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Haendel llega al Campoamor entre 'Dallas' y 'Dinastía'
Cultura

Haendel llega al Campoamor entre 'Dallas' y 'Dinastía'

La producción de Mariame Clément para 'Agrippina' envuelve la ópera en una serie de televisión de los ochenta. Nueve «sets» y una pantalla partida trasladan las intrigas de la Antigua Roma al culebrón para la Ópera de Oviedo

ALEJANDRO CARANTOÑA , OVIEDO

Domingo, 9 de diciembre 2012, 14:57

No basta con la Antigua Roma. Un poco más allá: 'Dinastía' y 'Dallas'. Tampoco. Hace falta, en opinión de la directora de escena Mariame Clément, más de todo, una conjunción perfecta de «maldad» al estilo clásico, de cotilleo al estilo televisivo y de la música de una de las obras maestras de Handel, 'Agrippina', para «contar una historia».

La que Clément se ha propuesto relatar «es muy difícil de explicar», como ella misma reconoce: la pérfida Agrippina conspira y convence para que su hijo Nerón («Para nada un tirano, sino un niño de mamá») se convierta en el próximo emperador a lo largo de tres horas y media de giros y tirabuzones argumentales.

El núcleo parece estar en un eslógan: «JR, el hombre que el mundo ama odiar». Esta frase, que presentaba al inolvidable personaje de 'Dallas', sirve de enganche para dar con una «referencia legible», según Clément, para una audiencia contemporánea.

Es un proceso similar al que ya siguió en 'El barbero de Sevilla' (ambientado en la consulta de un dentista) y en 'Il viaggio a Reims' (ambientado en un avión que nunca despega), ambas representadas en Oviedo con cierta polémica.

El entronque, con todo, esta claro y resulta bastante lógico. Se pregunta Clément: «¿Demasiado largo para las audiencias contemporáneas? Quizás. Pero la audiencia contemporánea es capaz de comprarse un estuche de sus series de televisión favoritas y verse dos temporadas de un tirón, con una duración que excedería con mucho la de nuestra 'Agrippina'».

Con estos resortes ha rescatado el barroco más genial de Handel y lo ha plantado en nueve sets 'de televisión', coronados por una pantalla partida (hay hasta ochenta cortes de vídeo de acompañamiento), en una producción que apenas cabe en el escenario del Teatro Campoamor.

Este esfuerzo de traducción, o de traslación de referentes a un contexto comprensible (ya se sabe, la ópera es un todo: «¿Cuál es la historia y cómo la contaré de la mejor forma?») alcanza a las arias, donde Clément explica que ha procurado evitar «inventar acciones» para rellenar el desarrollo. Es decir, que veremos sobre las tablas un despacho, un restaurante, y un montón de detalles (algunos imperceptibles para el público, como el sello de la 'empresa' de Agrippina) que dotan de vida propia a la producción, que hacen que los personajes «existan».

A la vez, este entorno de figuritas de porcelana y recargadísimos salones termina de imbuir de humor una trama «en la que todos son los malos»: al cuarto traje horrible, al segundo sombrero de cowboy o a la enésima moqueta dudosa, será difícil contener una sonrisa, que fue lo que ocurrió en Gante, en la Vlaamse Opera, donde se estrenó esta 'Agrippina' hace un mes con gran éxito.

Al final, contado con crudeza, el libreto será un dramón, pero el gracejo de la intriga y el «espíritu cotilla» harán el resto: contar una historia.

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