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CHELO TUYA
Lunes, 18 de febrero 2013, 09:44
La historia de Andrés 'El Candasu', el pinche de cocina encarcelado el pasado 5 de febrero, tras descubrirse que llevaba ocho años contaminando la comida de sus compañeros, no es la historia de El Lavaderu.
El tradicional restaurante de Cimadevilla, santo y seña del barrio y cita obligada de propios y extraños para bañar de sidra las tardes de verano, lucha estos días por librarse de la publicidad negativa que la actuación de su exempleado le ha acarreado. Desde que el miércoles EL COMERCIO desvelara el caso, El Lavaderu, su propietario y su plantilla han sido portada de periódicos e informativos de todo el mundo.
Cinco días en los que han tenido que repetir, hasta la saciedad, que su excompañero contaminaba sólo la comida de la plantilla, que nunca la clientela estuvo en riesgo. Ayer, esa clientela y muchos más, le dejaron claro que no tienen que volver a repetirlo. La 'quedada' #todosallavaderu tuvo masivo apoyo. Todos saben que Andrés 'El Candasu' ya es historia, pero no la de El Lavaderu. «¿Dejar de venir? ¿Por un empleado psicópata que ya está en la cárcel y que sólo dañaba a sus compañeros? Como si no hubieran tenido los pobres bastante castigo. A El Lavaderu hay que venir siempre». Isabel Molina resumía ayer el sentir de la multitud de personas que pasó por el restaurante de Cimadevilla. La 'quedada', impulsada por los hosteleros del barrio, difundida por EL COMERCIO y popularizada en las redes sociales como '#todosallavaderu', se marcó para las ocho de la tarde, pero desde el mediodía la plaza de Arturo Arias, sede del bar, era ya un ir y venir de público. Como en los mejores días de verano. Como en los mejores días de El Lavaderu.
Unos días que seguirán repitiéndose en el futuro, por mucho que a Juan Luis Alfonso Alonso aún le cueste creerlo. El propietario del local, abrazado, besado, incluso aplaudido ayer, recibía a los periodistas con una sonrisa que cubría apenas su terror: «¿Más entrevistas? No, por favor, si ya no tengo nada que decir. Ya lo he contado todo».
Ese 'todo' es que su exempleado Andrés Avelino F. F., de 55 años, conocido como 'El Candasu', fue detenido el pasado 4 de febrero e ingresado en la prisión de Villabona al día siguiente. Que se le imputan, de momento, 14 delitos de homicidio en grado de tentativa, aunque la cifra de denuncias supera ya la veintena. Y va en aumento.
En la cabeza de Juan Luis Alfonso Alonso resuena el eco de su letanía, amplificada por emisoras de radio, de televisión y periódicos de los puntos más diversos. Personas que hasta el miércoles no podrían, no sabrían, o ambas, ubicar en el mapa ya no El Lavaderu sino, incluso, tampoco Gijón, tienen ahora en la retina la imagen de la casa de Cimadevilla donde se ubica el bar y conocen al dedillo el caso de Andrés 'El Candasu'. Saben con todo detalle que está acusado de contaminar la comida de sus compañeros de trabajo con cianamida cálcica.
Se saben, también, que lo hacía el exempleado -fue despedido en noviembre- como represalia laboral. Una represalia terrible, ya que mezclada con alcohol, la cianamida -medicamento utilizado para tratar el alcoholismo- provoca vómitos, mareos, taquicardias, cefaleas... Un sinfín de dolencias que llevaron al hospital a muchos de sus compañeros. Que les hicieron perder peso, el ánimo e, incluso, el trabajo.
Dolencias que pueden provocar hasta la muerte. De hecho, se investiga si el fallecimiento, en mayo de 2011, de Juan Gil -el cocinero del restaurante que murió desplomado en plena cocina- es también cosa de 'El Candasu'.
«Vine, vengo y vendré»
Y lo que teme el propietario de El Lavaderu, así como toda la plantilla «más unida que nunca», indica el encargado, Paulino Martínez, es que, por si fuera poco la dura experiencia por la que han pasado, el conocimiento con todo detalle de las andanzas de 'El Candasu' pueda desanimar al consumo en su restaurante. Sin embargo, con besos, abrazos e, incluso, aplausos, a Juan Luis Alfonso Alonso le quedó claro ayer que, además de los cancios de chigre que, cada sábado, protagonizan integrantes de diferentes coros, la caja registradora seguirá también sonando en su local.
Lo hará porque ya desde el mediodía era imposible encontrar un hueco donde comer, ni dentro ni fuera, en una sobremesa que se prolongó hasta las siete de la tarde. De hecho, a la hora 'D' de la 'quedada', todavía estaban en el local clientes matinales, como Jesús Juanes y Nuria Rodríguez. Ellos lo tenían claro: «Aquí hay que parar siempre, por el ambiente, por la camaradería y por la comida. El que quiera conocer cómo se come en Gijón y en Cimadevilla tiene que pasar por aquí».
La pareja lleva años haciéndolo. «Desde que el crío era pequeñín», dicen en referencia a un Adrián que parece mucho mayor de los 14 años que reconoce tener. «Era ideal, porque dejábamos al chiquillo jugando en la plaza, tranquilos de que no pasaría nada, y nosotros estábamos aquí», explica Juanes. Mientras, Nuria espera que le pongan la comida. «Aquí la carne es estupenda y tienen un cachopo para compartir impresionante. Pero no sólo la carta. El menú del día es espectacular y hoy, sobre todo, que tocan escalopines al cabrales». Y Jesús Juanes todavía sigue dándole vueltas a la cabeza: «No me lo puedo creer. Andrés era muy afable. Tenía detalles con todos. Por ejemplo, solía poner de pincho bollos preñaos. Pues a Adrián le hizo uno exclusivo para él, con su nombre escrito. ¿Quién iba a sospechar que hacía esas barbaridades?».
Sospechar, sospecharon sus compañeros, cuando en octubre del año pasado acudieron a la Policía a contar el rosario de bajas laborales que sufría la plantilla. El secreto guardado por todos y la actuación policial puso fin a ocho años de continuado envenenamiento, un veneno «que no puede seguir ahora afectando al local. Ellos lo sufrieron, ahora nosotros tenemos que apoyarles. Yo vine, vengo y vendré».
Rosa Suárez es rotunda, como Carmen Medio, quien, desde la mesa de al lado, responde a la pregunta de si seguirá viniendo a El Lavaderu con otra: «¿Cómo vamos a dejar de consumir en un local con el mejor pescado de la ciudad? Eso, nunca», asevera. A su lado, José Donoso respalda la defensa del pescado y de un restaurante «en el que se está como en casa. La carta es buenísima, lo digo completamente en serio. El que quiera comprobarlo, que pruebe la paella. O las croquetas, ¡cojonudas!».
Cancios hasta el anochecer
Un repaso a la carta que continúa Isabel Molina: «Los pinchos que ponen están estupendos, pero, sobre todo, los domingos. Nos ponen gambas al ajillo. Para mí, son imprescindibles. Aquí venimos siempre». Un 'venimos' que incluye a Francisco Pérez, quien cree que el secreto del éxito de El Lavaderu va más allá de su cocina, «que es muy buena». Para él, «la clave está en el ambientazo que hay aquí. No se ve en muchos sitios. Es paso obligatorio para turistas, hay gente joven, mayor, gente que canta», dice mientras mira a sus compañeros de mesa, que entonan afinadamente el 'Axuntábense'. «Como hacemos cada sábado».
Interviene Roberto Fernández en la conversación, todavía con el 'Axuntábense' en la garganta. «Yo pertenezco a varios coros y venimos aquí porque es uno de los pocos bares donde se puede cantar. Nosotros lo hacemos todos los sábados. No faltamos nunca».
Nunca y menos un sábado como el de ayer, con 'quedada' incluida. Un sábado en el que incluso las responsabilidades familiares se eluden. «Nosotros, de hecho, hoy no podíamos venir», explica Manuel Ruiz, quien puntualizaba: «Venimos siempre toda la familia, pero hoy era imposible». Y, acto seguido: «¿Cómo íbamos a faltar un día así? Vengo yo solo, un ratín, pero para dejar claro que aquí estamos, que tenemos que apoyar a este gran equipo».
Y deja de hablar para seguir cantando aquello de 'mozos muy gallasperos al pie de un tonel', música que repetirían, horas más tarde, otras voces, más jóvenes, menos profesionales, recién llegadas a El Lavaderu, «porque esti sitiu ye fenomenal».
Visita desde Valladolid
La voz que prefiere mantenerse en el anonimato es la del líder de un grupo de jóvenes, con muchas ganas de divertirse, que arrancó las carcajadas del público con su actuación. Decir «¡ay, que me pongo malo!» cada vez que comía un pincho y tirarse al suelo era todo uno, en la antesala de lo que será un rosario de chistes playos nacidos al calor de una historia dramática.
Pero no sólo chistes, sino que la publicidad, en inicio negativa, de haber trabajado con un pinche que emponzoñaba la comida de sus compañeros, se está trocando en promoción. Una pareja vallisoletana reconocía que había venido a Cimadevilla «buscando el bar del envenenador» . Y vendrán más.
Por eso, a última hora del día, Juan Luis Alfonso Alonso confesaba: «Hoy ya puedo sonreír, ver el bar lleno me da mucha alegría, porque temí que esto nos hundiera». Y los besos, abrazos e, incluso, aplausos de por la mañana se repitieron con el público de la noche. Porque fueron #todos al Lavaderu.
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