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ALEJANDRO CARANTOÑA
Domingo, 4 de noviembre 2012, 02:45
En algunos cuesta ponerse de pie; otros son amplios y confortables. La mayoría, con todo, tiene una historia detrás que corre el riesgo de perderse, una historia que atrapó a Carmen-Oliva Menéndez y se propuso contar: la historia de los teitos. Lo ha hecho en 'Teitos. Cubiertas vegetales de Europa Occidental: de Asturias a Islandia'.
Los teitos se distinguen por ser construcciones tradicionales («En el sentido anglosajón del adjetivo», advierte Menéndez), que ella fue detectando, en distintas versiones, por toda la Europa Occidental. Así, se decidió a estudiarlas empleando una metodología comparativa, esto es, comenzando por las construcciones del concejo asturiano de Somiedo y «ampliando el radio» hasta recalar, más de cuatrocientas páginas después, en el Piamonte.
«Los conocía solo como viajera cuando se me planteó esta investigación», explica. Conque a base de viajes, de «hablar con paisanos» y de recurrir a su mezclada formación (es licenciada en Filosofía y Letras y, posteriormente, se formó en Arquitectura) ha acabado ejerciendo «de puente: en Inglaterra había quien se sorprendía de saber que en el noroeste de España también había teitos».
En el país británico, admite con cierta pena, 800 constructores pertenecen a la Asociación de Teitadores, «y hay 50.000 teitos». Mientras que en España, lamenta, «ni siquiera existe una palabra en castellano para definirlos. Es un préstamo: en inglés, sin embargo, está el verbo 'thatch' y, por ende, el sustantivo 'thatcher', tan común que llegó a convertirse en un apellido, como es de sobra conocido».
Los hay de todas las formas y cubiertas. Los hay enormes, oblongos, redondos, pequeños, de varios pisos, de una sola planta... Todos, siempre, teitados o reteitados («Como algunos edificios en Holanda, por ejemplo, edificios urbanos»); y en general, dice Menéndez, «mucho más respetados que en España». Apunta a dos posibles causas para este ostracismo forzado, en el que sin embargo no han caído, sin ir más lejos, los hórreos: «Por un lado, el hecho de que en la misma construcción convivieran animales y personas conlleva toda una serie de prejuicios, mientras que en lugares como Alemania las granjas son prósperas, ricas y no tienen ese tipo de connotación». De ahí al segundo problema: «En el caso de nuestro país, la España de la piedra, del sol, la mediterránea, la seca ha ganado a la España del Norte, arrinconada por la cordillera Cantábrica. La España húmeda, la España en la que hay teitos».
Esta frontera ha terminado, según denuncia Menéndez, de decantar la balanza en cuanto a, por ejemplo, respeto arquitectónico: «Yo visité museos en Europa que no puedes alcanzar a ver en un solo día». Y todo ello, lamenta, ha conllevado que «en Europa está todo hecho a lo grande» mientras que aquí se margina su valía. Hasta que, al fin, el Colegio de Aparejadores del Principado supo de su minuciosa investigación.
Después de todo, y tras su extenso trabajo, Menéndez se decidió a enviarlo a los premios Europa Nostra, «por mi cuenta, como ciudadana de a pie, sin apoyo académico». Y lo logró: su trabajo fue reconocido en la categoría de investigación en 2011, junto con otros dos, institucionales o académicos, sobre la Línea Verde de Nicosia y las iglesias de madera de la República Checa.
«Pero ha tenido más impacto fuera de España que aquí», sentencia Menéndez. Salvo por el apoyo de Pepe Monteserín, del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos del Principado de Asturias; por el del ex profesor de Oxford Sir Barry Cunliffe; o por el del maestro de teitadores británico Robert West. Así, con esos vínculos que unen la tradición aquí y allá (de origen remoto y común, aunque difícilmente asociable), el trabajo está hecho: los teitos aún no han dicho su última palabra.
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