

Secciones
Servicios
Destacamos
XUAN BELLO
Domingo, 31 de marzo 2013, 03:46
Llueve en Roma, pero no calla el silencio de la luz. Estoy enamorado: de la sombra rubia que me acompaña al lado, del hilo frágil que me une al mundo. Tomarse un café ante el Coliseo es recordar los versos de Víctor Botas. También él estuvo aquí y convirtió en una sabía melodía el recuerdo de su paso.
Roma, que a todos recibe, no es para todos. Hay algo en su belleza que se teme perder. Si indago en mí mismo descubro tal vez el misterio del amor, cómo tememos perder aquello que tenemos fugazmente. ¿Si su mirada dejase de buscar la mía, cómo vería yo?
Sus labios están llenos de música, sus palabras cargadas de un sentido oculto pues son el santo y la seña que abre y cierra las puertas de un laberinto del que no querría salir. Roma es eso, y también mi amor, y la ciudad antigua adquiere por un momento la hermosa figura de su alma transformada en cuerpo. En vano se puede guardar en Roma un secreto. Quien enamorado está busca un amor más profundo; quien no ama busca desesperado amar. Así los gatos, los transeúntes, los turistas que con cara boba sin verla tienen delante la columna de Trajano. Así nosotros perdidos buscándonos. Los viajes son siempre a un lugar tan cercano que está en nosotros: nuestro corazón. Podemos ir a Las Quimbambas, atravesar océanos, descubrir islas, hollar junglas remotas, fatigar estepas. Por mucho que anduviésemos nunca llegaríamos a nuestro destino de no haber llegado antes a nosotros mismos.
Hoy estamos aquí, dos sombras que se anudan en un mismo amor y que repiten unos versos que susurran la lluvia sobre el asfalto negro como un espejo: llueve pero no calla el silencio de la luz.
Piove in Roma / ma non tace / Il silenzo de la luce. Estos versos, escritos apresuradamente en una servilleta, quisieran ser una trampa donde el tiempo se detuviese. Ahora estoy en Campo di'Fiori y la serena sombra de Giordano Bruno me acoge. Reviso mis papeles, mi agenda repleta de luces que he ido guardando. Apuntando horizontes, coleccionando atardeceres. En la Piazza del lo Pascquino leí unos versos que alguien había colgado. De esta plaza procede la palabra española pasquín y todavía hoy la protesta amanece en sus esquinas. Del romanazzo, del dialecto popular de Roma, que es lengua viva e utilísima, traduzco estos versos socarrones: «Tenemos un Pedro nuevo en Roma / que se hace llamar Francisco. / En verdad sólo sabemos / que baila el tango argentino».
La sonrisa de Roma , esa sonrisa que viene de los versos de Marcial y de Catulo, es también una sonrisa serena, una sonrisa que tiene la calidad de la luz. Aunque llueva, y la gente desconfiaba mire abrigándose el cielo, es sabido que todo pasa y que los días mejores están por venir. Sin posibilidad de formar gobierno, sin posibilidad por ahora de encontrar una salida a la crisis, esta sociedad se ríe civilizada. No hay gritos, no hay crispación y los carteles con los que Berlusconi ha ensuciado cada esquina son algo que se mira de reojo y con una mala palabra, una mala palabra divertida, a cada paso.
Hay aquí una sabia lección de Europa: el tiempo amontonado sobre escombros de melancolía genera perspectivas de futuro. El laberinto individual no es muy diferente al laberinto social: es difícil estar, pero más traumático sería no estar. En Roma, como en cualquier otra parte, es posible amar: soñar un futuro mejor. Y en eso estamos todos, creo yo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.