún silencio en la conversación. Y prosigue: «Era un tipo singular e irrepetible. Por otro lado también muy normal. Igual los entrenadores parecemos siempre un poco lejanos, pero él era todo lo contrario, cercano y accesible».
Una persona «irrepetible»
José Luis Oltra, pura amabilidad, sale de una conferencia de entrenadores. Descuelga el teléfono y enlaza una frase con otra sin la necesidad del impulso de las preguntas y con el corazón descubierto. «Me consideraba y me considero su amigo. El vacío es difícil de llenar. Manolo era un tipo de los que marcan, un entrenador que vivía su profesión y lo hacía con pasión», asegura el técnico valenciano, quien vuelve a recordar una anécdota que se le ha quedado grabada: «Fue de las más grandes que tuve con él. Había ocurrido lo del fallecimiento de su padre y le llamé para darle el pésame y apoyarle. Me acababan de destituir del Almería y lo curioso es que acabó animándome a mí. ¡Qué persona! ¡Era irrepetible!».
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