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Sergio Barragán, en El Obenque, la vinatería que abrió en Gijón después de quedarse sin faena como arquitecto. :: JOAQUÍN PAÑEDA
«Mi familia tiene que pagarme la hipoteca y a mí ya me da igual todo»
Asturias

«Mi familia tiene que pagarme la hipoteca y a mí ya me da igual todo»

Sergio Barragán Arquitecto reconvertido en hostelero, traspasa su vinateríaDe coordinar las rehabilitaciones de la Laboral y el Jovellanos ha pasado a no poder costearse su casa

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 25 de noviembre 2012, 18:10

Pasa una hora de reloj y en El Obenque sólo entra un alma: el distribuidor de barriles de cerveza, que «antes venía una vez por semana y ahora, cada quince días, porque la gente ya no sale. Se han privado hasta de tomar el vermú y ya lo único que se pone es algún vino y alguna copa por la noche de viernes a domingo».

«¿Para qué voy a tener abierto entre semana, para hacer cuarenta euros de caja? No. Esto no se sostiene y sé que estoy abocado al cierre», explica la ausencia de clientela el dueño de El Obenque, la vinatería del barrio gijonés de Moreda que tuvo que montar hace un año el arquitecto Sergio Barragán, coordinador, entre otros proyectos, de las rehabilitaciones de la Laboral y el Jovellanos, quien vio de repente cómo se quedaba sin trabajo de lo suyo tras un cuarto de siglo de esfuerzo y éxito en la profesión.

El autor del proyecto del Centro de Arte Rupestre de Tito Bustillo es ahora un hostelero frustrado al que no le salen las cuentas del negocio y que sospecha que traspasar el local que él mismo decoró (es también un pintor reconocido) «para que la gente se sintiese en el salón de su casa» no será nada fácil. Y todavía, lamenta, le debe dinero a un amigo que se lo prestó cuando decidió reconvertirse en psicólogo de los que ejercen detrás de una barra. «El alcohol es lo que tiene».

«Mientras las ventas han bajado un 75%, el IVA ha subido al 21 y tener un camarero te cuesta 2.000 euros, así que he tenido que prescindir del que tenía y estoy solo, lo que está pasando factura a mi salud», cuenta este profesional de 54 años cuya pesadilla empezó hace dos y cuatro meses.

En su estudio, donde estaban empleadas 17 personas y desde donde llegó a coordinar a las mil que trabajaban diariamente en la Laboral, donde lidió con siete grandes constructoras, empezó entonces a escasear la faena, pero él no se dio por vencido: «Aguanté a la gente conmigo un año y seis meses. Aguanté todo lo que pude, algo que quizá no debería haber hecho, porque, si a los seis meses no entra dinero, te descapitalizas. Y así fue. Tuve que ir reduciendo personal hasta que me quedé sólo con un ingeniero al que despedí en el mes de noviembre de 2011. Yo no viví por encima de mis posibilidades. Yo guardé para cuando vinieran las vacas flacas. El que no guardó fue el Gobierno».

Barragán tiene la cabeza llena de números. Los del PIB, los de la inversión en I+D+i. Pero, sobre todo, los de la hipoteca de su casa, que ahora tienen que pagar dos padres octogenarios y una de sus hermanas, dentista. La única de los cinco a la que todavía le va razonablemente bien.

Intentó negociar con el banco, reconoce, pero todo lo que le ofrecían era meterse «en un pufo» aún mayor. Y advierte: «Si mi familia no me hubiese ayudado y me hubiesen intentado desahuciar, hubiese hecho algo muy gordo. Y yo no he tenido dinero en B porque llevaba veinte años trabajando para la Administración».

«Llegados a este punto, a mí ya todo me da igual», resume, angustiado, cansado de mandar currículos a todo el mundo, de Brasil a la Patagonia, Chile o Moscú. Comprimiendo sus 28 años de experiencia y su inglés en tres folios. De mirar el BOPA y de que sea un erial, de que el sector público esté parado y de que en el privado «lo único que se haga son casas prefabricadas, que cuestan 60.000 euros».

«Hay que apagar la luz y marcharse de aquí a donde sea, porque aquí no hay nada. El poder adquisitivo está bajo mínimos». Así que anima a su hija, que tiene 24 años y que es arquitecta técnica, a hacer las maletas. «Parece que le han tirado los tejos los de Foster. Ojalá». Aunque no puede evitar preguntarse «qué ocurrirá dentro de unos años, cuando Merkel se haya llevado todos los cerebros de este país».

Le inquieta también otra incógnita. «¿Dónde están los millones que yo pagué de impuestos durante tantos años?». Y por qué nadie hace nada: «Yo no he visto un plan de empleo por sectores. Nada. ¿Alguien lo vio?».

«Y así un día detrás de otro. Sin ver la luz al final del túnel, porque no hay dinero en circulación y el que lo tiene se lo guarda. Cada vez con menos ingresos y más gastos, esto es una muerte lenta». Y, sin embargo, Sergio Barragán Arévalo se declara preparado para «empezar de cero».

«Te levantas por la mañana y tienes que buscar, buscar sin resultados. Se te quita la ilusión por todo y he estado con depresiones muy gordas, porque es muy duro saber que puedes hacer cualquier edificio y tienes que dedicarte a poner copas. Cuando miro hacia atrás, lloro, y llego a una conclusión: pobre de aquel que no tenga padrino en una profesión en la que, además, hay muchas envidias, enemigos, y en la que somos demasiados».

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