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PACHÉ MERAYO
Miércoles, 5 de diciembre 2012, 01:22
Mapocci no es un robot al uso. Ni brillan sus formas, ni sus aristas son metálicas. Es de fieltro, relleno de algodón y espuma. De hecho, está cosido a mano. Sus creadoras, la italiana Laura Malinverni y la peruana Lilia Villafuerte, lo han alimentado de nuevas tecnologías y metido en su oronda barriga un sistema de sensores y un software «de inteligencia emocional» gracias a los que no pasa la aspiradora, ni lava los platos, pero responde a las caricias, las voces y el movimiento humano.
-¿Cómo nace Mapocci?
-Lilia Villafuerte: En una conversación de cocina. Laura y yo hablábamos de los proyectos que nos gustaría emprender. Yo llevaba tiempo investigando en el uso del cuerpo en interacción, que había aplicado en casos de autismo y obtenido resultados positivos entablando en una secuencia de juego.
-Laura Malinverni: Yo en el de los gestos del movimiento como formas de aprendizaje. El caso es que decidimos unir ambos intereses.
-¿Pero cuál fue el objetivo inicial?
-L. M.: Queríamos ante todo hacer una máquina que pudiera conectar y transmitir emociones, además de superar barreras de lenguaje. De ahí que decidiéramos otorgarle una comunicación no verbal.
-¿Y cómo se comunica Mapocci?
-L. M: Gracias a un sistema de sensores y a un software de inteligencia emocional, el muñeco puede reconocer el cuidado que recibe y reaccionar en consecuencia, mostrando con sonidos cómo afecta a su estado de ánimo.
-El prototipo son dos muñecos, que se conectan entre sí, a través de internet. ¿Requieren un ordenador para funcionar?
-L. V.: De momento los prototipos sí, pero el juguete, realmente, será como un dispositivo móvil. Como un teléfono, que funcionará de manera individual o conectado con otro que puede estar en cualquier parte del mundo.
-¿Cuando un niño interactúe con uno de los muñecos reaccionará también el otro por lejos que esté?
-L. V.: Efectivamente. Un niño puede tener un Mapocci en Gijón y el otro en una ciudad de Perú y ambos se comunicarán, a través del robotito.
-¿Que lo hace posible?
-L. M.: Tiene un sistema de comunicación, inspirado en el funcionamiento empático del cerebro, que permite que las interacciones físicas con un ejemplar se reflejen en el comportamiento de otro.
-¿La convocatoria del Next Things empujó el proyecto o ya estaban trabajando en él?
-L. M.: La idea la teníamos ya, pero fue el concurso el que nos puso a trabajar en serio.
-L. V.: Creíamos que iba a ser mucho más sencillo.
-L. M.: Sí y fue tremendamente complicado
-¿Cómo se meten dos artistas en un proyecto casi de ingeniería?
-L. V.: Ambas tratamos con temas digitales, pero, efectivamente, no somos ingenieras. Laura es tremendamente hábil con el diseño y a mí se me dan bien otras cosas, pero no habríamos podido diseñar los sensores sin la ayuda de Pere Obrador y Oriol Lloret.
-Y tengo entendido que tampoco el muñeco sin ayuda de los niños.
-L. M.: El trabajo con los niños fue fundamental. Las evaluaciones con ellos fueron modelando las formas del juguete. Primero era redondo, pero directamente lo confundían con una pelota y jugaban al fútbol. Después lo diseñamos como un perrito, pero tampoco funcionó, unos se decepcionaban porque no andaban y otros tenían miedo de que se escapara. Al final, es como un peluche amoroso, que invita a que realmente quieras tocarlo.
-¿Se quedará definitivamente como el prototipo?
-L. M.: No, todavía tiene que evolucionar un poco más. Lo cierto es que hemos acabado de coser hace dos días. Aún le quedan varias fases y debe hacerse más pequeño y algo menos pesado.
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