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AZAHARA VILLACORTA
Martes, 2 de octubre 2012, 08:58
Acaba de despedirse de su puesto de trabajo para ingresar en el Seminario de Oviedo, donde ya durmió anoche junto a los cinco compañeros que, como él, han decidido responder a la llamada del sacerdocio. El llanisco Miguel Bueno, 41 años y natural de Hontoria, comunicó que dejaba su empleo «tanto al director como a los internos». Porque su puesto de trabajo, hasta hace muy pocos días, estaba en la cárcel guipuzcoana de Martutene, donde era funcionario.
«La reacción fue estupenda. Lo primero que me dijeron los presos, que se quedaron bastante sorprendidos, que además tienen la opinión de que los funcionarios trabajamos poco, fue que era muy valiente», contaba ayer tarde, minutos antes de que diesen inicio los actos de apertura del curso en la institución formativa de la Iglesia, a la que se incorporan seis nuevos seminaristas ordinarios, y a los que se sumarán ocho del Camino Neocatecumenal, que abre seminario propio, aunque compartirá algunas clases.
En total, el centro contará este curso con veintitrés alumnos y dos diáconos, así que hay que remontarse una década para encontrar cifras similares, lo que explica que el rector del Seminario, Antonio Nistal, ande estos días tirando a pletórico: «Dios no nos deja tranquilos. Aunque yo estoy convencido de que esto ha sido gracias a la intercesión de la Virgen».
Obra de la Virgen o no, lo cierto es que Miguel Bueno tomó la decisión «allá por enero», después de constatar que «la gente está muy apegada a lo material, a cosas como el sueldo o a la seguridad que te da el funcionariado». Aunque no ocultó que «costó dar el paso. Decirle a Dios 'soy tuyo'».
En esa decisión, cuenta, «tuvieron mucho que ver el capellán de la prisión y los internos. La capacidad que tienen de amarse entre ellos». Y no lo dice de boquilla: ya había marchado con una veintena de ellos a ver al Papa a Madrid durante la JMJ. Como tampoco oculta que, de mano, a sus padres, mayores, la idea de que su hijo se metiera a cura «les entristeció», aunque, poco a poco, se van acostumbrando a que Miguel será cura.
«Ya te echan de menos»
Otro que anda en las mismas es el gijonés Fernando Álvarez, también en la cuarentena, que acababa de recibir un mensaje en el móvil de su padre con el siguiente texto: «Tu madre dice que ya te echa mucho de menos». Y, claro, así todo se hace un poco más cuesta arriba. «Y eso que Oviedo sólo está a 30 kilómetros», se lamentaba.
Álvarez, ex «personal laboral del Ayuntamiento de Gijón», admite que su madre «no lo ve claro» y que varias de sus amigas «se quedaron llorando» cuando lo comunicó, pero está decidido. Y, como él, el veterano del grupo, Rafael Giménez, 60 años, arquitecto y, hasta el viernes, profesor de Dibujo en el Instituto de Noreña, donde, además de alumnos de entre 13 y 17 años, deja «amigos» ahora que se ha convencido: «Creo que mi camino para servir a los demás es esto».
Junto a ellos, han escuchado la llamada el ovetense Javier Rodríguez (34 años y hasta la fecha profesor de Religión en Nava e Infiesto), Sergio Santa, colombiano de 29 que procede del Seminario de Huesca, y David Álvarez, avilesino de Villalegre, también de 29, y cuyo contrato como informático y comercial expiró el 31 de septiembre tras encontrar lo que andaba buscando: «Algo para ser aún más feliz y poder hacer felices a los demás».
Todos ellos asistieron a la lección inaugural impartida por el arzobispo emérito, Gabino Díaz Merchán, titulada 'El Concilio Vaticano II y la nueva evangelización' y en la que el único obispo español vivo que participó en aquellas sesiones, cuyo cincuentenario se celebrará el día 14, admitió que la recepción del Concilio «no ha sido la que esperaban» los Padres conciliares al despedirse de Roma. Pero que «las dificultades del posconcilio tampoco justifican la actitud de desencanto que hoy manifiestan algunos sectores de la Iglesia».
Aún más: «Un concilio ecuménico necesita tiempo para ser asimilado», por lo que «será necesario seguir prestando atención a la búsqueda de una pastoral de nueva evangelización en España y en los países de antigua cristiandad».
Una España, dijo, que «ha evolucionado profundamente» y que ha pasado «en pocos años de ser un pueblo socialmente cristiano a una sociedad regida por una Constitución laica, en la que la opción religiosa de las personas debe ser reconocida y tutelada como un derecho fundamental de su dignidad». «Y, en esta sociedad, la Iglesia y los cristianos hemos de desarrollar nuestra vida religiosa sin cortapisas ni privilegios», concluyó Merchán, que reconoció que, al contacto con esta nueva realidad, «es lógico que la propuesta cristiana pierda impacto» y que abogó por desterrar «prácticas tradicionales que carecen de referencia al compromiso social cristiano», «vacías del sentido religioso».
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