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ÓSCAR CUERVO
Lunes, 11 de marzo 2013, 02:45
Recortes salariales, desempleo, subidas de precios y descenso del ahorro. Un cóctel explosivo a la hora de consumir, tal y como podrían explicar, por ejemplo, desde los sectores de la construcción y del automóvil. Pero esta tendencia, que va inevitablemente en aumento, cada vez se deja notar más en las formas que los ciudadanos siguen para fomentar y mantener sus relaciones sociales. Gastos que, al fin y al cabo, son ridículos en comparación a los miles de euros que puede costar la letra de la hipoteca. Porque salir de fiesta y de cena aún está permitido para la inmensa mayoría de los bolsillos, aunque con un control al que muchos no estaban acostumbrados. «La situación de futuro es incierta. Eso es lo que provoca esa sensación de incertidumbre», explica el sociólogo y profesor de la Universidad de Oviedo Rodolfo Gutiérrez, quien explica que «la gente no sale tanto» y que sus consumos han caído, «aunque no tanto como podría suceder con los gastos más comprometedores, como las viviendas y los automóviles». Moderación, pues: «No se trata de suprimirlos, porque la gente está acostumbrada a esos pequeños encuentros que generan tanta sociabilidad. Desde quedar en un bar a dar un paseo», añade Gutiérrez.
El actual vicedecano de Estudiantes de la Escuela Universitaria Jovellanos y profesor de Política Social, José Manuel Parrilla, piensa que las personas comiencen a moderar sus encuentros es una cuestión de miedo. «Miedo a quedarse en un futuro sin recursos», dice, y recuerda cómo las familias han ido perdiendo respaldos con los que afrontar «con seguridad» cualquier situación inesperada. «La capacidad de ahorro ha quedado reducida. Se ha acudido al colchón, que cada vez es más delgadito, y eso al final se nota. Ven un horizonte de inseguridad».
Aunque no se muestran demasiado pesimistas sobre el descenso de los consumos en el sector del ocio, Parrilla y Gutiérrez creen que la crisis puede suponer una oportunidad para cambiar los hábitos sociales. «Se han creado una serie de pautas vinculadas a la capacidad de gastar que teníamos. Quizá la sociedad esté deprimida porque hay que reducir el consumo, pero surge una posibilidad para reconfigurar las pautas de comportamiento social. Podremos repensar el estilo de vida que nos ha llevado al desastre, a esa insostenible burbuja de consumismo», señala Parrilla. Gutiérrez añade:«Vivimos por encima de nuestros posibles. La gente que lo olfateaba sabe que la situación que vivimos en el pasado fue extraordinaria, que no se volverá a repetir».
Los vulnerables, en riesgo
Es Juan Ignacio González, trabajador social y profesor en la Escuela Universitaria Jovellanos, quien advierte de los riesgos de la caída en el fomento y la protección de las relaciones sociales. «Los que no tienen una red que los apoye económicamente, llámense padres, abuelos, resto de familiares o amigos, están sufriendo mucho. Y eso obliga a renunciar a todo aquello que consideran prescindible, empezando por las actividades sociales. Ser socio de un club, ir a una tertulia o a clase de tai chi cuesta dinero», señala González, quien cree que son los colectivos más vulnerables -«ancianos y personas con discapacidad o dependientes de todo tipo»- los que más problemas pueden tener para mantener sus relaciones sociales. «La gente mayor que vive sola ya no puede ir a jugar al parchís y tomar el cafetín porque no tienen con qué pagarlo. Y eso afecta muchísimo al estado anímico de estas personas, que se recrean en los problemas que tienen. Lo mismo sucede con los discapacitados. Los recortes de subvenciones y la cuantía de las pensiones también afectan y no pueden salir de casa ni mantener el contacto con la red de personas que tenían a su lado», lamenta el profesor.
Un consumismo insostenible que, para Parrilla, puede llevar a la depresión a muchos. «La burbuja estalla, eso es lo deprimente. La lógica del sistema capitalista hace que unos pocos se enriquezcan mientras el resto pagan las consecuencias, que cada vez afectan a más clases medias que se creían a salvo», señala. Una 'depresión' que puede extenderse a todos aquellos que creían que las generaciones futuras podrían vivir en una sociedad más rica, cuando no va a ser así. «Se generaron expectativas mucho mejores que las impuestas por la realidad durante un ciclo de crecimiento extraordinario», lamenta Rodolfo Gutiérrez.
De ahí la «psicosis» a la hora de gastar. Porque la contención es un hábito cada vez más de moda entre los que llegan y los que no a fin de mes. «Hay personas que no variaron sus ingresos y que han retrotraído su forma de consumir, todo para prevenir cualquier problema», explica González.
Pánico que Pablo García, sociólogo de la Unión de Consumidores de Asturias, cree que está teniendo una influencia «muy negativa» sobre el consumo y el sector servicios, «en el comercio, la hostelería y la restauración». «Basta echar un vistazo al último barómetro del CIS para encontrar algunas razones. El 92% de los entrevistados calificó la situación económica como mala o muy mala, mientras un 80% creía que iba a ir a peor (50%) o iba a seguir igual (30%)», indica.
Cifras a las que hay que sumar el desempleo -«Eurostad dice que superamos los 6 millones de parados y que la tasa juvenil alcanza el 56%»- y la reducción salarial - «han caído un 5% respecto al mismo trimestre de 2011»-. «No facilita que el consumo se vaya a estabilizar, incluso seguirá cayendo aunque se llegue bien a fin de mes», anota.
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